MADRID, 30 (OTR/PRESS) "¿Podemos irnos de puente, ahora que ha pasado el Apocalipsis?". Esta pregunta, lanzada en una radio por uno de mis más respetados comunicadores, resume perfectamente el estado de las cosas. Nos empeñamos en que ha vuelto la normalidad porque ha regresado la luz y se han despejado de viajeros tumbados en el suelo las estaciones ferroviarias. Yo diría más bien que hemos recuperado la (a)normalidad que nos preside desde hace años y que el día menos pensado viene y nos da otro susto, a saber qué susto; porque, de momento, la situación es tan anómala que ni siquiera hay explicaciones definitivas de por qué de pronto se nos fue la luz. El apagón me pilló, lo que es la vida, en la ciudad de las luces (al menos, las navideñas), Vigo, la localidad gallega donde más se prolongó la oscuridad, cerca de trece horas. Me correspondía organizar allí una sesión sobre 'los desafíos económicos que nos aguardan', parte de una serie de conferencias sobre los retos que nos esperan, según los clasifican y definen veinte mil personas de quince países, más tres mil expertos de otras cincuenta naciones. Un trabajo de años, basado en encuestas de AXA/Ipsos que muestran sin lugar a dudas que las gentes, en los cinco continentes y en el último lustro, se sienten profundamente inseguras y en manos de una 'policrisis' que les causa una honda preocupación porque no saben cómo resolverla. Resulta obvio que, al margen de que se trate de un atentado externo (improbable, dicen todos), de un fallo estructural (quizá hemos apostado demasiado por las energías renovables desechando demasiado pronto las convencionales), de una falta de previsión (el debate sobre nucleares sí-nucleares no va a ser la gran controversia de los meses venideros), el apagón se conecta con otras inseguridades: las geo estratégicas, las tecnológicas, las económicas... O sea, la inseguridad casi total, que es el gran desafío genérico clasificado en la citada encuesta. Comenzando siempre con la inseguridad climática, que también tiene que ver no poco con la energía. Y con la economía, y con la geoestrategia, y con las nuevas tecnologías y con... todo lo demás. Quizá sea esa incertidumbre total, esa (a)nomalía, que es la espada de Damocles permanente sobre nuestras cabezas, lo que nos impulsa a exacerbar nuestro consumo más allá de lo razonable, a no querer saber nada del Apocalipsis que nos anuncian 'profetas' como Yuval Noah Harari, o Byung-Chul Han (o el mismísimo Stephen Hawking) y tomar cuanto antes la ruta del 'puente' festivo. Todo vale, parece, antes de cuestionarnos que acaso no podamos, ni energética, ni económica, ni anímicamente, seguir como estamos, como si nada estuviese ocurriendo. Que no se puede reaccionar a una catástrofe -podría haberlo sido; la tranquilidad ciudadana lo impidió-con la misma falta de transparencia, de contundencia, de sinceridad, de siempre. Esa 'normalidad', que nos lleva a no revisar todo lo revisable (o sea, todo, incluyendo la relación con la sociedad civil) es lo verdaderamente anormal. Más aún que la coincidencia del Apocalipsis pasajero con los cien días del hombre que, con sus actitudes, está acentuando todo lo (anó)malo que puede ocurrirnos.
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