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G. Seisdedos, Valladolid

Monopolio informativo

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Se puede decir todo tipo de cosas sobre la prensa moderna, especialmente sobre la prensa amarilla: que es patriotera o filistea, vulgar, de escasos conocimientos, y poca sensibilidad literaria; que es inquisitiva, indecente, trivial… Pero nada de esto tiene que ver con la cuestión central del asunto. La verdadera cuestión es que parece haber una conspiración de unos pocos ricachones, que se han puesto de acuerdo sobre los límites de lo que se puede saber o publicar.

Este monopolio informativo recibe toda su información y todas sus directrices políticas de lo que viene a ser una especie de sociedad secreta semiconsciente, con muy pocos miembros pero con mucho dinero. Por supuesto que hay algún o algunos periódicos honestos, pero están lejos de llegar al consumidor medio de noticias. Y en cuanto a internet, manejado también por ellos, hay que saber discernir bien la información que la mayoría de las veces no se hace.

Monopolio informativo

G. Seisdedos, Valladolid
Lectores
jueves, 16 de noviembre de 2017, 00:00 h (CET)
Se puede decir todo tipo de cosas sobre la prensa moderna, especialmente sobre la prensa amarilla: que es patriotera o filistea, vulgar, de escasos conocimientos, y poca sensibilidad literaria; que es inquisitiva, indecente, trivial… Pero nada de esto tiene que ver con la cuestión central del asunto. La verdadera cuestión es que parece haber una conspiración de unos pocos ricachones, que se han puesto de acuerdo sobre los límites de lo que se puede saber o publicar.

Este monopolio informativo recibe toda su información y todas sus directrices políticas de lo que viene a ser una especie de sociedad secreta semiconsciente, con muy pocos miembros pero con mucho dinero. Por supuesto que hay algún o algunos periódicos honestos, pero están lejos de llegar al consumidor medio de noticias. Y en cuanto a internet, manejado también por ellos, hay que saber discernir bien la información que la mayoría de las veces no se hace.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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