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María García

Todos fuimos niños un día

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Ciento diez minutos de lo que aparentemente podría ser más de lo mismo, pero que en esta ocasión se enfoca desde un objetivo fijo: retratar la situación de una familia común judía durante la Segunda Guerra Mundial. En concreto, la de una niña rubia dulce y preciosa que tendrá que dejar a un lado los juegos infantiles para hacer frente a una madurez obligada que le acabará pasando factura.

‘La llave de Sarah’ comienza con una retransmisión radiofónica que sitúa al espectador en el mapa de aquellos años y con el contraste radical entre los buenos y los malos momentos de la vida. Una sola vida, que constituye una crítica profunda a la actuación francesa durante el genocidio hitleriano, analizada por una periodista de hoy.

Escalofriante y, sin embargo, enternecedora historia sobre las relaciones humanas y su evolución, en la que el espectador continuará contemplando pequeños detalles que todavía son capaces de sorprender por muchas crueldades que se muestren sobre los nazis.

El largometraje francés está organizado en torno a las emociones de sus protagonistas sin responder a un orden cronológico, entre los campos de concentración y la actualidad, y posee esa capacidad empática que nos hace creer que cualquiera de nosotros podría haber sido Sarah. Lo que nos conduce a afirmar con certeza que no habrá tiempo suficiente en la fábula de la humanidad para contar cada caso particular, cada historia.

Sentados en las gradas de un velódromo, que hoy es el Ministerio del Interior de París, y rodeados de escenas de pánico es donde nace la sombra que la familia de Sarah llevará dentro para siempre y donde cualquiera pasaría de ser un niño a ser la persona más triste que se haya conocido nunca.

‘La llave de Sarah’ dibuja un sueño sentimental, un alegato en favor del milagro de la vida, un infinito de emociones que ponen de manifiesto que la realidad supera la ficción. Son kilómetros y kilómetros a la espalda para escapar de un desfile de frágiles niñas rubias que van camino de su muerte, de un pasado que se convierte en futuro… ¿Cómo puede ser obra del hombre tanta brutalidad?

Todos fuimos niños un día

María García
María García
jueves, 30 de diciembre de 2010, 08:22 h (CET)
Ciento diez minutos de lo que aparentemente podría ser más de lo mismo, pero que en esta ocasión se enfoca desde un objetivo fijo: retratar la situación de una familia común judía durante la Segunda Guerra Mundial. En concreto, la de una niña rubia dulce y preciosa que tendrá que dejar a un lado los juegos infantiles para hacer frente a una madurez obligada que le acabará pasando factura.

‘La llave de Sarah’ comienza con una retransmisión radiofónica que sitúa al espectador en el mapa de aquellos años y con el contraste radical entre los buenos y los malos momentos de la vida. Una sola vida, que constituye una crítica profunda a la actuación francesa durante el genocidio hitleriano, analizada por una periodista de hoy.

Escalofriante y, sin embargo, enternecedora historia sobre las relaciones humanas y su evolución, en la que el espectador continuará contemplando pequeños detalles que todavía son capaces de sorprender por muchas crueldades que se muestren sobre los nazis.

El largometraje francés está organizado en torno a las emociones de sus protagonistas sin responder a un orden cronológico, entre los campos de concentración y la actualidad, y posee esa capacidad empática que nos hace creer que cualquiera de nosotros podría haber sido Sarah. Lo que nos conduce a afirmar con certeza que no habrá tiempo suficiente en la fábula de la humanidad para contar cada caso particular, cada historia.

Sentados en las gradas de un velódromo, que hoy es el Ministerio del Interior de París, y rodeados de escenas de pánico es donde nace la sombra que la familia de Sarah llevará dentro para siempre y donde cualquiera pasaría de ser un niño a ser la persona más triste que se haya conocido nunca.

‘La llave de Sarah’ dibuja un sueño sentimental, un alegato en favor del milagro de la vida, un infinito de emociones que ponen de manifiesto que la realidad supera la ficción. Son kilómetros y kilómetros a la espalda para escapar de un desfile de frágiles niñas rubias que van camino de su muerte, de un pasado que se convierte en futuro… ¿Cómo puede ser obra del hombre tanta brutalidad?

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