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El pueblo sin voz

Iniciado el camino de regreso al XIX y saludando el saqueo del Bienestar, no hay como renovar el compromiso hacia el orden natural, tras el himno de un pueblo sin voz
Alex Vidal
lunes, 6 de agosto de 2012, 07:37 h (CET)
Diríase que los himnos nacionales denotan la talla de los pueblos. El "himno de España" no se instaura con Carlos III como se dice (el país, tal y como lo entendemos, se constituye a partir de 1812). Tal Marcha Real formaba parte del protocolo de piezas a elegir cuando hacía aparición el rey. En palabras de Álvarez Junco, (Mater Dolorosa/Taurus) el himno comenzará a cobrar sentido como una de las composiciones personales que anuncian la presencia de Carlos III, en distintos actos reales. Quizá nos avergüenza reconocer que el paso del tiempo instalase sin heroísmo alguno, sin causa común o revolución que nos dignificase, una pieza semejante. Hay quien añora alguna letra por cantar, pero es que esa es y no otra, la esencia de España. Cuando uno hace una Revolución, es cuando hay algo que decir, algo nuevo por contar. El himno español no tiene voz porque su pueblo, desde el aplastamiento comunero castellano, nunca la tuvo; porque lo "absoluto" nunca dejó de administrar el poder en la península.

Sólo un pueblo "sin voz" como el español es capaz de pensar que lo que tiene, es un himno comme il faut. Cuando se le corta la cabeza a un Rey absoluto, se hace huir como conejos a sus soldados, a su Corte, a sus Grandes o a su Iglesia cómplice; cuando se celebra la proclamación de unos principios fundamentales conquistados a sangre y fuego frente al absolutismo, el orden natural o la teocracia, entonces sí, se puede celebrar y componer algo con fundamento, pero si de lo que hablamos es de anunciar la presencia en la Corte del déspota ilustrado, (que bastante era por entonces en las Españas), que duda cabe que una musiquilla de fondo sin letra es más que suficiente. Porque no es lo mismo cantar "Aux armes Citoyens, formez vos bataillons, Marchons!" que tener que escribir algo equivalente a "nuestro rey luce como un sol / con su pañuelo evita nuestro hedor" que desde luego quedaría bastante más ridículo. Y es que en España nunca fueron los valores, los que fundamentaron la identidad; al contrario, diríase que sigue siendo la identidad, la que nos reviste de valores. Iniciado el camino de regreso al XIX y saludando el saqueo del Bienestar, no hay como renovar el compromiso hacia el orden natural, tras el himno de un pueblo sin voz.

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Desde este pequeño atril de papel digital y con el permiso de los lectores presento una columna que puede producir dudas, pero también certezas. Siempre escribo con ilusión, como hace décadas se escribía con un lápiz mordido ahora convertido en lápiz digital y que intenta subrayar los ojos de los dispositivos para reflexionar.

El 25 de abril escribí y publiqué un artículo sobre el fallecimiento del papa Francisco, otro tanto hice el 2 de Mayo sobre la preparación del cónclave para la elección del nuevo papa que se celebró el 7 de mayo, y concluyó con la elección de León XIV. Por lo tanto era obligado cerrar esta trilogía, con quien ahora le corresponde gobernar la Barca de Pedro.

El nuevo papa forma parte de la congregación de los agustinos, una orden muy antigua de la iglesia católica que se inspira en la filosofía y la ética de San Agustín de Hipona, un religioso africano, seguramente berebere y casi con seguridad portador de rasgos físicos muy diferentes de aquellos con los que lo ha inmortalizado con el curso del tiempo la institucionalidad de Roma.

 
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