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La cuestión del liderazgo de Rajoy

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Parece que no es casualidad que dos de los principales periódicos con una línea editorial de centro derecha dedicaran importantes espacios de su edición del primer domingo de septiembre al presidente del Gobierno, el ABC con su entrevista en portada y El Mundo con la carta dominical de su director. El foco esta puesto en Rajoy, y el espaldarazo de la entrevista en ABC se ha visto contrarestado con el interesante e inquietante artículo de Pedro J. Ramírez. Como el director de El Mundo rescata de la hemeroteca aquella llamada de atención de Elorriaga cuestionando que su jefe fuera la persona necesaria para seguir presidiendo el PP tras dos derrotas electorales (2004 y 2008) y como tanto El Mundo como el ABC vienen a tener entre sus lectores a un importante número de votantes y simpatizantes del PP es pertinente preguntarse si el presidente mantiene o no mantiene la confianza de los que le dieron la mayoría absoluta.

A parte del PSOE o IU, los sindicatos y demás grupos radicales que amenazan ya con teñir el otoño de rojo, el resto de los españoles asume lo que ya es una realidad (la subida del IVA se empieza a aplicar hoy) y lo que tenebrosamente parece cernirse sobre nosotros con una mezcla de resignación y desconfianza ante la capacidad de nuestros gobernantes de hacer algo por salvar la situación. Aquellos que confiaron en Rajoy como el hombre del momento desfallecen ante la actitud cambiante del presidente. De todas formas la dinámica perversa a la hora de elegir presidente no podía por menos que derivar en esta especie de maldición. Desde la salida de Felipe González los españoles nos entregamos a la elección del mal menor para el inquilino de la Moncloa, Aznar ganó por los pelos por lo malo que era González, y luego supo concitar una mayoría absoluta gracias a su buen hacer y su moderación en su primer mandato; de Zapatero mejor ni hablamos; y Rajoy es evidente que coronó la plaza no por sus propias dotes sino por los descalabros de su antecesor. Por tanto, como el liderazgo no es algo que se pueda construir con los aplausos de la militancia, parece lógico concluir que en España existe un déficit de liderazgo y que ese déficit se manifiesta ahora en el número uno de las oposiciones a registrador de la propiedad.

No es que Rajoy no este haciendo lo que debe, su Gobierno ha sido capaz de desarrollar todo un programa de reformas en muy poco tiempo. Sin embargo; falta algo fundamental, falta un discurso de futuro capaz de concitar la confianza del ciudadano. Si todas esta acciones, dolorosas la mayoría, no se encuadran dentro de un marco general que vaya más allá del pago de la deuda y la reducción del déficit, y que incluya un programa ilusionante que incluya a todos y que se base en la reestructuración del Estado, en la revitalización de la democracia y la recuperación de la política, todo esto con un impulso a la educación y a las empresas, Rajoy será incapaz de ganar a los españoles a su causa y será contemplado como un mero ejecutor de lo que desde el exterior se le dicta.

Claro que para articular todo esto se necesitaría de la construcción de un liderazgo eficaz, un liderazgo transformador capaz de regenerar la vida política española. Rajoy podría hacerlo si fuera capaz de elevar el vuelo por encima de la desesperación y hacernos vislumbrar un horizonte de esperanza que justificara todas las cargas a sobrellevar. Hasta ahora una dinámica perversa de los partidos ha contribuido a la mediocridad de la clase política española y ha generado la deriva de la democracia al no proporcionar un líder sin el cual el sistema queda ininteligible para el ciudadano. En definitiva, falta relato, en el sentido de dotar a la acción de Gobierno de un programa compacto que tenga al presidente como su principal impulsor. Nos jugamos en estos momentos algo mucho más importante que lo económico, todo esta interconectado, y la corrección de lo económico pasa por una reincorporación de la política. Sólo desde un ejercicio constante de comunicación y ética, principales pilares de un liderazgo democrático, se obrará la recuperación de la confianza de los ciudadanos en el sistema.

La cuestión del liderazgo de Rajoy

Alejandro Muñoz González
martes, 4 de septiembre de 2012, 07:07 h (CET)
Parece que no es casualidad que dos de los principales periódicos con una línea editorial de centro derecha dedicaran importantes espacios de su edición del primer domingo de septiembre al presidente del Gobierno, el ABC con su entrevista en portada y El Mundo con la carta dominical de su director. El foco esta puesto en Rajoy, y el espaldarazo de la entrevista en ABC se ha visto contrarestado con el interesante e inquietante artículo de Pedro J. Ramírez. Como el director de El Mundo rescata de la hemeroteca aquella llamada de atención de Elorriaga cuestionando que su jefe fuera la persona necesaria para seguir presidiendo el PP tras dos derrotas electorales (2004 y 2008) y como tanto El Mundo como el ABC vienen a tener entre sus lectores a un importante número de votantes y simpatizantes del PP es pertinente preguntarse si el presidente mantiene o no mantiene la confianza de los que le dieron la mayoría absoluta.

A parte del PSOE o IU, los sindicatos y demás grupos radicales que amenazan ya con teñir el otoño de rojo, el resto de los españoles asume lo que ya es una realidad (la subida del IVA se empieza a aplicar hoy) y lo que tenebrosamente parece cernirse sobre nosotros con una mezcla de resignación y desconfianza ante la capacidad de nuestros gobernantes de hacer algo por salvar la situación. Aquellos que confiaron en Rajoy como el hombre del momento desfallecen ante la actitud cambiante del presidente. De todas formas la dinámica perversa a la hora de elegir presidente no podía por menos que derivar en esta especie de maldición. Desde la salida de Felipe González los españoles nos entregamos a la elección del mal menor para el inquilino de la Moncloa, Aznar ganó por los pelos por lo malo que era González, y luego supo concitar una mayoría absoluta gracias a su buen hacer y su moderación en su primer mandato; de Zapatero mejor ni hablamos; y Rajoy es evidente que coronó la plaza no por sus propias dotes sino por los descalabros de su antecesor. Por tanto, como el liderazgo no es algo que se pueda construir con los aplausos de la militancia, parece lógico concluir que en España existe un déficit de liderazgo y que ese déficit se manifiesta ahora en el número uno de las oposiciones a registrador de la propiedad.

No es que Rajoy no este haciendo lo que debe, su Gobierno ha sido capaz de desarrollar todo un programa de reformas en muy poco tiempo. Sin embargo; falta algo fundamental, falta un discurso de futuro capaz de concitar la confianza del ciudadano. Si todas esta acciones, dolorosas la mayoría, no se encuadran dentro de un marco general que vaya más allá del pago de la deuda y la reducción del déficit, y que incluya un programa ilusionante que incluya a todos y que se base en la reestructuración del Estado, en la revitalización de la democracia y la recuperación de la política, todo esto con un impulso a la educación y a las empresas, Rajoy será incapaz de ganar a los españoles a su causa y será contemplado como un mero ejecutor de lo que desde el exterior se le dicta.

Claro que para articular todo esto se necesitaría de la construcción de un liderazgo eficaz, un liderazgo transformador capaz de regenerar la vida política española. Rajoy podría hacerlo si fuera capaz de elevar el vuelo por encima de la desesperación y hacernos vislumbrar un horizonte de esperanza que justificara todas las cargas a sobrellevar. Hasta ahora una dinámica perversa de los partidos ha contribuido a la mediocridad de la clase política española y ha generado la deriva de la democracia al no proporcionar un líder sin el cual el sistema queda ininteligible para el ciudadano. En definitiva, falta relato, en el sentido de dotar a la acción de Gobierno de un programa compacto que tenga al presidente como su principal impulsor. Nos jugamos en estos momentos algo mucho más importante que lo económico, todo esta interconectado, y la corrección de lo económico pasa por una reincorporación de la política. Sólo desde un ejercicio constante de comunicación y ética, principales pilares de un liderazgo democrático, se obrará la recuperación de la confianza de los ciudadanos en el sistema.

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