MADRID, 7 (OTR/PRESS) Roma volvió a ser la capital informativa del mundo en razón del inicio de las sesiones del cónclave. "Extra omnes" -¡Todos fuera¡- la severa advertencia que conminó a todo aquél que se encentraba en la Capilla Sixtina sin ser cardenal precedió al encierro de los 133 purpurados que participan en el cónclave que elegirá al sucesor del papa Francisco. El aldabonazo que apareja el inicio de las sesiones resuena en toda la cristiandad dando paso a un tiempo de espera vivido con emoción por miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro. Es un ritual que por la incertidumbre de su desenlace concita la emoción de cuantos aguardaran el momento en el que se haga visible la famosa fumata blanca que anuncia que la Iglesia vuelve a tener un papa. Poco después, con el "Habemus Papam" (¡Tenemos papa¡), proclamado desde el balcón principal de la basílica de San Pedro, el orbe católico conocerá el nombre del señalado para ocupar la Cátedra de Pedro. Ocupará el número 267 en la ininterrumpida historia de esta bimilenaria institución. Del nuevo pontífice, sea cual sea su talante -conservador, progresista o misionero-, ya sabemos que en lo sustancial mantendrá la esencia del mensaje evangélico. Ése es el origen del poder simbólico del Vaticano en el mundo. Un poder cuyas raíces remiten a dos mil años de historia que con sus luces y también sombras es el legado de la tarea civilizatoria de la Iglesia Católica en cinco continentes. Si en el pasado la clave de la pervivencia en el tiempo de lo que simboliza y representa el Vaticano había que buscarla en la política como mezcla de poder temporal y poder espiritual en nuestros días la continuidad solo podrá establecerse a partir de la clave espiritual. Mantener y profundizar en el mensaje evangélico que por su atemporalidad explica el misterio de la milenaria permanencia de la Iglesia católica.
|