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Domingo Delgado

La globalización: nueva encrucijada del capitalismo

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El fracaso del comunismo, al final del S. XX, y la adaptabilidad del capitalismo, han erigido un nuevo mito en el neoliberalismo –que a modo de capitalismo desbridado- recorre el planeta con su pretensión de dominio global.

Así nos encontramos ante una nueva situación que trasciende a los Estados nacionales, que se nos ha ido vendiendo como benéfica, y sin embargo, el único beneficio real lo está obteniendo el gran capital aliado en las distintas latitudes geográficas en defensa de sus propios intereses. Sin embargo, el nuevo capitalismo, a diferencia del original de la revolución industrial que tenía una base productiva, y en consecuencia de generación de empresas y creación de puestos de trabajo, en la actualidad no tiene esas características, no es un capitalismo productivo –al modo industrial-, sino un capitalismo financiero puramente especulativo, que no produce, sólo especula, por lo que no necesita generar puestos de trabajo, ya que su misión es la de reproducirse por vía especulativa aprovechando la lograda interconexión de los mercados financieros en el ámbito internacional.

Se ha creado, por tanto una especie de ingeniería financiera que diseña los circuitos más productivos al gran capital, a costa de las clases trabajadoras, pues la codicia es de tal alcance que no se repara en la justicia, y aún necesidad de atender las necesidades del resto de los seres humanos, para facilitarles el acceso a una vida digna que les dignifique como personas, a través de servicios públicos universales y gratuitos como los de la educación, la sanidad, etc.

Pero lo que resulta más grave es que se imponen los intereses económicos del gran capital a los planteamientos políticos de los gobiernos nacionales, pues el control que se ejerce a través de la presión en organismos económicos internacionales (Banco Mundial, Foro Monetario Internacional, incluso dentro de las propias instituciones europeas) hace que los propósitos de los gobiernos nacionales se queden en “papel mojado”. Ejemplo de ello, lo tenemos en el mismo gobierno español –que pese a denominarse socialista- asume al dictado, y a contrapié, las órdenes de Bruselas sobre nuestra economía (tales como el incremento de los años de trabajo para jubilarse, o la pretendida reforma de los salarios unida a la productividad empresarial, en vez de a la elevación del IPC), o se reúne con la gran patronal para hacerse eco de sus posiciones, teniendo que escuchar el reproche político de algún banquero.

También tenemos los dramáticos hechos de la intervención económica europea en Grecia, Irlanda, y presumiblemente en Portugal, con unas restricciones salariales y sociales auténticamente injustas, todo para salvar la moneda europea, ante un revés económico que no han creado los ciudadanos que tienen que pagar esta grave factura.

Todo ello, nos lleva a la consideración de que el ámbito de la globalización está representando una nueva encrucijada del neocapitalismo de porte financiero, que junto con un progresivo empobrecimiento por pérdida de derechos sociales de la mayoría de las sociedades europeas, y una grave crisis en las clases trabajadoras del continente; conlleva además, un progresivo deterioro del sistema democrático –al que se le hurta gran parte de capacidad de decisión de su futuro, que pasa a manos de instancias europeas o globales-, y que evidencia una crisis de representatividad política, por desplazar los centros de soberanía incluso fuera de las fronteras nacionales, quedando inermes en manos de intereses extraños a los propios.

De tal manera que, dada la situación hayamos de preguntarnos si estamos entrando con la crisis en un periodo abonado para protestas sociales y acciones revolucionarias, como se están dando en parte del mundo árabe. Pues en toda revolución se da con carácter previo la constatación de que el sistema político o de gobierno pierde poder por su incapacidad de resolver los problemas que aquejan a la ciudadanía, y por otra parte porque esta última hace públicas y manifiestas sus quejas y sus ansias de cambio. En el caso de nuestra sociedad, con más del 20% de paro, en un entorno europeo y global de crisis, parece claro que el sistema político nacional está mostrándose incapaz de resolver la problemática que nos afecta, teniendo que asumir las recetas extranjeras sobre la voluntad política y soberana de la nación. Si bien, por lo que respecta a la postrada ciudadanía española, no parece nada claro que quiera manifestar su disenso, que mientras así sea, se garantiza el statu quo político actual, burocratizado e ineficiente. Otra pregunta sería, ¿hasta cuándo aguantará el nivel de progresivo deterioro y la ausencia real de soluciones?

La globalización: nueva encrucijada del capitalismo

Domingo Delgado
Domingo Delgado
lunes, 28 de marzo de 2011, 06:48 h (CET)
El fracaso del comunismo, al final del S. XX, y la adaptabilidad del capitalismo, han erigido un nuevo mito en el neoliberalismo –que a modo de capitalismo desbridado- recorre el planeta con su pretensión de dominio global.

Así nos encontramos ante una nueva situación que trasciende a los Estados nacionales, que se nos ha ido vendiendo como benéfica, y sin embargo, el único beneficio real lo está obteniendo el gran capital aliado en las distintas latitudes geográficas en defensa de sus propios intereses. Sin embargo, el nuevo capitalismo, a diferencia del original de la revolución industrial que tenía una base productiva, y en consecuencia de generación de empresas y creación de puestos de trabajo, en la actualidad no tiene esas características, no es un capitalismo productivo –al modo industrial-, sino un capitalismo financiero puramente especulativo, que no produce, sólo especula, por lo que no necesita generar puestos de trabajo, ya que su misión es la de reproducirse por vía especulativa aprovechando la lograda interconexión de los mercados financieros en el ámbito internacional.

Se ha creado, por tanto una especie de ingeniería financiera que diseña los circuitos más productivos al gran capital, a costa de las clases trabajadoras, pues la codicia es de tal alcance que no se repara en la justicia, y aún necesidad de atender las necesidades del resto de los seres humanos, para facilitarles el acceso a una vida digna que les dignifique como personas, a través de servicios públicos universales y gratuitos como los de la educación, la sanidad, etc.

Pero lo que resulta más grave es que se imponen los intereses económicos del gran capital a los planteamientos políticos de los gobiernos nacionales, pues el control que se ejerce a través de la presión en organismos económicos internacionales (Banco Mundial, Foro Monetario Internacional, incluso dentro de las propias instituciones europeas) hace que los propósitos de los gobiernos nacionales se queden en “papel mojado”. Ejemplo de ello, lo tenemos en el mismo gobierno español –que pese a denominarse socialista- asume al dictado, y a contrapié, las órdenes de Bruselas sobre nuestra economía (tales como el incremento de los años de trabajo para jubilarse, o la pretendida reforma de los salarios unida a la productividad empresarial, en vez de a la elevación del IPC), o se reúne con la gran patronal para hacerse eco de sus posiciones, teniendo que escuchar el reproche político de algún banquero.

También tenemos los dramáticos hechos de la intervención económica europea en Grecia, Irlanda, y presumiblemente en Portugal, con unas restricciones salariales y sociales auténticamente injustas, todo para salvar la moneda europea, ante un revés económico que no han creado los ciudadanos que tienen que pagar esta grave factura.

Todo ello, nos lleva a la consideración de que el ámbito de la globalización está representando una nueva encrucijada del neocapitalismo de porte financiero, que junto con un progresivo empobrecimiento por pérdida de derechos sociales de la mayoría de las sociedades europeas, y una grave crisis en las clases trabajadoras del continente; conlleva además, un progresivo deterioro del sistema democrático –al que se le hurta gran parte de capacidad de decisión de su futuro, que pasa a manos de instancias europeas o globales-, y que evidencia una crisis de representatividad política, por desplazar los centros de soberanía incluso fuera de las fronteras nacionales, quedando inermes en manos de intereses extraños a los propios.

De tal manera que, dada la situación hayamos de preguntarnos si estamos entrando con la crisis en un periodo abonado para protestas sociales y acciones revolucionarias, como se están dando en parte del mundo árabe. Pues en toda revolución se da con carácter previo la constatación de que el sistema político o de gobierno pierde poder por su incapacidad de resolver los problemas que aquejan a la ciudadanía, y por otra parte porque esta última hace públicas y manifiestas sus quejas y sus ansias de cambio. En el caso de nuestra sociedad, con más del 20% de paro, en un entorno europeo y global de crisis, parece claro que el sistema político nacional está mostrándose incapaz de resolver la problemática que nos afecta, teniendo que asumir las recetas extranjeras sobre la voluntad política y soberana de la nación. Si bien, por lo que respecta a la postrada ciudadanía española, no parece nada claro que quiera manifestar su disenso, que mientras así sea, se garantiza el statu quo político actual, burocratizado e ineficiente. Otra pregunta sería, ¿hasta cuándo aguantará el nivel de progresivo deterioro y la ausencia real de soluciones?

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