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Opinión
Etiquetas | Arenas movedizas | Mohamed Merah
"Nuestro enemigo no es una religión, ni ningún Dios, ni mucho menos una cultura milenaria. Nuestro enemigo es una ideología totalitaria, que en su furibundo odio a occidente nos ha lanzado un órdago a nuestra libertad "

El odio a los judíos

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Les confieso que uno jamás se acostumbra a la confusión, al pasmo y a la rabia que producen este tipo de noticias. Aunque sea porque no tenemos anticuerpos contra el dolor y si los tuviéramos serían inservibles para entender la nueva fechoría del delirio islamista encarnado en un terrorista francés, de origen argelino, obsesionado por declarar la guerra a personas inocentes y a poner de rodillas a toda una nación, como la República Francesa. ¿Nos puede sorprender? Como si no hubiéramos  sido testigo de las infinitas muestras de totalitarismo y de maldad que el salafismo ha perpetrado contra Occidente.

Ahora los judíos vuelven a ser el epicentro de todas sus múltiples locuras, personificada en uno de los colegios judíos de Toulouse, en el sur de Francia, escenario de una matanza absolutamente execrable. Una matanza en la que tres niños y el padre de dos de ellos han muerto y otras cinco personas han resultado heridas a manos de Mohamed Merah, un terrorista que no solo no se ha arrepentido sino que, antes de morir, aún hubiera querido cometer una matanza mucho peor. ¿Qué delito tenían esos cinco inocentes? Ser judíos. Nada nuevo. Los judíos, y fundamentalmente Israel, llevan siendo la obsesión patológica del fundamentalismo islamista. ¿Será tal vez por su defensa de la libertad, por ser la única nación verdaderamente democrática de la zona? Es evidente que sí.  ¿Olvidamos, si no, el ahorcamiento y la fustigación a la que son sometidos los homosexuales en Irán y en otros países? ¿Olvidamos la lapidación a las mujeres, el asesinato de cristianos y la condena a  muerte de Asia Bibi en Pakistán, solo por el hecho de no someterse a los designios del fanatismo religioso?

Más allá de la rabia que nos produce, este atentado nos debería formular muchas preguntas que al final deberían circunscribirse en una misma conclusión. Este atentado nos demuestra, una vez más, la fragilidad de nuestra sociedad y de los valores que la sustentan. Sin ir más lejos, Merah, un ciudadano francés educado en los valores de la República Francesa, se vanagloriaba de pertenecer a Al Qaeda y tal vez lo peor, que realizara sendos viajes a la frontera entre Pakistán y Afganistán, en 2010 y 2011, para integrarse en grupos terroristas de talibanes en una región en la que actúa el Movimiento de los Talibanes de Pakistán (TIP).   

Pero, al mismo tiempo, el atentado es una derrota colectiva como sociedad. Porque cada persona aleccionada en el odio, ya sea en las escuelas, en las familias, en las mezquitas o en la calle, es un fracaso sin paliativos. Y cuando la sociedad calla y mira para otro lado porque ello no nos afecta, esa sociedad cabalga a marchas forzadas hacia la muerte civil. Sin embargo, me asombra la distancia con la que se está analizando el asunto. ¿Puede un mundo como el occidental loar o proteger, envuelto en la patochada de la alianza de civilizaciones, a una ideología totalitaria cuyos únicos fines han sido objetivamente acabar con el pueblo judío y declararle la guerra a occidente?

Seguro que el asesinato de Tolouse lo estarán celebrando todas aquellas criaturas inocentes sometidas a un lavado de cerebro por los talibanes con el único objeto de convertirlos en kamikazes dispuestos a inmolarse por la guerra santa. ¿Cabe mayor maldad? Les han inoculado el odio, un corazón de hielo y, por supuesto, serán incapaces de vislumbrar el dolor en el rostro y el sufrimiento de las familias de esos niños inocentes en su entierro en Jerusalén.  Esas pobres criaturas jamás comprenderán que Dios no puede estar en medio de una locura político-militar financiada con millones de petrodólares destinados no a crear niños y ciudadanos libres e iguales, sino seres humanos alimentados en la violencia, el sectarismo y el odio.

Seguro que Hamad, esa organización terrorista a la que defiende con uñas y dientes parte de la progresía, estará más que encantada con la hazaña de un terrorista en el corazón de Europa, masacrando a judíos inocentes y cometiendo una supuesta venganza en favor del pueblo palestino.

Y seguro que estarán exaltadas esas pobres criaturas que aparecieron hace algún tiempo en el canal islámico de Egipto recitando mensajes antisemitas y llamando a la muerte de los judíos. Porque pensarán, como antaño, que los judíos no pueden vivir como judíos, que no pueden vivir entre nosotros o, tal vez, como una repetición del infierno profano de Auschwitz, simplemente no pueden vivir. No nos equivoquemos y dejémonos de una vez de buenismos paternalistas y de multiculturalismo. Nuestro enemigo no es una religión, ni ningún Dios, ni mucho menos una cultura milenaria. Nuestro enemigo, es una ideología totalitaria, financiada por entidades, como la Qatar Foundation, de la que se vanagloria el FC Barcelona de patrocinar, que se ampara en naciones que forman parte de Naciones Unidas (ONU) y que en su furibundo odio a occidente nos ha lanzado un órdago a nuestra libertad. Una libertad que, resulta innegable, está más amenazada de lo que nos imaginamos.

El odio a los judíos

"Nuestro enemigo no es una religión, ni ningún Dios, ni mucho menos una cultura milenaria. Nuestro enemigo es una ideología totalitaria, que en su furibundo odio a occidente nos ha lanzado un órdago a nuestra libertad "
Javier Montilla
viernes, 23 de marzo de 2012, 07:48 h (CET)
Les confieso que uno jamás se acostumbra a la confusión, al pasmo y a la rabia que producen este tipo de noticias. Aunque sea porque no tenemos anticuerpos contra el dolor y si los tuviéramos serían inservibles para entender la nueva fechoría del delirio islamista encarnado en un terrorista francés, de origen argelino, obsesionado por declarar la guerra a personas inocentes y a poner de rodillas a toda una nación, como la República Francesa. ¿Nos puede sorprender? Como si no hubiéramos  sido testigo de las infinitas muestras de totalitarismo y de maldad que el salafismo ha perpetrado contra Occidente.

Ahora los judíos vuelven a ser el epicentro de todas sus múltiples locuras, personificada en uno de los colegios judíos de Toulouse, en el sur de Francia, escenario de una matanza absolutamente execrable. Una matanza en la que tres niños y el padre de dos de ellos han muerto y otras cinco personas han resultado heridas a manos de Mohamed Merah, un terrorista que no solo no se ha arrepentido sino que, antes de morir, aún hubiera querido cometer una matanza mucho peor. ¿Qué delito tenían esos cinco inocentes? Ser judíos. Nada nuevo. Los judíos, y fundamentalmente Israel, llevan siendo la obsesión patológica del fundamentalismo islamista. ¿Será tal vez por su defensa de la libertad, por ser la única nación verdaderamente democrática de la zona? Es evidente que sí.  ¿Olvidamos, si no, el ahorcamiento y la fustigación a la que son sometidos los homosexuales en Irán y en otros países? ¿Olvidamos la lapidación a las mujeres, el asesinato de cristianos y la condena a  muerte de Asia Bibi en Pakistán, solo por el hecho de no someterse a los designios del fanatismo religioso?

Más allá de la rabia que nos produce, este atentado nos debería formular muchas preguntas que al final deberían circunscribirse en una misma conclusión. Este atentado nos demuestra, una vez más, la fragilidad de nuestra sociedad y de los valores que la sustentan. Sin ir más lejos, Merah, un ciudadano francés educado en los valores de la República Francesa, se vanagloriaba de pertenecer a Al Qaeda y tal vez lo peor, que realizara sendos viajes a la frontera entre Pakistán y Afganistán, en 2010 y 2011, para integrarse en grupos terroristas de talibanes en una región en la que actúa el Movimiento de los Talibanes de Pakistán (TIP).   

Pero, al mismo tiempo, el atentado es una derrota colectiva como sociedad. Porque cada persona aleccionada en el odio, ya sea en las escuelas, en las familias, en las mezquitas o en la calle, es un fracaso sin paliativos. Y cuando la sociedad calla y mira para otro lado porque ello no nos afecta, esa sociedad cabalga a marchas forzadas hacia la muerte civil. Sin embargo, me asombra la distancia con la que se está analizando el asunto. ¿Puede un mundo como el occidental loar o proteger, envuelto en la patochada de la alianza de civilizaciones, a una ideología totalitaria cuyos únicos fines han sido objetivamente acabar con el pueblo judío y declararle la guerra a occidente?

Seguro que el asesinato de Tolouse lo estarán celebrando todas aquellas criaturas inocentes sometidas a un lavado de cerebro por los talibanes con el único objeto de convertirlos en kamikazes dispuestos a inmolarse por la guerra santa. ¿Cabe mayor maldad? Les han inoculado el odio, un corazón de hielo y, por supuesto, serán incapaces de vislumbrar el dolor en el rostro y el sufrimiento de las familias de esos niños inocentes en su entierro en Jerusalén.  Esas pobres criaturas jamás comprenderán que Dios no puede estar en medio de una locura político-militar financiada con millones de petrodólares destinados no a crear niños y ciudadanos libres e iguales, sino seres humanos alimentados en la violencia, el sectarismo y el odio.

Seguro que Hamad, esa organización terrorista a la que defiende con uñas y dientes parte de la progresía, estará más que encantada con la hazaña de un terrorista en el corazón de Europa, masacrando a judíos inocentes y cometiendo una supuesta venganza en favor del pueblo palestino.

Y seguro que estarán exaltadas esas pobres criaturas que aparecieron hace algún tiempo en el canal islámico de Egipto recitando mensajes antisemitas y llamando a la muerte de los judíos. Porque pensarán, como antaño, que los judíos no pueden vivir como judíos, que no pueden vivir entre nosotros o, tal vez, como una repetición del infierno profano de Auschwitz, simplemente no pueden vivir. No nos equivoquemos y dejémonos de una vez de buenismos paternalistas y de multiculturalismo. Nuestro enemigo no es una religión, ni ningún Dios, ni mucho menos una cultura milenaria. Nuestro enemigo, es una ideología totalitaria, financiada por entidades, como la Qatar Foundation, de la que se vanagloria el FC Barcelona de patrocinar, que se ampara en naciones que forman parte de Naciones Unidas (ONU) y que en su furibundo odio a occidente nos ha lanzado un órdago a nuestra libertad. Una libertad que, resulta innegable, está más amenazada de lo que nos imaginamos.

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