Tenía 7 años cuando mis padres decidieron pasar unos días del caluroso mes de agosto en Ibiza. Nunca había salido de la Península. Para mí, cruzar parte del charquito que es el Mediterráneo era todo un acontecimiento. La felicidad no me dejaba ni dormir.
Ya en la isla, la cosa fue un poco distinta a como lo había imaginado. Nació en mí una fobia tremenda a las avispas que todavía hoy perdura, me daba asco la arena, no soportaba el calor y para colmo la comida era horrible… Mi alimentación consistió durante 10 días en patatas fritas mezcladas con bocatas de pan, aceite y sal, un clásico que no falla en ningún sitio. Y por arte de magia, un día, sin esperarlo… Paella Valenciana entre los platos del menú. Mi cara cambió. No lo dudé. “¡Yo quiero paella mami!”. Mi madre me avisó. Ella intentaba hacerme ver que no era la paella de casa, lo que yo conocía como paella podía estar muy alejado del plato que me iban a servir.
Todavía recuerdo el caldo entre el que flotaba el arroz. El sabor que resulta al mezclar una gamba con un trozo de pollo. Los colores rojos que asomaban por el plato en forma de tiras de pimiento cortado y laminado… Aquello era todo menos paella. Era arroz cocinado en una paella (que no paellera), pero no era el plato tradicional que se cocina en mi ciudad. Qué chasco, qué desilusión… Con pucheros en mi cara después de un “te lo dije” por parte de mi madre, volví a mi socorrido pan con aceite y sal. Nunca más volví a pedir paella fuera de Valencia.
Llámenla de otra forma. Digan que es arroz, pero por favor, no la llamen paella valenciana. Aceite, pollo, conejo, “ferraura”, “garrofó”, tomate, agua, sal, azafrán y arroz. Eso si es paella valenciana. Sepa señor lector, que cualquier ingrediente que usted añada a su arroz y no se encuentre en esta lista desprestigia el nombre de un tradicional plato originario de las zonas rurales de Valencia durante los siglos XV y XVI.
Llámenme purista, aunque simplemente me considero una firme defensora de algo que mi paladar y el resto de mis sentidos distinguen a la perfección, el sabor y la tradición valencianas. Ahora, por fin, la Consellería de Agricultura de la Generalitat Valenciana ha dado un paso importantísimo otorgando al plato mencionado la Denominación de Origen, obligando a restaurantes y demás a ceñirse a estos ingredientes para utilizar el nombre de paella valenciana. Bravo por la iniciativa al cocinero precursor, y bravo por el apoyo de las instituciones pertinentes. El nombre de paella valenciana debe siempre estar ligado a tradición, sabor, excelencia y respeto y, sintiéndolo mucho, todo lo que exceda de la lista de ingredientes citados, debe ser llamado con otro nombre. Y nadie mejor que los valencianos para poner límites a lo que es y no es paella valenciana, que de esto de arroces, entendemos un poco…