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Sombras en el Windsor

Anado Uni
lunes, 21 de febrero de 2005, 01:08 h (CET)
Todo el mundo conoce ya que en la noche del día 13 al 14 de febrero el rascacielos Windsor fue pasto de las llamas. Que parece ser, por lo que dicen los bomberos, que se tardó en avisar del incendio. Que parece, a tenor de la empresa de seguridad, que se avisó en el momento preciso, tras llevar a cabo el protocolo que exigen estos casos. Detección, comprobación e intento de sofoco. Tras esto y si el incendio no es gobernable por los vigilantes se avisa a los bomberos. Estos tardan en llegar apenas cuatro minutos, y al poco se dan cuenta de que el fuego es inabarcable desde dentro y que será mejor hacerle frente afuera y con todas las esperanzas en el muro de hormigón que separaba la planta 17 de las inferiores. Se dedican a atacar el fuego directamente y a mojar esa planta para reforzar su naturaleza de cortafuegos. Pero no lo consiguen. Al fuego le lleva algo más de tiempo pasar, pero luego prende varios pisos a la vez y prosigue en lo que es un caso único entre los incendios de edificios, directamente hacia abajo, como si quisiera cruzar la calle. Y es que todo el mundo sabe, y los bomberos mejor que nadie que los fuegos tienden a crecer hacia arriba, menos este tan insensato.

El edificio tras el paso de los bomberos y en teoría quedaba totalmente desierto. Los vigilantes lo habían desalojado, saliendo ellos que eran en principio, sus únicos habitantes. Pero hete aquí que una señora, de visita en Madrid cámara en mano grabó, se discute si en el piso dieciséis, varias sombras cruzando las ventanas. Sus imágenes a las 3:45 de la mañana son entonces incongruentes. Los bomberos afirman que a esa hora no había ninguno de sus hombres en las oficinas de Deloitte, los vigilantes ya habían salido también. Pues, si es cierto que quedaban dos personas en el edificio a esa hora, ¿cómo no se las ha identificado? No debiera ser fácil salir del edificio, de nuevo a la calle, con todo el parque de bomberos en la acera. Otra opción, es que no salieran, y eso es mucho peor, pues si se dio una circunstancia positiva en la catástrofe, fue precisamente que no hubiera víctimas.

Ahora la inmobiliaria propietaria del edificio ha decidido interponer una demanda penal para que se busque al culpable del incendio. Ellos descartan absolutamente que se originara, como se ha dicho, por un cortocircuito, y se amparan supongo, en las sombras misteriosas. Espectrales como ya ha apuntado alguno.

Queda casi un año hasta que puedan retirar el esqueleto del coloso, ya sin llamas, la gente que es muy sabia y sabe relativizar las tragedias, sobre todo si no afectan en carne propia, ya ha dicho que ahora sí seguro nos conceden las Olimpiadas, tras la memorable llama olímpica que Gallardón dispuso en la Castellana.

Yo no las tengo todas conmigo al respecto, y me da el pálpito de que nos ganarán, como en el fútbol siempre, los franceses.

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La autoestima es necesaria, claro está, pero, aparte de lo anterior, cuando el ego está puntillosamente exacerbado surgen los conflictos, esos conflictos que nacen del inconsciente personal o colectivo, donde el ego hierve profundamente. Por todo ello, es importante comprender que, en la medida en que los seres humanos seamos algo más tolerantes y dialogantes, y nuestro talante cambie, la convivencia en la sociedad puede y debe mejorar.

El matrimonio, pilar natural de la familia y garantía de estabilidad social, en estos últimos tiempos se ve sustituido por relaciones inestables, rupturas y un creciente individualismo. Estos hechos están produciendo la caída de la natalidad, sin duda ligada a la falta de matrimonios estables, cosa que se está convirtiendo en un drama silencioso que amenaza el futuro de España y de gran parte del mundo occidental.


Una vez más, nos sorprenden alguna persona, tanto en los telediarios de cualquier signo, inclusive en los periódicos, donde personajes, también de cualquier signo, resoplando exabruptos que me dejan paralizado sin saber lo que hacer. O, echarlo a los tiburones y que se pelee con ellos o que, de cualquier manera, tirarlo a la cuneta del tren, eso sí, cuando esté parado en medio del campo.

 
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