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Impedir que otros gobiernen

Conservar el poder

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Ya se trate de monarquías o repúblicas, tribus o imperios, las historias que leemos de cualquiera de ellos hablan siempre de los que ejercieron el poder, pero raramente de las personas que formaban los pueblos que los soportaban, los que trabajaban en los campos o luchaban como soldados a sus órdenes.

Son historias de guerras, de invasiones, de victorias y derrotas, de apogeos y de caídas, de conspiraciones, de asesinatos, de deportaciones, de grandes construcciones y de grandes destrucciones. Los protagonistas de todas estas historias: reyes, emperadores, caudillos o generales, además de luchar en guerras interminables, dedicaban buena parte de sus esfuerzos a mantenerse en el poder, invocando haberlo recibido de los dioses, haber sido elegido por los patricios, por los nobles, por el ejército, pertenecerle por derecho de conquista o por herencia de sus antepasados.

La soberanía, el poder sobre los demás, antes y ahora corresponde al que puede ejercerlo. La idea moderna de que la soberanía reside en el pueblo, proclamada solemnemente en altisonantes declaraciones, es dudoso de que haya llegado a ser una realidad constatable. El pueblo puede en alguna ocasión echarse a la calle y hacer la revolución, pero siempre dirigido por los que aspiran a sustituir un poder por otro, por el suyo.

Antes y ahora, los que ejercen el poder tienden a conservarlo y dedican quizás más esfuerzos a impedir que otros lleguen a desalojarlos que a administrarlo en beneficio de los ciudadanos.

Terminar con sistemas de poder, dinastías o dictaduras, ha provocado siempre conflictos, muchas veces sangrientos. Podíamos pensar que con la difusión de las ideas democráticas se conjuraron para siempre los conflictos. La violencia podía sustituirse por el recuento de votos, cambiar un gobierno por otro en pacífica alternancia. Pero esto solo puede materializarse donde todos respeten el estado de derecho, se busque el bien común, haya división de poderes, lealtad, juego limpio, controles y contrapesos, economía y transparencia.

No estoy muy seguro de que esto ocurra aquí y ahora. Puede cambiar el gobierno, pero ¿podrá gobernar? La derecha fue desalojada del poder el 2004, después de una violenta campaña de agitación que culminó con los atentados del 11-M, que no sabemos aún quien organizó, pero sí, quienes supieron utilizarlos en su beneficio.

Ahora la campaña contra el cambio está utilizando el miedo a las necesarias medidas de austeridad, que habrá de tomar el gobierno del PP, si llega a ganar las elecciones, como ya ganó las municipales y autonómicas del pasado mayo.

Los sindicatos, que no han sido capaces de organizar ninguna protesta frente al desgobierno de la izquierda, se entrenan en la agit-prop frente al gobierno de Esperanza Aguirre en la Comunidad Autónoma de Madrid, anticipando lo que ocurrirá a escala nacional si se cumplen los vaticinios de las encuestas.

El cambio de gobierno del franquismo a la democracia resultó una transición mucho más pacífica de lo que nos imaginábamos. Tampoco resultó violenta la sustitución del gobierno de la UCD por Felipe González ni la de éste por Aznar, pero el segundo triunfo del PP, esa vez por mayoría absoluta, desató una oposición violenta del Partido Socialista que buscó no solo el triunfo electoral, sino el desalojo de la derecha del terreno político, violencia que se hace de nuevo presente en esta larga campaña electoral que padecemos, que empezó el 15-M con los abusos de los indignados y la tolerancia interesada del gobierno.

Conservar el poder

Impedir que otros gobiernen
Francisco Rodríguez
sábado, 8 de octubre de 2011, 09:07 h (CET)
Ya se trate de monarquías o repúblicas, tribus o imperios, las historias que leemos de cualquiera de ellos hablan siempre de los que ejercieron el poder, pero raramente de las personas que formaban los pueblos que los soportaban, los que trabajaban en los campos o luchaban como soldados a sus órdenes.

Son historias de guerras, de invasiones, de victorias y derrotas, de apogeos y de caídas, de conspiraciones, de asesinatos, de deportaciones, de grandes construcciones y de grandes destrucciones. Los protagonistas de todas estas historias: reyes, emperadores, caudillos o generales, además de luchar en guerras interminables, dedicaban buena parte de sus esfuerzos a mantenerse en el poder, invocando haberlo recibido de los dioses, haber sido elegido por los patricios, por los nobles, por el ejército, pertenecerle por derecho de conquista o por herencia de sus antepasados.

La soberanía, el poder sobre los demás, antes y ahora corresponde al que puede ejercerlo. La idea moderna de que la soberanía reside en el pueblo, proclamada solemnemente en altisonantes declaraciones, es dudoso de que haya llegado a ser una realidad constatable. El pueblo puede en alguna ocasión echarse a la calle y hacer la revolución, pero siempre dirigido por los que aspiran a sustituir un poder por otro, por el suyo.

Antes y ahora, los que ejercen el poder tienden a conservarlo y dedican quizás más esfuerzos a impedir que otros lleguen a desalojarlos que a administrarlo en beneficio de los ciudadanos.

Terminar con sistemas de poder, dinastías o dictaduras, ha provocado siempre conflictos, muchas veces sangrientos. Podíamos pensar que con la difusión de las ideas democráticas se conjuraron para siempre los conflictos. La violencia podía sustituirse por el recuento de votos, cambiar un gobierno por otro en pacífica alternancia. Pero esto solo puede materializarse donde todos respeten el estado de derecho, se busque el bien común, haya división de poderes, lealtad, juego limpio, controles y contrapesos, economía y transparencia.

No estoy muy seguro de que esto ocurra aquí y ahora. Puede cambiar el gobierno, pero ¿podrá gobernar? La derecha fue desalojada del poder el 2004, después de una violenta campaña de agitación que culminó con los atentados del 11-M, que no sabemos aún quien organizó, pero sí, quienes supieron utilizarlos en su beneficio.

Ahora la campaña contra el cambio está utilizando el miedo a las necesarias medidas de austeridad, que habrá de tomar el gobierno del PP, si llega a ganar las elecciones, como ya ganó las municipales y autonómicas del pasado mayo.

Los sindicatos, que no han sido capaces de organizar ninguna protesta frente al desgobierno de la izquierda, se entrenan en la agit-prop frente al gobierno de Esperanza Aguirre en la Comunidad Autónoma de Madrid, anticipando lo que ocurrirá a escala nacional si se cumplen los vaticinios de las encuestas.

El cambio de gobierno del franquismo a la democracia resultó una transición mucho más pacífica de lo que nos imaginábamos. Tampoco resultó violenta la sustitución del gobierno de la UCD por Felipe González ni la de éste por Aznar, pero el segundo triunfo del PP, esa vez por mayoría absoluta, desató una oposición violenta del Partido Socialista que buscó no solo el triunfo electoral, sino el desalojo de la derecha del terreno político, violencia que se hace de nuevo presente en esta larga campaña electoral que padecemos, que empezó el 15-M con los abusos de los indignados y la tolerancia interesada del gobierno.

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