Pasaban cinco minutos del final y los aficionados presenciaban la impotencia de un equipo que no lograba anotar un gol más que necesario. El marcador, con empate a dos, era un precipicio a Segunda, un resultado que únicamente servía para acentuar la desesperación en los aficionados y las miserias en un club que todavía no había degustado el dulce sabor de la victoria en Liga; empachándose, eso sí, del amargo hedor del farolillo rojo.
Cuando ya nadie era capaz de vislumbrar un milagro que diera la vuelta al casillero, Paradas Romero pitó un penalti a favor del Real Zaragoza. Y tal y como sucede cuando algo grande es presagiado, toda La Romareda se despegó de sus asientos. Inmediatamente las caras de pesimismo y derrota, que habían protagonizado buena parte de los minutos anteriores, se transformaron en rasgos de euforia y gestos de ánimo.
Tras una emocionante y masiva celebración, la tensión y el silencio se hicieron un importante hueco een todo el zaragocismo. Con miles de respiraciones en portentosa contención, con el suspense que sólo brinda el fútbol ante un penalti en los últimos compases de un partido, con La Romareda en pie y con la ilusión de ver un sueño cumplido, Gabi se disponía a tomar una larga carrerilla hacia la salvación. En sus manos estaba algo más que un tres a dos. Frente a él nada ni nadie escondía la provocación de un balón parado y de un portero inmóvil bajo palos, pero con la mirada fija en el punto de penalti.
El tiempo parecía detenerse hasta que Gabi impulsó todo su cuerpo adelante, chutó y sacó de sus botas un balón preciso, como ensayado miles de veces, que discurrió en contundente trayectoria a la izquierda para finalizar directamente en el fondo de la red. Tres a dos. El estadio rugía eufórico y no pocas voces vitoreaban a los jugadores.
La última jugada del partido del domingo ante el Mallorca se convirtió en la primera de un camino hacia una huida de los puestos de descenso. Ahora, ya casi no se habla de la posible destitución del técnico José Aurelio Gay o de la flaqueza técnica de algunos jugadores. En la mente de la inmensa mayoría de la afición figura seguir desmintiendo aquéllo que decía un grupo de rock argentino en una de sus letras: “La esperanza es una invención moral, la única defensa ante la verdad, que es siniestra y fatal”. A día de hoy, la esperanza continúa y la verdad es próspera pese a que fue muy siniestra y no menos fatal. Y todo gracias al milagro del minuto 95.