¡Vergonzoso! Ayer, Cataluña, fue el hazmerreír de España, Europa y el mundo. La montaña parió un ratoncillo. Los dirigentes políticos catalanes han demostrado que son de otra pasta, pero de una pasta mala, muy mala. ¡La chulería reiterada les ha explotado en las manos! posiblemente hayan pinchado el globo como han pinchado la escasa credibilidad que ya tenían.
No han sabido dirigir al pueblo ni ver que iban por el camino equivocado. Han hablado del referéndum como si se hubiese celebrado con transparencia, cuando el TC lo había echado abajo porque la Constitución lo impide y porque la falta de garantías era clamorosa. Ningún país mundial reconocía que el referéndum fuera lustroso y garantista. Por eso se ha quedado en simple “butifarréndum”.
Anoche lo decían todo las caras de los catalanes que esperaban un parto importante. La decepción en la plaza de Lluis Companys era total, las caras de susto y preocupación, los gestos de rencor y de decepción. Nunca tan pocos habían hecho tanto daño. Puigdemont ha declarado la independencia y la ha suspendido de inmediato. Incluso, en el colmo de la ridiculez, ha pedido un esfuerzo al resto de los españoles para que entiendan que “No somos delincuentes ni golpistas”, aunque el golpe de Estado ya se había llevado a cabo y el castigo no tenía equivalencia con aquel otro de triste recuerdo del año 1981.
Por cierto ¿Se negoció con Antonio Tejero? ¿Medió alguien en tal circunstancia y ante aquellos hechos? ¿Y ahora hay que negociar, mediar y dialogar? ¿Acaso alguien se ha vuelto loco? Lo que está claro es que si no hay una sanción ejemplar, el propio Gobierno y los jueces habrán quedado como “Cagancho en Almagro”. Y eso en la calle ya se nota. No tengo dudas de que España anda muy corta de credibilidades, pero es lo que hay.
La representación de Puigdemont no ha dejado de ser un sí pero no; blanco o tal vez negro confiado pero inseguro. En fin, un caos. Lo único que ha conseguido es alargar la agonía económica de Cataluña y el dolor represor que sufren quienes no son independentistas ni piensan en esa línea. Lógicamente, ante tamaño desliz -y dado que ha llegado el descanso del ‘partido’– muchos esperamos nuevos acontecimientos y reacciones dentro de la ley.
Puigdemont ha asumido “el mandato del pueblo de Cataluña”, según dijo, para convertir a esa comunidad autónoma en un “Estado independiente en forma de república”; eso sí, debió añadir “república bananera”. Lo curioso y sorprendente es que inmediatamente planteó suspender unas semanas esos efectos de la independencia, con el fin de dialogar. Otra forma de alargar la mentira, la insensatez, el odio y la rebeldía. ¿Y el Ejecutivo a qué va a jugar ahora?
Eso de dialogar está bien. Pero qué hay que dialogar, con quién y para qué. No tiene ningún sentido. Lo primero es pedir perdón a los catalanes por el engaño que muchos ya presentíamos y al resto de españoles por la pérdida reiterada de tiempo. No hay diálogo si no es dentro de la Constitución y de la legalidad. Ya se han pasado tres pueblos y medio con los reiterados actos vandálicos en Cataluña, la mofa contra las leyes del Estado español y las innecesarias chulerías. Hay argumentos más que suficientes para aplicar el artículo 155 de la Constitución, pero estoy convencido de que el Gobierno no se va a atrever a ello (sabré pedir disculpas si me equivoco). En ese caso estaríamos ante otro engaño más del Gobierno nacional.