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Cuentos de sor Consuelo

El joven rebelde

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Mario sufrió un accidente de moto cuando tenía 16 años e iba al instituto de los Maristas. Se recuperó bastante, pero no volvió a andar bien. Las mayores secuelas fueron psicológicas. Su carácter cambió. Al ver las orejas al lobo, se volvió un joven sarcástico y descreído, que no parecía respetar ni temer nada, como si hubiera madurado de repente.

El padre Rodrigo sufría en las clases los comentarios sarcásticos de Mario, sus preguntas impertinentes de retorcida intención. Le preocupaba que, con 17 años, Mario odiara el mundo, estuviera resentido contra la vida, al haber descubierto su lado negro.

Así que Rodrigo consultó a sor Consuelo. En las convivencias entre centros, la monjita buscó a Mario y, tras sufrir sus sarcasmos, le dijo:

─Somos criaturas. Sólo Dios es grande.

Mario sonrió cáustico y se perdió entre los alumnos. Pero meses después, en la siguiente convivencia, fue Mario quien se acercó a sor Consuelo, esta vez humilde.

─Tiene razón, madre ─le dijo─. Sólo Dios es grande.

La actitud de Mario cambió poco a poco, con esfuerzo. Se hizo más positivo, volvió a ser un buen estudiante y hasta recuperó cierta alegría que le correspondía por su edad.

El joven rebelde

Cuentos de sor Consuelo
Manuel del Pino
lunes, 25 de septiembre de 2017, 08:01 h (CET)
Mario sufrió un accidente de moto cuando tenía 16 años e iba al instituto de los Maristas. Se recuperó bastante, pero no volvió a andar bien. Las mayores secuelas fueron psicológicas. Su carácter cambió. Al ver las orejas al lobo, se volvió un joven sarcástico y descreído, que no parecía respetar ni temer nada, como si hubiera madurado de repente.

El padre Rodrigo sufría en las clases los comentarios sarcásticos de Mario, sus preguntas impertinentes de retorcida intención. Le preocupaba que, con 17 años, Mario odiara el mundo, estuviera resentido contra la vida, al haber descubierto su lado negro.

Así que Rodrigo consultó a sor Consuelo. En las convivencias entre centros, la monjita buscó a Mario y, tras sufrir sus sarcasmos, le dijo:

─Somos criaturas. Sólo Dios es grande.

Mario sonrió cáustico y se perdió entre los alumnos. Pero meses después, en la siguiente convivencia, fue Mario quien se acercó a sor Consuelo, esta vez humilde.

─Tiene razón, madre ─le dijo─. Sólo Dios es grande.

La actitud de Mario cambió poco a poco, con esfuerzo. Se hizo más positivo, volvió a ser un buen estudiante y hasta recuperó cierta alegría que le correspondía por su edad.

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