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Entra en acción la bella Adelfa

Las aventuras de Jacobo Caspanova / Capítulo VIII

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El bar de Helena estaba desierto, o al menos todo lo vacío que puede estar un establecimiento con una mujer de las dimensiones de Helena al cargo.

-¡Jacobo, pero si llegas dos horas antes!

Jacobo Caspanova tenía la mentalidad antigua y caballerosa de no emborracharse nunca delante de una mujer. Eso sí, esa mentalidad sólo incluía el “delante”, es decir, que Jacobo Caspanova, nuestro “Caspa” desde ahora porque ya podemos considerarnos amigos todos, solía hacer uso de la sana costumbre de tomarse varios tragos antes de acudir a una cita para, en el caso de que esta saliera mal, al menos tener el buen gusto de no recordarla.

-¿Y Adelfa, dónde está nuestra bella Adelfa?

-¡Aún faltan dos horas! –increpó Helena con muy bávaro acento -. ¡A tomar por…! ¿¡Otra vez borracho!? No, no, ¡Adelfa se merece lo mejor y no te pienso servir!

-Bella y noble Helena, ¿acaso no tiene piedad tu corazón para este joven enamorado? Piensa que son tales mis nervios, tales son mis hervores juveniles que mi corazón explotaría si, así de repente, la figura de Adelfa me sorprendiera como una flor caída del cielo.

-¡No, no! ¡Tú lo que quieres es emborracharte a mi costa!

Helena era, en el fondo, una buena mujer que cuidaba de sus mejores clientes como una madre. Protestaba un poco al principio, sí, pero al final siempre terminaba por ceder y ponía la copa e, incluso, la fiaba (eso sí, nunca se olvidaba de cobrar dos donde se debía una).

Al fondo, Caspa pudo distinguir una silueta femenina que apena dejaba entrever el pelo encrespado y pelirrojo de una mujer de mediana edad que mil secretos escondía (sobre todo porque no se le veía la cara) y mil secretos más guardaba. Un pequeño giro de cuello bastó para captar la atención de Caspa, un pequeño giro que recordaba a aquellas figuras retorcidas del mejor Ribera o Caravaggio (pintores barrocos de cuyos nombres Helena nunca quiso acordarse), un pequeño giro que desveló aquel rostro de viruelas y ojos de mil promesas eróticas.

-¿Tú eres el detective ese amanerado amigo de mi prima?

Caspanova realizó una estudiada genuflexión y con garbo y poderío propios exclusivamente de la nobleza retiró los extremos de su americana y se inclinó para besar la mano de la princesa.

-Jacobo Caspanova –respondió el artificioso detective-, para servirla a usted.

-¡Adelfa Goyanes! –respondió la moza mientras terminaba el combinado de un trago-. ¿Nos vamos o qué? Helena dice que eres un tipo elegante y que me vas a invitar a cenar.

Carraspeó Caspanova porque, aunque no se lo crean, el oficio de detective reporta aún menos beneficios económicos que el de escritor, y aquella tarde (casualmente) Jacobo Caspanova estaba más pelado que un marine el día de reclutamiento.

-¿Cenar? –respondió rebuscado Caspa-. ¡Cenar es para el vulgo y las clases inferiores! ¿No te apetece un paseo por el Palacio Real? ¿Sabías que procedo de la nobleza, bella Adelfa? ¿Sabía que está usted ante todo un conde?

El asunto del condado de nuestro amigo Caspa tenía su guasa y cierto parecido valleinclanesco: sí, su título de conde de Nomentero existió en su tiempo y fue tres veces anulado por el indecente comportamiento de los que tan ilustre título portaban: su tátara-tatara-tátara-tatara-tátara-tatara-tátara-tatara-tátara-tatara-tátara-tatara fuera acusado de escándalo público en un burdel (la historia nunca estuvo clara), lo que condujo a la primera anulación del título; su bisabuelo fue igualmente pillado in-fragante cuando intentaba saltar la tapia de un convento de monjas…; para más tarde que fuese su propio padre, en un acceso de libido, el que fuera sorprendido con los pantalones bajados en un parque infantil.

Sin embargo, y con el advenimiento de la tan querida por todos democracia, el título, si bien nunca fue recuperado, sí se le permitió a Caspanova hacer uso de él y pagar los correspondientes impuestos que, por mérito y en virtud del buen orden social, corresponden al Estado.

Después de tan noble paréntesis, dejaremos para mañana más de tan romántica cita, que no es oro todo lo que reluce y el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija y donde tengas la olla no metas la…

Sean buenos y no permitan que las malas acciones resten mérito a su nobleza. Hasta la próxima entrega.

Las aventuras de Jacobo Caspanova / Capítulo VIII

Entra en acción la bella Adelfa
Martín Cid
martes, 25 de octubre de 2011, 13:54 h (CET)
El bar de Helena estaba desierto, o al menos todo lo vacío que puede estar un establecimiento con una mujer de las dimensiones de Helena al cargo.

-¡Jacobo, pero si llegas dos horas antes!

Jacobo Caspanova tenía la mentalidad antigua y caballerosa de no emborracharse nunca delante de una mujer. Eso sí, esa mentalidad sólo incluía el “delante”, es decir, que Jacobo Caspanova, nuestro “Caspa” desde ahora porque ya podemos considerarnos amigos todos, solía hacer uso de la sana costumbre de tomarse varios tragos antes de acudir a una cita para, en el caso de que esta saliera mal, al menos tener el buen gusto de no recordarla.

-¿Y Adelfa, dónde está nuestra bella Adelfa?

-¡Aún faltan dos horas! –increpó Helena con muy bávaro acento -. ¡A tomar por…! ¿¡Otra vez borracho!? No, no, ¡Adelfa se merece lo mejor y no te pienso servir!

-Bella y noble Helena, ¿acaso no tiene piedad tu corazón para este joven enamorado? Piensa que son tales mis nervios, tales son mis hervores juveniles que mi corazón explotaría si, así de repente, la figura de Adelfa me sorprendiera como una flor caída del cielo.

-¡No, no! ¡Tú lo que quieres es emborracharte a mi costa!

Helena era, en el fondo, una buena mujer que cuidaba de sus mejores clientes como una madre. Protestaba un poco al principio, sí, pero al final siempre terminaba por ceder y ponía la copa e, incluso, la fiaba (eso sí, nunca se olvidaba de cobrar dos donde se debía una).

Al fondo, Caspa pudo distinguir una silueta femenina que apena dejaba entrever el pelo encrespado y pelirrojo de una mujer de mediana edad que mil secretos escondía (sobre todo porque no se le veía la cara) y mil secretos más guardaba. Un pequeño giro de cuello bastó para captar la atención de Caspa, un pequeño giro que recordaba a aquellas figuras retorcidas del mejor Ribera o Caravaggio (pintores barrocos de cuyos nombres Helena nunca quiso acordarse), un pequeño giro que desveló aquel rostro de viruelas y ojos de mil promesas eróticas.

-¿Tú eres el detective ese amanerado amigo de mi prima?

Caspanova realizó una estudiada genuflexión y con garbo y poderío propios exclusivamente de la nobleza retiró los extremos de su americana y se inclinó para besar la mano de la princesa.

-Jacobo Caspanova –respondió el artificioso detective-, para servirla a usted.

-¡Adelfa Goyanes! –respondió la moza mientras terminaba el combinado de un trago-. ¿Nos vamos o qué? Helena dice que eres un tipo elegante y que me vas a invitar a cenar.

Carraspeó Caspanova porque, aunque no se lo crean, el oficio de detective reporta aún menos beneficios económicos que el de escritor, y aquella tarde (casualmente) Jacobo Caspanova estaba más pelado que un marine el día de reclutamiento.

-¿Cenar? –respondió rebuscado Caspa-. ¡Cenar es para el vulgo y las clases inferiores! ¿No te apetece un paseo por el Palacio Real? ¿Sabías que procedo de la nobleza, bella Adelfa? ¿Sabía que está usted ante todo un conde?

El asunto del condado de nuestro amigo Caspa tenía su guasa y cierto parecido valleinclanesco: sí, su título de conde de Nomentero existió en su tiempo y fue tres veces anulado por el indecente comportamiento de los que tan ilustre título portaban: su tátara-tatara-tátara-tatara-tátara-tatara-tátara-tatara-tátara-tatara-tátara-tatara fuera acusado de escándalo público en un burdel (la historia nunca estuvo clara), lo que condujo a la primera anulación del título; su bisabuelo fue igualmente pillado in-fragante cuando intentaba saltar la tapia de un convento de monjas…; para más tarde que fuese su propio padre, en un acceso de libido, el que fuera sorprendido con los pantalones bajados en un parque infantil.

Sin embargo, y con el advenimiento de la tan querida por todos democracia, el título, si bien nunca fue recuperado, sí se le permitió a Caspanova hacer uso de él y pagar los correspondientes impuestos que, por mérito y en virtud del buen orden social, corresponden al Estado.

Después de tan noble paréntesis, dejaremos para mañana más de tan romántica cita, que no es oro todo lo que reluce y el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija y donde tengas la olla no metas la…

Sean buenos y no permitan que las malas acciones resten mérito a su nobleza. Hasta la próxima entrega.

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