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Un cuerpo sólo es carne, y los Afganos lo saben | |||
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La belleza y la perfección de ese concentrado de historia sagrada o hijo de la evolución, según como se mire. El cuerpo humano. Carne, músculo, hueso, piel, forma para un contenido único, pero prescindible. Afganistán es testimonio de este hecho, prueba de que la carne también se pudre en vida. Treinta años de guerra y el reloj sigue en marcha. Violaciones, asesinatos, tanques rusos pasando por encima de aldeanos en el suelo formando un código de barras fatal, Talibanes matando a mujeres con piedras, colgando traidores a la causa, haciendo volar mercados y carreteras, Ministerios y embajadas. Niños que mueren de hambre en invierno y en verano, mujeres que perecen en el parto porque el amo macho de la casa no deja que doctores fieles o infieles vean el rostro de su posesión moribunda. Soldados de fortuna reventados, soldados de naciones reventados, con los pies y manos amputados. Civiles regurgitados por balas de ambos bandos, civiles que mueren de un simple resfriado, por una sencilla infección o por no poder pagar los 10 o 15 dólares en la farmacia donde venden copias de medicamentos caducados. La muerte y el cuerpo en la tierra afgana. Un hecho diario. Desayuno, comida y cena. Rutina de un vida que según la OMS caduca a los 49 años en el caso de los hombres, y a los 43 para las mujeres. Y mientras tanto los Talibán insisten en que retrocediendo más la vida cristaliza mejor, como una metanfetamina que te arruga el cerebro hasta creer que, aunque corta, la vida y su carne no pertenecen a este mundo. El valor de la carne humana en la lejana tierra de Afganistán es un valor de mercado en recesión, una mala inversión incluso después de más de diez años de intervención Internacional. La muerte sigue victoriosa. Y la guerra… su curso económico en beneficio de unos pocos. Y entonces pienso en esa oración devuelta a la palestra mediática gracias a Gerardo Herrero, gran cineasta español, y su magnífica y reciente obra ‘Silencio en la Nieve’, y de ahí al interior del combate pugilístico que sucede en la mente de los que vivimos en la vieja Bactria acostumbrados al horror y a la carne humana podrida. Pienso en esa oración y sigo sin comprenderla mientras la murmuro antes de salir a las provincias donde la muerte está agazapada esperando detrás de cada esquina: ‘Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que vas a morir, mira que no sabes cuando’. Amador Guallar Photo Web Site |
El Colegio de Educación Infantil y Primaria Blasco Ibáñez, del municipio valenciano de Beniparrell, permanece cerrado desde hace más de seis meses por la trágica DANA. El desastre meteorológico arrasó los cimientos del edificio al que acudían 131 alumnos, afectando al sótano de la escuela y quedando las aulas inhabitables. Ahora, las familias denuncian una cadena de soluciones insuficientes y tardías.
El pesimismo suele llenarlo todo, y la preocupación se palpa en el ambiente. La palabra «crisis» (económica, moral, educativa, cultural, ética, social...) monopoliza todas y cada una de las conversaciones que se llevan a cabo a lo largo y ancho de este país. Con este comienzo, lo más normal es que los lectores piensen que les quiero agobiar, pero ni mucho menos es esa mi intención.
El impuesto a los beneficios extraordinarios e ingentes de la banca es una cuestión de justicia social en España y en cualquier país del mundo. La justificación económica de lo que se recauda, por parte de Hacienda o del sistema de impuestos responde a la necesidad de gravar los excesos de rentabilidad bancaria.
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