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Los jóvenes no compran prensa desde hace tiempo –y los no tan jóvenes, como bien comprueban los propietarios y directores de prensa escrita-, porque leen lo que quieren en internet. Pero es que tampoco ven la televisión en casa con sus padres, pues prefieren descargarse películas, programas, vídeos “virales”, intercambiar mensajes por las redes sociales, y es cierto que llegan a ser adictos a internet.
Internet es apasionante, pero requiere afrontar el desafío para no quedarse fuera del mercado de trabajo ni favorecer el aislamiento familiar. No debe sustituir la plácida conversación familiar comiendo o de sobremesa, y –como ya sucede- se pacta incluso desconectar los móviles o dejarlos en la habitación, o no contestar de momento a los whatsapp. El “whatsapeo” ya produce situaciones cómicas, y también hay que calmar a los nerviosos que esperan que contestemos inmediatamente un whatsapp.
Realmente, la función de la filosofía se desarrolla, como un saber crítico de segundo grado, que analiza los contenidos de las diversas ciencias. Es un saber que se interesa por toda la realidad y el presente. Ya en vida de su creador Gustavo Bueno, su materialismo demostró una potencia explicativa extraordinaria, superior a la de otras corrientes o sistemas filosóficos.
Hay cosas cómicas que hay que tomar muy en serio. Son gansadas que retratan nuestro mundo. Representan el ombliguismo que nos rodea. El término es magistral: define aquello que cree está en el centro del cuerpo (del universo), sin reparar que su función se volvió inútil hace ya tiempo.
Hace unos días recibí de la editorial Anagrama el libro de Roberto Saviano titulado Los valientes están solos. Libro apasionante que he comenzado a devorar por la forma directa de contar una historia de coraje e integridad que terminó con los restos del juez Falcone volando por los aires a consecuencia del atentado perpetrado por la Cosa Nostra, al mando de ese tipo con cara de paleto bobo, Salvatore Totò Riina.
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