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Alfredo Hernández

¿Qué está pasando?

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¿Qué está pasando con el amor? ¿Estamos llamando amor a lo que sólo son amoríos? Sobre el amor se han llenado muchas páginas de libros y revistas. Hay excelsos artículos, muchas veces románticos que nos hacen exultar al comprobar que la entrega es algo maravilloso. El dejarse absorber voluntariamente el yo, mi yo, por la persona amada que llega a formar así algo indivisible con la que ama, porque es parte de mi persona. Y no es una entrega ni una invasión dolorosa. Es voluntad afirmada, consciente de que ahí está la felicidad de la persona amada, que es a la vez mi felicidad al ser vivida y compartida.

Y no es una felicidad utópica o vivida como algo pasado de moda. Como una instantánea que puede ser superada por la siguiente, y no es así. El amor ha entrado en el tiempo con una sucesión de episodios que van reafirmándolo y reclama la palabra fidelidad.

Pero hoy, en la época de las citas a ciegas ( el amor es ciego pero no tanto, ni tonto) la fugacidad de lo transitorio “exige” otros tipos de amor, el amorío que siempre existió y era algo censurable, como ave extraña en el común “ gallinero” de la sociedad. Era algo execrable, algo despreciable que reprobaba la sociedad normal.

Hoy el amorío se exhibe y es excitante su “proclamación” en los medios. Da la impresión de que el amor verdadero, el amor sin veleidades, ya no existe. Ha sido desplazado por el amor del “papel cuché”; el que se pregona y vende. El verdadero problema es que se ve, llama la atención y es seductor, seductor como el mismo mal. Y como aquello que seduce, tiende a imitarse con un mimetismo peligroso que lo equipara con el éxito en la vida. Todo ello induce a la falta de compromiso, utilizar al otro para mi satisfacción, que es la muestra del egoísmo, que puede ser a dúo y la ruptura es algo preanunciado. En la ruptura alguien sufre y se siente humillado y su reafirmación es la destrucción del otro o de la otra.

Las consecuencias las estamos viendo y la ignorancia no quiere ver los orígenes. Se rompen la cabeza los ministros de igualdad y los políticos cuando están inmersos en valores, habitualmente, sólo económicos o tecnológicos. ¿Cómo es posible?, se preguntan. Yo denuncio. Sí, es la falta de valores transcendentales que serían cuna de la fidelidad y sin cuna no puede criarse la maravillosa criatura que es el amor fiel.

¿Qué está pasando?

Alfredo Hernández
Alfredo Hernández
viernes, 29 de octubre de 2010, 08:25 h (CET)
¿Qué está pasando con el amor? ¿Estamos llamando amor a lo que sólo son amoríos? Sobre el amor se han llenado muchas páginas de libros y revistas. Hay excelsos artículos, muchas veces románticos que nos hacen exultar al comprobar que la entrega es algo maravilloso. El dejarse absorber voluntariamente el yo, mi yo, por la persona amada que llega a formar así algo indivisible con la que ama, porque es parte de mi persona. Y no es una entrega ni una invasión dolorosa. Es voluntad afirmada, consciente de que ahí está la felicidad de la persona amada, que es a la vez mi felicidad al ser vivida y compartida.

Y no es una felicidad utópica o vivida como algo pasado de moda. Como una instantánea que puede ser superada por la siguiente, y no es así. El amor ha entrado en el tiempo con una sucesión de episodios que van reafirmándolo y reclama la palabra fidelidad.

Pero hoy, en la época de las citas a ciegas ( el amor es ciego pero no tanto, ni tonto) la fugacidad de lo transitorio “exige” otros tipos de amor, el amorío que siempre existió y era algo censurable, como ave extraña en el común “ gallinero” de la sociedad. Era algo execrable, algo despreciable que reprobaba la sociedad normal.

Hoy el amorío se exhibe y es excitante su “proclamación” en los medios. Da la impresión de que el amor verdadero, el amor sin veleidades, ya no existe. Ha sido desplazado por el amor del “papel cuché”; el que se pregona y vende. El verdadero problema es que se ve, llama la atención y es seductor, seductor como el mismo mal. Y como aquello que seduce, tiende a imitarse con un mimetismo peligroso que lo equipara con el éxito en la vida. Todo ello induce a la falta de compromiso, utilizar al otro para mi satisfacción, que es la muestra del egoísmo, que puede ser a dúo y la ruptura es algo preanunciado. En la ruptura alguien sufre y se siente humillado y su reafirmación es la destrucción del otro o de la otra.

Las consecuencias las estamos viendo y la ignorancia no quiere ver los orígenes. Se rompen la cabeza los ministros de igualdad y los políticos cuando están inmersos en valores, habitualmente, sólo económicos o tecnológicos. ¿Cómo es posible?, se preguntan. Yo denuncio. Sí, es la falta de valores transcendentales que serían cuna de la fidelidad y sin cuna no puede criarse la maravillosa criatura que es el amor fiel.

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