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La dieta de Michelle Obama

Dése un capricho, alguna vez

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WASHINGTON - Me gustaría hablar en favor de la dieta de 1.700 calorías que Michelle Obama se arreó el otro día en Shake Shack. ShackBurger, 490 calorías. Patatas fritas, 470. Batido de chocolate, 740.

Y, ah sí, Coca-Cola Light. ¿Qué mujer que haya vigilado su peso no ha regado de forma incongruente la ración de carta de queso con un refresco bajo en calorías?

Me gustaría hablar en favor del almuerzo de la primera dama aunque, casualmente, me encontraba almorzando en la misma manzana en otro día y por casualidad vi a los tipos de aspecto grave con los pinganillos en los exteriores del Shake Shack.

Mi almuerzo consistió en pedir aparte la guarnición y contemplar los calamares a la romana de mi compañera de mesa igual que un oso pardo mira al salmón saltarín. Curiosamente, yo no estaba dando saltos.

Esa palabra, curiosamente, es todo lo que hace falta saber de la diferencia entre mi situación y la de la primera dama. Ella está en buena forma. ¿Se ha fijado en esos brazos? No le hace falta perder nada.

En cuanto a mí, bueno, yo no puede decir lo mismo precisamente. Puedo decir que transcurrido otro Año Nuevo más frente al mismo propósito endeble, y con todavía más cosas endebles, habré perdido unos 11 kilos. Es un montón de peso, sobre todo si usted es bajita como yo, pero me queda bastante.

Lo hice con la ayuda de un programa, pero la teoría básica no es magia: más ejercicio, menos comida, seguimiento, apoyo. Y - es la razón de que comparta esta información personal vergonzosa y gratificante simultáneamente -- no se prive. Hágalo despacio y con moderación.

Todo el mundo necesita un poco de comida rápida en su vida. No se puede hacer la dieta de la lechuga, con o sin la vinagreta balsámica. Bueno, se puede, pero probablemente no aguantará mucho.

Lo cual es la razón de que no haya contradicción entre el mensaje fundamental de la campaña contra la obesidad de la primera dama -- coma sano, haga ejercicio -- y su visita al Shake Shack. O su visita previa a Five Guys, el local de comida rápida igualmente rebosante de calorías. O su oda a las patatas en su reciente visita a Sudáfrica. "Si tuviera que elegir un plato favorito de verdad, serían las patatas fritas", dijo. "¿De acuerdo? Patatas fritas. No puedo comer sólo una".

Visitar el Shake Shack no es un despótico tema de que la primera dama proclame, "Haced lo que yo digo, no comáis lo que como". Es una ilustración de que se puede comer tarta y también estar sano, mientras no se coma gran cantidad y muy a menudo. Y se camine o se queme de alguna otra forma.

Recientemente logramos sobrevivir de forma milagrosa a una semana en Francia, la patria del queso en todos los platos y de las pastelerías en cada esquina, sin ganar peso.

Hablando de nosotros, es momento de la revelación: Mi marido es el plato principal de una agencia independiente que trabaja con la primera dama en cuestiones de obesidad. Revelación aún mayor: viene siguiendo los consejos de ella y también pierde peso. No es que le hiciera falta, como nos apresuramos a decir en casa.

Aun así, como al parecer dijo en una ocasión la primera dama: "La vida sería aburrida sin hamburguesas y patatas fritas".

Desde luego que sí. ¿4 kilos más y quedamos en Shake Shack, señora Obama? Tal vez podríamos repartirnos la ración de patatas. Pero por mí puede tomarse el batido de un trago.

Dése un capricho, alguna vez

La dieta de Michelle Obama
Ruth Marcus
martes, 19 de julio de 2011, 06:46 h (CET)
WASHINGTON - Me gustaría hablar en favor de la dieta de 1.700 calorías que Michelle Obama se arreó el otro día en Shake Shack. ShackBurger, 490 calorías. Patatas fritas, 470. Batido de chocolate, 740.

Y, ah sí, Coca-Cola Light. ¿Qué mujer que haya vigilado su peso no ha regado de forma incongruente la ración de carta de queso con un refresco bajo en calorías?

Me gustaría hablar en favor del almuerzo de la primera dama aunque, casualmente, me encontraba almorzando en la misma manzana en otro día y por casualidad vi a los tipos de aspecto grave con los pinganillos en los exteriores del Shake Shack.

Mi almuerzo consistió en pedir aparte la guarnición y contemplar los calamares a la romana de mi compañera de mesa igual que un oso pardo mira al salmón saltarín. Curiosamente, yo no estaba dando saltos.

Esa palabra, curiosamente, es todo lo que hace falta saber de la diferencia entre mi situación y la de la primera dama. Ella está en buena forma. ¿Se ha fijado en esos brazos? No le hace falta perder nada.

En cuanto a mí, bueno, yo no puede decir lo mismo precisamente. Puedo decir que transcurrido otro Año Nuevo más frente al mismo propósito endeble, y con todavía más cosas endebles, habré perdido unos 11 kilos. Es un montón de peso, sobre todo si usted es bajita como yo, pero me queda bastante.

Lo hice con la ayuda de un programa, pero la teoría básica no es magia: más ejercicio, menos comida, seguimiento, apoyo. Y - es la razón de que comparta esta información personal vergonzosa y gratificante simultáneamente -- no se prive. Hágalo despacio y con moderación.

Todo el mundo necesita un poco de comida rápida en su vida. No se puede hacer la dieta de la lechuga, con o sin la vinagreta balsámica. Bueno, se puede, pero probablemente no aguantará mucho.

Lo cual es la razón de que no haya contradicción entre el mensaje fundamental de la campaña contra la obesidad de la primera dama -- coma sano, haga ejercicio -- y su visita al Shake Shack. O su visita previa a Five Guys, el local de comida rápida igualmente rebosante de calorías. O su oda a las patatas en su reciente visita a Sudáfrica. "Si tuviera que elegir un plato favorito de verdad, serían las patatas fritas", dijo. "¿De acuerdo? Patatas fritas. No puedo comer sólo una".

Visitar el Shake Shack no es un despótico tema de que la primera dama proclame, "Haced lo que yo digo, no comáis lo que como". Es una ilustración de que se puede comer tarta y también estar sano, mientras no se coma gran cantidad y muy a menudo. Y se camine o se queme de alguna otra forma.

Recientemente logramos sobrevivir de forma milagrosa a una semana en Francia, la patria del queso en todos los platos y de las pastelerías en cada esquina, sin ganar peso.

Hablando de nosotros, es momento de la revelación: Mi marido es el plato principal de una agencia independiente que trabaja con la primera dama en cuestiones de obesidad. Revelación aún mayor: viene siguiendo los consejos de ella y también pierde peso. No es que le hiciera falta, como nos apresuramos a decir en casa.

Aun así, como al parecer dijo en una ocasión la primera dama: "La vida sería aburrida sin hamburguesas y patatas fritas".

Desde luego que sí. ¿4 kilos más y quedamos en Shake Shack, señora Obama? Tal vez podríamos repartirnos la ración de patatas. Pero por mí puede tomarse el batido de un trago.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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