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Opinión
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En tiempos de paro masivo, el INEM se preocupa por emplear a los parados en actividades de muy gran utilidad

La impagable labor del Inem

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Por si el lector lo ignora, que así debiera ser pues no ha motivo para lo contrario, pertenezco a la empresa con más trabajadores de España: el INEM. No deja de ser esto una falsedad, pues ni es empresa ni en puridad podemos denominarnos trabajadores quien a ella pertenecemos. Ciertamente, en mi caso, ni siquiera lo fui antes de ingresar en la nutrida lista de parados, pues mi condición de funcionario connota, en rigor, opuesta condición a la de trabajador.

Comoquiera que el mencionado INEM no puede ofrecer empleo a todo el mundo (yo diría que a nadie aunque conozco a un anciano señor, medio loco, medio cuerdo, que afirma haber conseguido en su día trabajo a través del INEM. Vaya usted a saber) lo que en verdad hace esta mal llamada oficina de empleo (¿no debiera ser de desempleo?) es ocupar a quienes en teoría estamos desocupados, esto es, actuar a modo de servicio de guardería a fin de evitar que con la excesiva ociosidad nos diera por pensar, con el consiguiente peligro que eso conlleva (y que en España hemos ya olvidado, añado).

Tanto es así que escasos días atrás recibí una aséptica carta del fútil organismo de marras conminándome a presentarme en uno de estos centros subcontratados por la Comunidad a fin de consumar trámites y cumplimientos para los que el INEM no está dotado (¿y para qué sí?) y demás chanchullos. Se trataba de realizar unas tutorías orientativas, formativas y qué sé yo harto útiles “para mi futuro profesional”. ¡Ja! me dije. Y allí fui, no tanto por la curiosidad y expectación que me causaba como por el riesgo de perder la jugosa prestación sustitoria ganada en años de profusa y sufrida inactividad como funcionario.

Ignoraba qué grandes conocimientos, qué magnos saberes, cuán sublimes lecciones y, en definitiva, qué egregios maestros nos esperaban a todos los que allí nos reuniríamos. Como uno es de natural ingenuo y medio bobo, siempre tiende a pensar con la cabeza y a esperar que la lógica y el sentido común imperen en los designios de nuestra mundialmente afamada Administración. ¡Ah, pobre de mí, cuándo aprenderé de mis errores! Bien empleado me estuvo encontrarme no más hube llegado con cuán diferente era la realidad de mis vanas expectativas. Si no encuentras trabajo ni enseñanza útil, tal vez encuentres allí al amor de tu vida me dijo con iluso optimismo mi psicoanalista. ¡Dichoso de él que jamás tuvo la desgracia de visitar uno de estos centros ni asistir a tutoría alguna!

Por lo pronto, el amor iba a ser difícil encontrarlo. La magna profesora, por así llamarlo, resultaba ser una joven psicóloga que al consultar mi currículum se preguntó, ignorante ella, qué demonios era eso del psicoanálisis que yo había estudiado. ¡Aleluya! dije para mí ¡parece que nuestra Facultad de Psicología sigue siendo igual de absurda, inútil e ignorante que siempre! ¿Quién dijo que España estaba yendo a peor? Como soy persona paciente y con tendencia a la armonía, traté de explicárselo de la mejor de las maneras posibles. Y ella no lo entendió de ninguno de los modos. Así que se optó por comenzar con las lecciones.

Los asistentes al acto, en su mayoría obreros sudamericanos (la minoría era tan solo yo) fuimos sentados frente a unos ordenadores comprados en los años en que Bill Gates aun no había hecho la primera comunión. Decía que el amor no habría de encontrarlo en semejante lugar (y gracias empezaba a dar de no hallar siquiera la muerte, pues a tal fin parecía haber sido enviado) pues una vez descartada la profesora, tan solo quedaban una mujer búlgara que ya no cumpliría los cincuenta por haberlos sobrepasado a buen seguro hacía mucho tiempo y otra señora de edad, físico e inteligencia indefinidos. Lo demás, como decía, eran caballeros de nivel cultural ínfimo. Lo que en España llamamos nivel medio.

Y entonces comenzó el jolgorio, la algarabía, el surrealismo en su grado más profundo. Desde su tribuna de oradora junto a la pizarra, la profesora preguntó en voz alta si alguien desconocía la diferencia entre una página web y un correo electrónico. ¡Qué bien! dije para mis adentros, al menos se gasta ironías, la tía. Algo bueno tenía que tener. Y de pronto, y juro que no era un sueño, la mitad del auditorio levantó su mano. ¡Oh, dioses del cielo, qué mal había hecho yo para tener que padecer semejante episodio!. Y el espectáculo continuó. La psicóloga (conductista, cómo no) procedió a explicar la diferencia cual si de Coco se tratase. Vamos a ver lo que es una página web. Por ejemplo, www.Mercadona.com. Aquí podréis entrar a dejar vuestro currículum alguna vez. ¿Mi currículum? ¿Dos carreras y dos máster para acabar en Mercadona? Ah, pero no era una broma. Juro que miré por todos los rincones y allí no había cámara alguna. Y si la hubiera habido, hubiese preferido que fuera de gas. Aquello era insoportable. Ni siquiera los ordenadores tenían cámara. ¡Que iban a tener si cuando los fabricaron, las fotos todavía se hacían en blanco y negro!

Y el curso prosiguió sin decaer en su nivel. ¿Y alguien sabe cómo se le llama al ".com" preguntó la insigne maestra? Hubo unos interminables segundos de silencio. ¿Lo digo o no lo digo? me dije para mí. Preferí callar y parecer un ignorante más que hablar y quedar como un listillo, o acaso como un sabio. No hubiera podido aguantar los gritos de admiración y los aplausos solamente por decir la palabra dominio. Y entonces alguien, no me pregunten quién, habló. Una voz, genial y admirable, se alzó entre la multitud y dijo: ¡Arroba! Y ahí creí enloquecer. Y fue cuando otra de las personas continuó con un: Eso, que no me salía la palabra. ¡Ah, si escuchara esto Valle Inclán, cuánto habría dado por escribir semejante esperpento! En esos momentos yo ya me hallaba sediento de más farsa, no podía huir de aquel vodevil. ¿Qué más podía pedirle al INEM que convertirme en protagonista de semejante astracán?

Y así se sucedió la mañana. Y los días, que fueron tres nada más y nada menos. Y nos enseñaron a desplazar el cursor por la pantalla simplemente moviendo un pequeño objeto llamado ratón. ¡Oh, prodigiosa magia informática, cuánta admiración causó entre todos tamaño fenómeno! Y aprendimos a navegar por internet y a buscar trabajo no solo en Mercadona. ¡También en Carrefour! Pero esto es un mundo de posibilidades dijo uno. ¿Y lleva pilas? preguntó otro. Y nos enseñaron a crearnos una cuenta de correo y a mandarnos emails entre nosotros. La mujer indefinida me escribió algo tal que así: Ola me yamo Puri y bibo en Madriz ke tal stas? Soy psicologa conductista. Otra más, ¡son una terrible plaga!

¡Cuánto frenesí, cuánto furor, cuánto arrebato! En ese momento yo no quería que aquello acabara nunca. Y aparte del imborrable recuerdo en mi memoria, decidí tener una prueba física que acreditara que todo aquello no había sido una terrible pesadilla. De modo que solicité a la sabia psicóloga un certificado impreso en el que constara mi asistencia a las fatídicas tutorías. Hábil y eficiente, no tuvo dificultad alguna en redactar el diploma en una de las carracas informáticas. Desgraciadamente, no pudo entregarme documento alguno. La psicóloga no sabía imprimir.

La impagable labor del Inem

En tiempos de paro masivo, el INEM se preocupa por emplear a los parados en actividades de muy gran utilidad
Jonah de Morais
martes, 14 de febrero de 2012, 12:43 h (CET)
Por si el lector lo ignora, que así debiera ser pues no ha motivo para lo contrario, pertenezco a la empresa con más trabajadores de España: el INEM. No deja de ser esto una falsedad, pues ni es empresa ni en puridad podemos denominarnos trabajadores quien a ella pertenecemos. Ciertamente, en mi caso, ni siquiera lo fui antes de ingresar en la nutrida lista de parados, pues mi condición de funcionario connota, en rigor, opuesta condición a la de trabajador.

Comoquiera que el mencionado INEM no puede ofrecer empleo a todo el mundo (yo diría que a nadie aunque conozco a un anciano señor, medio loco, medio cuerdo, que afirma haber conseguido en su día trabajo a través del INEM. Vaya usted a saber) lo que en verdad hace esta mal llamada oficina de empleo (¿no debiera ser de desempleo?) es ocupar a quienes en teoría estamos desocupados, esto es, actuar a modo de servicio de guardería a fin de evitar que con la excesiva ociosidad nos diera por pensar, con el consiguiente peligro que eso conlleva (y que en España hemos ya olvidado, añado).

Tanto es así que escasos días atrás recibí una aséptica carta del fútil organismo de marras conminándome a presentarme en uno de estos centros subcontratados por la Comunidad a fin de consumar trámites y cumplimientos para los que el INEM no está dotado (¿y para qué sí?) y demás chanchullos. Se trataba de realizar unas tutorías orientativas, formativas y qué sé yo harto útiles “para mi futuro profesional”. ¡Ja! me dije. Y allí fui, no tanto por la curiosidad y expectación que me causaba como por el riesgo de perder la jugosa prestación sustitoria ganada en años de profusa y sufrida inactividad como funcionario.

Ignoraba qué grandes conocimientos, qué magnos saberes, cuán sublimes lecciones y, en definitiva, qué egregios maestros nos esperaban a todos los que allí nos reuniríamos. Como uno es de natural ingenuo y medio bobo, siempre tiende a pensar con la cabeza y a esperar que la lógica y el sentido común imperen en los designios de nuestra mundialmente afamada Administración. ¡Ah, pobre de mí, cuándo aprenderé de mis errores! Bien empleado me estuvo encontrarme no más hube llegado con cuán diferente era la realidad de mis vanas expectativas. Si no encuentras trabajo ni enseñanza útil, tal vez encuentres allí al amor de tu vida me dijo con iluso optimismo mi psicoanalista. ¡Dichoso de él que jamás tuvo la desgracia de visitar uno de estos centros ni asistir a tutoría alguna!

Por lo pronto, el amor iba a ser difícil encontrarlo. La magna profesora, por así llamarlo, resultaba ser una joven psicóloga que al consultar mi currículum se preguntó, ignorante ella, qué demonios era eso del psicoanálisis que yo había estudiado. ¡Aleluya! dije para mí ¡parece que nuestra Facultad de Psicología sigue siendo igual de absurda, inútil e ignorante que siempre! ¿Quién dijo que España estaba yendo a peor? Como soy persona paciente y con tendencia a la armonía, traté de explicárselo de la mejor de las maneras posibles. Y ella no lo entendió de ninguno de los modos. Así que se optó por comenzar con las lecciones.

Los asistentes al acto, en su mayoría obreros sudamericanos (la minoría era tan solo yo) fuimos sentados frente a unos ordenadores comprados en los años en que Bill Gates aun no había hecho la primera comunión. Decía que el amor no habría de encontrarlo en semejante lugar (y gracias empezaba a dar de no hallar siquiera la muerte, pues a tal fin parecía haber sido enviado) pues una vez descartada la profesora, tan solo quedaban una mujer búlgara que ya no cumpliría los cincuenta por haberlos sobrepasado a buen seguro hacía mucho tiempo y otra señora de edad, físico e inteligencia indefinidos. Lo demás, como decía, eran caballeros de nivel cultural ínfimo. Lo que en España llamamos nivel medio.

Y entonces comenzó el jolgorio, la algarabía, el surrealismo en su grado más profundo. Desde su tribuna de oradora junto a la pizarra, la profesora preguntó en voz alta si alguien desconocía la diferencia entre una página web y un correo electrónico. ¡Qué bien! dije para mis adentros, al menos se gasta ironías, la tía. Algo bueno tenía que tener. Y de pronto, y juro que no era un sueño, la mitad del auditorio levantó su mano. ¡Oh, dioses del cielo, qué mal había hecho yo para tener que padecer semejante episodio!. Y el espectáculo continuó. La psicóloga (conductista, cómo no) procedió a explicar la diferencia cual si de Coco se tratase. Vamos a ver lo que es una página web. Por ejemplo, www.Mercadona.com. Aquí podréis entrar a dejar vuestro currículum alguna vez. ¿Mi currículum? ¿Dos carreras y dos máster para acabar en Mercadona? Ah, pero no era una broma. Juro que miré por todos los rincones y allí no había cámara alguna. Y si la hubiera habido, hubiese preferido que fuera de gas. Aquello era insoportable. Ni siquiera los ordenadores tenían cámara. ¡Que iban a tener si cuando los fabricaron, las fotos todavía se hacían en blanco y negro!

Y el curso prosiguió sin decaer en su nivel. ¿Y alguien sabe cómo se le llama al ".com" preguntó la insigne maestra? Hubo unos interminables segundos de silencio. ¿Lo digo o no lo digo? me dije para mí. Preferí callar y parecer un ignorante más que hablar y quedar como un listillo, o acaso como un sabio. No hubiera podido aguantar los gritos de admiración y los aplausos solamente por decir la palabra dominio. Y entonces alguien, no me pregunten quién, habló. Una voz, genial y admirable, se alzó entre la multitud y dijo: ¡Arroba! Y ahí creí enloquecer. Y fue cuando otra de las personas continuó con un: Eso, que no me salía la palabra. ¡Ah, si escuchara esto Valle Inclán, cuánto habría dado por escribir semejante esperpento! En esos momentos yo ya me hallaba sediento de más farsa, no podía huir de aquel vodevil. ¿Qué más podía pedirle al INEM que convertirme en protagonista de semejante astracán?

Y así se sucedió la mañana. Y los días, que fueron tres nada más y nada menos. Y nos enseñaron a desplazar el cursor por la pantalla simplemente moviendo un pequeño objeto llamado ratón. ¡Oh, prodigiosa magia informática, cuánta admiración causó entre todos tamaño fenómeno! Y aprendimos a navegar por internet y a buscar trabajo no solo en Mercadona. ¡También en Carrefour! Pero esto es un mundo de posibilidades dijo uno. ¿Y lleva pilas? preguntó otro. Y nos enseñaron a crearnos una cuenta de correo y a mandarnos emails entre nosotros. La mujer indefinida me escribió algo tal que así: Ola me yamo Puri y bibo en Madriz ke tal stas? Soy psicologa conductista. Otra más, ¡son una terrible plaga!

¡Cuánto frenesí, cuánto furor, cuánto arrebato! En ese momento yo no quería que aquello acabara nunca. Y aparte del imborrable recuerdo en mi memoria, decidí tener una prueba física que acreditara que todo aquello no había sido una terrible pesadilla. De modo que solicité a la sabia psicóloga un certificado impreso en el que constara mi asistencia a las fatídicas tutorías. Hábil y eficiente, no tuvo dificultad alguna en redactar el diploma en una de las carracas informáticas. Desgraciadamente, no pudo entregarme documento alguno. La psicóloga no sabía imprimir.

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