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Sartre y la libertad

La fenomenología influyó decisivamente en el pensamiento de este filósofo francés muerto en 1980
José Manuel López García
sábado, 3 de marzo de 2018, 14:24 h (CET)
Fue el intelectual de más prestigio de su época en Francia. Fue uno de los pensadores que impulsaron y apoyaron la Revolución de mayo del 68 en París. Su labor literaria como autor de novelas y obras de teatro fue extraordinaria. Y si a ello añadimos su genial producción filosófica se entiende que le fuera concedido el premio Nobel. Su rechazo del mismo en 1964 da una idea precisa de su talante independiente, y de su libertad de pensamiento, que quiso mantener a toda costa.

Aunque, a mi juicio, la aceptación de ese gran premio no hubiera afectado su libertad para escribir y pensar. De todos modos, es uno de los grandes pensadores de todos los tiempos.

Jean Paul Sartre también estuvo de acuerdo con los planteamientos del marxismo, y cultivó el denominado existencialismo. El primer gran libro de este pensador galo es El ser y la nada que es un ensayo o tratado que elabora una ontología fenomenológica preguntando por el ser.

A diferencia de lo que pensaba Descartes, para Sartre, la relación del yo con el mundo es lo esencial, ya que la conciencia es intencional, y está abierta a la realidad. Somos seres que nos hacemos o construimos en cada momento de la existencia. Frente al yo puro o trascendental propuesto por Husserl, se puede decir que el filósofo francés prioriza la conexión con lo empírico, con el mundo material.

El «ser en sí» es para Sartre es el ser de lo cósico, o lo que es lo mismo, de lo que no tiene posibilidades, ni existencia o libertad. En cambio, el «ser para sí» es el hombre o su conciencia de ser que no es nada en sí mismo, y está inventando y construyendo su existencia a lo largo del tiempo.

Indudablemente, lo fundamental en el ser humano es la libertad. No se puede determinar una esencia o naturaleza que sea lo específico de cada ser individual, ya que el propio ejercicio de la voluntad va dando forma a lo que es cada persona. Y esta es una de las grandes cuestiones descubierta por los análisis y reflexiones metafísicas de Sartre.

En este sentido, la libertad es la propia esencia humana, puesto que hace posible el despliegue de su capacidad volitiva. Lo que supone la existencia de riesgos, ante la perpetua elección de posibilidades propia de la existencia, por parte de cada sujeto.

Desde la perspectiva atea de Sartre cada individuo se hace a sí mismo a través de sus decisiones y actos, y, por tanto, ejerciendo su libertad. Si bien, en una primera época plantea la necesidad de una moral de situación que es un relativismo, sin valores morales estables, en la segunda época cambia de registro, y afirma planteamientos más positivos.

La responsabilidad y la libertad son valores absolutos en sí mismos que se complementan perfectamente.

De este modo, las conductas son libres, pero tienen también consecuencias para la humanidad, lo que delimita la posibilidad real y efectiva de construir proyectos adecuados a la libertad de los hombres.

Por tanto, el ser humano ya no es una pasión inútil, porque su sentido profundo está, precisamente, en el desarrollo de su libertad de forma apasionada.

El tema de la angustia ocupó el pensamiento de Sartre, ya que al escoger lo que queremos ser, siempre podemos devenir distintos de lo que somos. Aunque, desde otro enfoque, se puede ser consciente de que estamos cambiando permanentemente, ya que somos seres dinámicos, y la misma estructura de la realidad también es cambio y movimiento. Además, a mi juicio, las decisiones libres que se toman no eliminan el pasado, y, por tanto, siempre existe en nosotros una parte de lo que fuimos.

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