Estamos asistiendo a la degradación de los sentimientos nobles del ser humano, y sólo por el afán desmesurado de conseguir poder. Lo que se lleva es eso de «cuanto más poderosos seamos mejor», como si lo más importante para el ser humano fuera satisfacer esa ansia descomunal que le va a permitir abrir todas las puertas para conseguir fama, riqueza, gloria y honores, es decir, todo aquello que desea, pero que su espíritu no quiere porque los podrá llevar consigo al otro mundo. ¿Para qué, entonces, se ansía tanto el poder? ¿Por qué atrae tanto? ¿Por qué se sueña con ser poderoso? ¿Por qué se cede tan fácilmente a esa tentación? Denunciemos que la tentación se está infiltrando en el ser humano, que busca desesperadamente el poder. Sí, es cierto que en la actualidad, y a nivel mundial, «el poder se proclama el dueño y señor de todo». Es un hecho real, histórico, diría yo, porque creo que nunca ha tenido esta palabra tanta transcendencia como la tiene en nuestros días. Y resalto “dueño y señor”, porque de un tiempo a esta parte, es uno de los vocablos que más envidiamos en este mundo materialista y desgarrador, en el que impera la ley del poderoso, que hace y deshace a su antojo y se cree con derecho a abusar, violentar y tiranizar e incluso obligar a sus vasallos para que cometan actos más ignominiosos y vergonzosos que los que él pueda cometer. Sí, asistimos a un momento histórico en el que sólo pensamos en adorar a ese “becerro de oro” llamado “dinero-poder”, por el que nos sentimos atraídos y por el que se rige en infinidad de ocasiones nuestro comportamiento. Por conseguir poder y dinero se es capaz de realizar los actos más deleznables que el ser humano puede llegar a realizar, y en esta época en la que impera el materialismo y el individualismo, el poder, hecho a imagen y semejanza suya, hechiza con su mágica fuerza, una cualidad que le hace adictivo, e impide renunciar a sus deseos. Pero, al mismo tiempo que atrapa, envalentona, porque proporciona al ego todo lo que necesita para fortalecer la sed de vanagloriarse y mantener los vicios que se derivan de él. Y termina siempre haciendo creer que, aferrándose a él, se tiene resuelta la vida.
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