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No suelo salir a comer por ahí. Soy casero por naturaleza, y frecuento poco bares y restaurantes. Pero a veces pasa, sea por vicio culinario u obligaciones sociales. Como entonces fuera, sí. Y con frecuencia para disgusto propio ―que no ajeno, por lo que aprecio y desprecio―, pues veo cosas harto desagradables para mi ética particular. Me refiero a la basura.
La esencia de la calle debería ser el reflejo de eso que dicen “guardar las formas con los ojos”. Luego están las calles de lo que defino como “verano peligroso”, donde muchos insolentes suelen dejar volar su sucia alma y dejan que aceras, plazas y calzadas huelan a rancio. Así queda resumida la vida, el modo de vida, de nuestras calles en período estival.
En estas fechas podemos contemplar, en las diversas cadenas televisivas, extensos reportajes sobre el camino hacía el Rocío que culmina el domingo de Pentecostés. Por otra parte, a lo largo de todo el año, riadas de peregrinos se encaminan, desde muchas partes y por diversas rutas, en dirección a Compostela a fin de acercarse a la tumba del Apóstol.
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