Leyendo “Crónica de la posguerra, 1939-1955” de Rafael Abella, doy con un capítulo titulado “Lo insólito como hecho cotidiano”, en el que se describe el clima de credulidad acrítica en los años posteriores a la Guerra Civil, cuando abundaban las supersticiones, la milagrería, las excentricidades patrias en clave de suficiencia nacional y hasta lo sobrenatural español.
Uno de esos casos de lo insólito, es la aparición en Santander, en 1946, de un gato parlante, que habría dicho “¡Callad, dejadme!”. Por lo visto no fue el único gato con cualidades sobregatunas, ya que poco después se haría célebre la gata voladora y más tarde la seta sanadora.
En un artículo de la Defensora del Lector de El País, publicado el veinte de Marzo y titulado “Realidad aumentada”, su autora, Milagros Pérez Oliva, se hace eco de las críticas recibidas por el tratamiento informativo -en ese mismo diario- de la catástrofe de Japón. Errores, sesgos y amplificaciones en las noticias publicadas, habrían podido causar equívocos y un estado de alarmismo que, en algunos aspectos, podría haber sido superior en Europa que en el propio Japón. Por todo ello, la Defensora del Lector se permite señalar que: “El criterio de lo próximo, por ejemplo, que era tan importante, compite ahora con el de lo excepcional. Puesto que el foco de los medios puede rastrear el mundo entero constantemente, siempre habrá algún acontecimiento excepcional al que prestar atención. Y con frecuencia, un suceso excepcional tapa al anterior.”
A la hora de comer, pongo la televisión. Mi TDT es un aparato muy insólito –aunque poco excepcional- que solo recibe un 20 o un 30% de los canales, entre ellos La Sexta, Cuatro o Tele5. Por la hora a la que suelo comer, me toca ver las noticias en Tele5 –aunque tanto monta…-. El presentador de Tele5, figura con empaque y respetabilidad adquirida por su trabajo en TVE1, libera las cápsulas informativas -antes de sonreír de oreja a oreja al hablar con Sara Carbonero- en un extraño orden donde se mezclan la crónica negra autóctona, el panorama internacional, la anécdota nacional, la truculencia generalizada, el alarmismo alimentario, sanitario o social (convirtiendo en peligroso lo que en muchas ocasiones es, simplemente, anómalo o cambiante), y por último, el youtubismo, que incluye lo insólito, lo cómico –al mediodía, alegría- y lo casi milagroso de España, el mundo, el infinito y más allá.
No creo que entre los acontecimientos espectaculares, excepcionales e insólitos que nos ofrecen los telediarios, sea difícil encontrar en, por ejemplo, los últimos cinco años, la noticia de algún gato parlante digno de mención, o alguna gata voladora de ingrávida elocuencia. Es incluso posible que el gato parlanchín de hoy repita, como poseído por un pasado subconsciente, lo de “¡Callad, dejadme!”, frase que me causa una total e inmediata empatía con el animal y que creo que, además, repito como un mantra preventivo mientras degluto la comida al ritmo del desorden informativo de todos los días.