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Atónitos sin horizontes

Un cambio de era se vislumbra desde antes de que naciera el “bebé 7.000 millones”
José Carlos García Fajardo
viernes, 11 de noviembre de 2011, 08:12 h (CET)
“No estoy seguro de que me describiría a mí mismo como científico, sino como un intelectual cuya tarea es hacer grandes preguntas y utilizar un lenguaje cuidadoso para sugerir posibles respuestas, dejando siempre el futuro abierto”, explicaba Paul Kennedy, uno de los intelectuales más influyentes de nuestro tiempo, cuando le acusaban de catastrofista y hasta de maltusiano con motivo de la publicación de su apasionante libro Hacia el siglo XXI (1993).

En él abordaba una de las cuestiones más candentes de entonces: las fuerzas transnacionales con que tendrían que enfrentarse los Estados durante las próximas décadas. La duplicación de la población mundial; la incesante degradación del medioambiente y su impacto en el crecimiento económico; la globalización del comercio; los desequilibrios estructurales y las distintas velocidades del desarrollo o los avances de la tecnología que podrían agravar o paliar los problemas ecológicos y demográficos.

Cuando ya hemos superado los 7.000 millones de habitantes en el planeta, sus previsiones de hace 20 años adquieren gran relevancia. Al tratar de la explosión demográfica, no vacilaba en afirmar que la mayor responsabilidad la tenía el Norte, no el Sur. El 20% del planeta (el Norte) ya estaba consumiendo 80% del producto. Subrayaba que China estaba a punto de superar a Estados Unidos como el contaminante número uno e India lo estaba de superar a Rusia como el número dos. Y sugería que era preciso transferir tecnología para ayudar a los países del Sur a resolver sus problemas ambientales.

No dejaba de señalar que la educación de las mujeres, era el medio principal para que se produjera una maternidad responsable. El dato no ha dejado de acentuarse al comprobar que, en los países en donde las mujeres tienen el mismo acceso a la educación y a los puestos de trabajo y de responsabilidad que los hombres, no se producía esa explosión demográfica. Basta mirar la evolución demográfica en los países desarrollados para comprobar que la disminución de nacimientos y la mayor longevidad de las personas mayores ponían en serio peligro la renovación equilibrada de las poblaciones.

Ya en 1990, Estados Unidos, con solo con el 5% de la población del mundo, consumía el 26% del producto mundial siendo responsable de la mayor parte del consumo de energía y de las emisiones de gases tóxicos. Pero por más que se alertase del peligro existe una reacción ciudadana violenta contra toda regulación gubernamental. El político que se atreva a aumentar los impuestos a la energía, seguramente queda fuera del puesto.

En su reciente artículo ¿Hemos entrado en una nueva era?, se pregunta si la disminución del peso del dólar, la desintegración de los sueños europeos, la carrera armamentística en Asia y la parálisis de la ONU son indicadores de un cambio que anuncian que hemos cruzado una línea divisoria histórica que podría señalar un cambio de Era.

Nadie que viviera en 1480 podía reconocer el mundo de 1530, 50 años después; un mundo de naciones-estado, la ruptura de la cristiandad, la expansión europea hacia Asia y América, la revolución de Gutenberg en las comunicaciones. Tal vez fue la mayor línea divisoria histórica de todos los tiempos, al menos en Occidente, explica.

Muchos expertos en tecnología se entusiasman con la revolución en las telecomunicaciones y sus consecuencias para las autoridades tradicionales y los nuevos movimientos de liberación. De ello hay pruebas con la “primavera árabe” e incluso en el movimiento Occupy Wall Street.

Esos alarmantes indicadores quizás nos anuncian que estamos entrando en un mundo convulso incapaz de controlar su destino. ¿Alguien sabe que 500 años de historia, que representan el mundo de 1500, están a punto de terminarse?, se pregunta.

Quizás caigamos en la cuenta de que Europa nunca ha sido un “continente”, a pesar del eurocentrismo que ejerció durante unos siglos, y que desde hace milenios, en China y en Japón, nos situaban en el “extremo oeste de Asia, en donde viven personas rudas que visten pieles, habitan grutas, hablan a gritos y comen con las manos”.

Sólo habría que añadir que somos incapaces de controlar nuestra explosión demográfica al tiempo que destruimos el medioambiente del que formamos parte y en el que vivimos, nos movemos y somos.

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