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Presenciar la indigna conducta de los jugadores olímpicos españoles de fumbo (más fumbo y menos fútbol que nunca) fue toda una humillación nacional

La Rojilla: dignos embajadores

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No nos equivoquemos: el fumbo me interesa exactamente un ardite, por usar un lenguaje literario. No me interesa en lo más mínimo, al menos no más allá de lo que significa la práctica de un deporte, que para mí ha de ser siempre no retribuida. Lo de sus sueldos y prebendas, lo de que alguien que se gana la vida a patadas sea una especie de ídolo de masas, siempre me pareció el escaparate de una sociedad sin aspiraciones. Pero, en fin, hay lo que hay.

Debo admitir que La Roja, cuando presencié algunos de sus partidos, me reconcilió mínimamente con el fumbo, porque el deporte que ésta practica tiene casi más de ajedrez que de un simple patadón y que sea lo que Dios quiera. La Roja, al menos la que he visto jugar, tiene elegancia, clase, sistema, orden, profesionalidad e inteligencia. En fin, una selección nacional que no sólo ha merecido los laureles que ha obtenido, sino que sabe repartir por el mundo una impronta de elegancia y saber estar que la hace merecedora de la admiración de todos. Eso es deporte. Incluso cuando han perdido, aunque fuera en partidos amistosos, han sabido estar a la altura no sólo reconociendo los valores del adversario, sino admitiendo sin tapujos su inferioridad, siquiera fuera coyuntural.

Por el contrario, esa selección a la nombran como La Rojita, ese grupo de chicos que algunos personajes sin talento han llevado a Londres luciendo los colores de España, son otra cosa. Nada que ver con La Roja: son su antítesis. Se han mostrado como barriobajeros, pandilleros, sucios, ignorantes, carentes de toda inteligencia y sin, al parecer, otros rudimentos del juego que ganar como sea, valiéndoles todo, incluso el lesionar al contrario o el atacar al árbitro. Desde el entrenador -¡quién le habrá puesto ahí, Dios mío!- al último jugador, salvo alguna honrosa excepción como Mata, los demás han sido un ejemplo de por qué el fumbo es fumbo y no fútbol. Falta de talento a paletadas, una imagen física propia de pandillas de barrios bajos, guarros como para sacarles la tarjeta roja a la primera de cambio y un no saber estar de tal calibre que ha sido toda una ignominia nacional, una vergüenza de la que difícilmente nos recuperaremos, entenebreciendo los méritos acumulados por aquélla otra, La Roja.

De donde hay no se puede sacar. Las autoridades (¿) deportivas deberían saber que esos chicos eran buenos para nada, que vivían de los réditos de la otra Roja, pero que en ellos no había ni clase, ni talento ni siquiera educación. De lealtad deportiva no hablamos, porque para esos chavales esto debe ser suajili. Nos han avergonzado como país y como españoles, no sólo no sabiendo perder, sino echando responsabilidades fuera al culpar árbitro por algún error (penalti o no, tanto da) e incluso yendo a por el contrario a reventarle, como si el contrario fuera un enemigo al que debían amputársele las dos piernas por jugar mejor que ellos. Ha sido tal la falta de clase, de estilo, de valores deportivos y de la educación más elemental, que lo mejor que se podría hacer por ellos es facilitarles una serie de clases de urbanidad, naturalmente después de prohibírseles jugar al fumbo en lo que les queda de vida. La ridícula Armada Invencible ésta, en fin, ha hecho el ridículo más solemne y ha puesto a los españoles y a España en el lugar más bajo e ignominioso que era posible.

Por mi condición profesional tengo que viajar por todo el mundo continuamente, y sé que cada español que está fuera de España, le guste o le displazca, es un embajador no numerario. Con tanta más razón lo es un deportista que, además, viste los colores patrios. Los embajadores que envió España a representarnos en Londres 2012 han demostrado estar a una altura envidiable que va dejando un rastro de admiración por donde van, aunque ahora ha sido completamente eclipsada por esta Rojilla de vergüenza y falta de talento. No sólo han ensombrecido el buen hacer de la totalidad del multidisciplinario equipo español desplazado a los juegos, sino que por ser el fumbo uno de los deportes de masas que más atención acaparan y por partir como favoritos para la medalla de oro, el ridículo que han hecho, unido a su lamentable actuación como personas y como equipo, ha dejado al olimpismo español y a la misma España como si todos fuéramos unos resentidos que, si no nos dejan ganar, vamos en plan pandilla a liarla. Los partidos, y mucho menos las competiciones, no se pierden porque se pite o no un penalti, sino porque no se metan un montón de goles limpios en cada partido que hagan esas posibles decisiones arbitrales erróneamente humanas, irrelevantes.

No es lo mío el fumbo, no, y debe considerarse esta opinión nada más que con el escaso valor que tiene. Sin embargo, me llama la atención la afrenta que ha supuesto para todo el mundo la actuación pandillera de estos chicos sin talento, y lo ardorosamente que este indigno proceder ha sido ocultado o pasado por alto en los medios de España. Vaya por ese silencio, pues, esta opinión insignificante, y un mensaje transparente: ganar saben todos, pero perder, no. Y aquí, tanto como en la victoria, está la verdadera categoría del individuo en general y del deportista muy en particular.

Si la Roja merece todos nuestros aplausos por su digno y leal proceder, esta Rojilla nos ha llenado de vergüenza. Bueno es que si a aquéllos los premiamos, a éstos se los castigue en la misma medida. No tienen ningún derecho a dejarnos a todos los españoles como ridículos mataviejas que agreden árbitros o adversarios si pierden, ni lo tienen a enseñar a nuestros chicos más jóvenes que eso sea ninguna clase de deporte o de conducta que no sea merecedora del más severo reproche. Y otra cosa: la imagen que dieron algunos a sus looks debieran ser considerados con un poquitín más de esmero, porque son embajadores de un país y, en consecuencia, de toda una población. No es una pandilla (basca) de un barrio bajo, y si se les mima en su aspecto en cuanto a dotarles de trajes o modos de vestir, debería exigírseles también un aspecto adecuado en su otro "look". La educación es mucho más que saber estar. Ya se sabe que la mujer del césar no sólo debe ser buena –que estos chavales no lo son-, sino también parecerlo. De vergüenza, en fin. Como para que cuando a uno le pregunten por esos mundos de Dios por su nacionalidad, diga: “Hondureño, soy hondureño.”

La Rojilla: dignos embajadores

Presenciar la indigna conducta de los jugadores olímpicos españoles de fumbo (más fumbo y menos fútbol que nunca) fue toda una humillación nacional
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 30 de julio de 2012, 13:04 h (CET)
No nos equivoquemos: el fumbo me interesa exactamente un ardite, por usar un lenguaje literario. No me interesa en lo más mínimo, al menos no más allá de lo que significa la práctica de un deporte, que para mí ha de ser siempre no retribuida. Lo de sus sueldos y prebendas, lo de que alguien que se gana la vida a patadas sea una especie de ídolo de masas, siempre me pareció el escaparate de una sociedad sin aspiraciones. Pero, en fin, hay lo que hay.

Debo admitir que La Roja, cuando presencié algunos de sus partidos, me reconcilió mínimamente con el fumbo, porque el deporte que ésta practica tiene casi más de ajedrez que de un simple patadón y que sea lo que Dios quiera. La Roja, al menos la que he visto jugar, tiene elegancia, clase, sistema, orden, profesionalidad e inteligencia. En fin, una selección nacional que no sólo ha merecido los laureles que ha obtenido, sino que sabe repartir por el mundo una impronta de elegancia y saber estar que la hace merecedora de la admiración de todos. Eso es deporte. Incluso cuando han perdido, aunque fuera en partidos amistosos, han sabido estar a la altura no sólo reconociendo los valores del adversario, sino admitiendo sin tapujos su inferioridad, siquiera fuera coyuntural.

Por el contrario, esa selección a la nombran como La Rojita, ese grupo de chicos que algunos personajes sin talento han llevado a Londres luciendo los colores de España, son otra cosa. Nada que ver con La Roja: son su antítesis. Se han mostrado como barriobajeros, pandilleros, sucios, ignorantes, carentes de toda inteligencia y sin, al parecer, otros rudimentos del juego que ganar como sea, valiéndoles todo, incluso el lesionar al contrario o el atacar al árbitro. Desde el entrenador -¡quién le habrá puesto ahí, Dios mío!- al último jugador, salvo alguna honrosa excepción como Mata, los demás han sido un ejemplo de por qué el fumbo es fumbo y no fútbol. Falta de talento a paletadas, una imagen física propia de pandillas de barrios bajos, guarros como para sacarles la tarjeta roja a la primera de cambio y un no saber estar de tal calibre que ha sido toda una ignominia nacional, una vergüenza de la que difícilmente nos recuperaremos, entenebreciendo los méritos acumulados por aquélla otra, La Roja.

De donde hay no se puede sacar. Las autoridades (¿) deportivas deberían saber que esos chicos eran buenos para nada, que vivían de los réditos de la otra Roja, pero que en ellos no había ni clase, ni talento ni siquiera educación. De lealtad deportiva no hablamos, porque para esos chavales esto debe ser suajili. Nos han avergonzado como país y como españoles, no sólo no sabiendo perder, sino echando responsabilidades fuera al culpar árbitro por algún error (penalti o no, tanto da) e incluso yendo a por el contrario a reventarle, como si el contrario fuera un enemigo al que debían amputársele las dos piernas por jugar mejor que ellos. Ha sido tal la falta de clase, de estilo, de valores deportivos y de la educación más elemental, que lo mejor que se podría hacer por ellos es facilitarles una serie de clases de urbanidad, naturalmente después de prohibírseles jugar al fumbo en lo que les queda de vida. La ridícula Armada Invencible ésta, en fin, ha hecho el ridículo más solemne y ha puesto a los españoles y a España en el lugar más bajo e ignominioso que era posible.

Por mi condición profesional tengo que viajar por todo el mundo continuamente, y sé que cada español que está fuera de España, le guste o le displazca, es un embajador no numerario. Con tanta más razón lo es un deportista que, además, viste los colores patrios. Los embajadores que envió España a representarnos en Londres 2012 han demostrado estar a una altura envidiable que va dejando un rastro de admiración por donde van, aunque ahora ha sido completamente eclipsada por esta Rojilla de vergüenza y falta de talento. No sólo han ensombrecido el buen hacer de la totalidad del multidisciplinario equipo español desplazado a los juegos, sino que por ser el fumbo uno de los deportes de masas que más atención acaparan y por partir como favoritos para la medalla de oro, el ridículo que han hecho, unido a su lamentable actuación como personas y como equipo, ha dejado al olimpismo español y a la misma España como si todos fuéramos unos resentidos que, si no nos dejan ganar, vamos en plan pandilla a liarla. Los partidos, y mucho menos las competiciones, no se pierden porque se pite o no un penalti, sino porque no se metan un montón de goles limpios en cada partido que hagan esas posibles decisiones arbitrales erróneamente humanas, irrelevantes.

No es lo mío el fumbo, no, y debe considerarse esta opinión nada más que con el escaso valor que tiene. Sin embargo, me llama la atención la afrenta que ha supuesto para todo el mundo la actuación pandillera de estos chicos sin talento, y lo ardorosamente que este indigno proceder ha sido ocultado o pasado por alto en los medios de España. Vaya por ese silencio, pues, esta opinión insignificante, y un mensaje transparente: ganar saben todos, pero perder, no. Y aquí, tanto como en la victoria, está la verdadera categoría del individuo en general y del deportista muy en particular.

Si la Roja merece todos nuestros aplausos por su digno y leal proceder, esta Rojilla nos ha llenado de vergüenza. Bueno es que si a aquéllos los premiamos, a éstos se los castigue en la misma medida. No tienen ningún derecho a dejarnos a todos los españoles como ridículos mataviejas que agreden árbitros o adversarios si pierden, ni lo tienen a enseñar a nuestros chicos más jóvenes que eso sea ninguna clase de deporte o de conducta que no sea merecedora del más severo reproche. Y otra cosa: la imagen que dieron algunos a sus looks debieran ser considerados con un poquitín más de esmero, porque son embajadores de un país y, en consecuencia, de toda una población. No es una pandilla (basca) de un barrio bajo, y si se les mima en su aspecto en cuanto a dotarles de trajes o modos de vestir, debería exigírseles también un aspecto adecuado en su otro "look". La educación es mucho más que saber estar. Ya se sabe que la mujer del césar no sólo debe ser buena –que estos chavales no lo son-, sino también parecerlo. De vergüenza, en fin. Como para que cuando a uno le pregunten por esos mundos de Dios por su nacionalidad, diga: “Hondureño, soy hondureño.”

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