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Un traje tejido con la saña, la demencia y el desprecio

El crimen se viste de tradición en Tordesillas

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La horda bien nutrida, como mandan los cánones de la cobardía. Las lanzas cuidadosamente afiladas, que la muerte viaja más cómoda en hojas aguzadas. La víctima, sola, como siempre; sola frente a la turba desquiciada y sus armas; sola para que sea más sencillo perseguirla, acorralarla y atravesarla; sola pero no anónima, porque el suyo es un crimen planeado, anunciado y consentido. Es un linchamiento legal, por eso, se sigue llamando tradición.

Una mañana más ese segundo martes de septiembre en una ciudad española: Tordesillas. ¿Una más? No, una muy diferente a todas. Porque ese día la Vega que se extiende en las afueras de la población transmutará en circo romano. Porque esa jornada se tornará al medioevo entre los gritos de los sayones, el polvo del suelo, y la sangre y el miedo del reo de una diversión humana. Porque en esa fecha fatídica, yacerán allí los cadáveres de la compasión, la ética y el progreso, y allí también serán pisoteados a golpe de carreras, trotes y lanzadas, mientras la ferocidad vampiriza la vida que se derramará por las hemorragias de un toro con el cuerpo perforado.

Y en el fondo, a ninguno de ellos lo habrá matado el acero, sino la saña de los verdugos, la demencia de quienes les otorgaron el poder para hacerlo, y el desprecio de una sociedad que lo permite y calla. Poco más de un mes es lo que queda para que "Volante", el Toro de la Vega 2012, pague con un dolor desmesurado y con su vida, el amparo legal que aún ahora tutela una costumbre brutal, primitiva, malsana e irracional.

Sabemos que algún día, la sociedad, con sus dignos políticos a la cabeza, evocará horrorizada la permisividad e indiferencia del pasado frente un acto que, de principio a fin, ensalza y transmite violencia y nada más que violencia. También a los niños. La pregunta es: ¿somos hoy tan ignorantes, tan miserables o tan cobardes como para tener que esperar? ¿Aguardar a qué? Mañana siempre es tarde ante un crimen. Y el Torneo del Toro de la Vega no es más que eso.

El crimen se viste de tradición en Tordesillas

Un traje tejido con la saña, la demencia y el desprecio
Julio Ortega Fraile
lunes, 6 de agosto de 2012, 07:49 h (CET)
La horda bien nutrida, como mandan los cánones de la cobardía. Las lanzas cuidadosamente afiladas, que la muerte viaja más cómoda en hojas aguzadas. La víctima, sola, como siempre; sola frente a la turba desquiciada y sus armas; sola para que sea más sencillo perseguirla, acorralarla y atravesarla; sola pero no anónima, porque el suyo es un crimen planeado, anunciado y consentido. Es un linchamiento legal, por eso, se sigue llamando tradición.

Una mañana más ese segundo martes de septiembre en una ciudad española: Tordesillas. ¿Una más? No, una muy diferente a todas. Porque ese día la Vega que se extiende en las afueras de la población transmutará en circo romano. Porque esa jornada se tornará al medioevo entre los gritos de los sayones, el polvo del suelo, y la sangre y el miedo del reo de una diversión humana. Porque en esa fecha fatídica, yacerán allí los cadáveres de la compasión, la ética y el progreso, y allí también serán pisoteados a golpe de carreras, trotes y lanzadas, mientras la ferocidad vampiriza la vida que se derramará por las hemorragias de un toro con el cuerpo perforado.

Y en el fondo, a ninguno de ellos lo habrá matado el acero, sino la saña de los verdugos, la demencia de quienes les otorgaron el poder para hacerlo, y el desprecio de una sociedad que lo permite y calla. Poco más de un mes es lo que queda para que "Volante", el Toro de la Vega 2012, pague con un dolor desmesurado y con su vida, el amparo legal que aún ahora tutela una costumbre brutal, primitiva, malsana e irracional.

Sabemos que algún día, la sociedad, con sus dignos políticos a la cabeza, evocará horrorizada la permisividad e indiferencia del pasado frente un acto que, de principio a fin, ensalza y transmite violencia y nada más que violencia. También a los niños. La pregunta es: ¿somos hoy tan ignorantes, tan miserables o tan cobardes como para tener que esperar? ¿Aguardar a qué? Mañana siempre es tarde ante un crimen. Y el Torneo del Toro de la Vega no es más que eso.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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