Los socialistas se han reunido en el último bastión que les queda impune y han elegido al Guadalquivir, a la Torre del Oro y a la Giralda como testigos del conclave que da a luz al nuevo jefe de la tribu. No muy lejos de allí Arenas ponía sitio a la plaza congregando a sus huestes en Dos Hermanas, a la espera de dar el golpe de gracia. Si cae Andalucía al PSOE ya no le van a quedar covachuelas donde guarecerse. Pero ahí está Rubalcaba, recién parido de las urnas congresuales y con una gruesa capa de maquillaje que cubra su apergaminada piel, ahí esta dispuesto a no dejar perder la comunidad autónoma que siempre ha sido del PSOE. A Griñan le ha dado el puesto florero del partido, presidente, suena a jubilación; mal empezamos.
De todas formas ya poco se puede hacer. O, mejor, ya poco pueden hacer Rubalcaba y Griñan. El descrédito en el que han caído frente a una mayoría de ciudadanos que va en aumento y que se extiende sobre todo entre la generación más joven, solo puede resolverse con una regeneración completa. Este mal, que hoy corroe al PSOE, y a su recién estrenado secretario general, es un mal, en mayor o menor medida, compartido por la política y los que la hacen. Chacón tampoco es que fuera lo mejor de lo mejor; pero al menos no tiene un expediente tan completo como el de Rubalcaba (Gal, corrupción, faisán…). Si de regeneración es de lo que se trata no podemos esperar mucho de Alfredo, lleva más equipaje encima que un carrito del aeropuerto de Barajas.
Mientras, Zapatero sólo. Él es el autentico fracaso en Sevilla, su carrera como líder de los socialistas, iniciada con una esperanzadora renovación, ha ido degenerando hasta concluir con el regreso al felipismo. A Zapatero se le pueden criticar muchas cosas; pero al menos no ha incurrido en la corrupción y el terrorismo de estado de González.
Pero en definitiva la democracia es la que decide; aunque sólo sea por veintidós votos. Esa va a ser una cifra maldita para Rubalcaba. Los dos patitos, seguro que hubiera deseado que la diferencia fuera de veintiuno o de veintitrés; pero nunca de veintidós. Ya nadie se la va a poder quitar de la cabeza. Le recomiendo que haga como Kennedy y que lleve, apuntado en un papelito y guardado en el bolsillo de la chaqueta, la redondísima cifra por la que ha ganado. Así, cada vez que este dando un discurso o una rueda de prensa y meta la mano en el bolsillo recordará cuan frágil e inestable es el poder.
Al final en Sevilla todos acabaron cantando el himno de la Internacional (arriba parias de la tierra…). Como decía Marx un fantasma recorre Europa.