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Las doloras de Campoamor están tan vigentes que nos siguen doliendo con la expresión de sus ideas

Nada hay verdad ni mentira

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Algunas princesas ya no parecen princesas, aunque cambien su reino y se vayan a vivir a otros reinos extranjeros. Algunos deportistas de elite ya no parecen deportistas, y se convierten en delincuentes. Algunos jueces ya no parecen jueces y aplican la justicia a su manera. Algunos gobernantes ya no parecen gobernantes y van soltando prendas de su desgobierno a medida que actúan. Algunas tonadilleras ya no parecen tonadilleras y las letras de sus canciones hablan más de su historia que su propia voz. Algunos políticos ya no parecen políticos y en lugar de gestionar proyectos se dedican a colocarse en el primer o segundo puesto del ranking y pasan meses y meses, años y años sin preocuparse por el pueblo, pero con un gran sueldo. Algunos impuestos ya no parecen impuestos y se convierten en un gran castigo al uso, herencia o compraventa. Algunas mujeres nunca se enteran de nada, sólo de que hay que echarle de vez en cuando agua al jarrón de las flores, tan bellas y delicadas como ellas, pero no saben quién ha puesto esas flores en el florero, ni cuánto han costado, ni dónde se han comprado, ni para quién, ni para cuándo, ni con qué dinero, no les consta nada, lástima que unas florecillas no tienen que responder, pueden venir arrancadas de cualquier jardín de barrio, como si un ladronzuelo de flores fuera el culpable del delito de que alguien sea sólo un vulgar o precioso florero.

Estos son sus oficios, sus estados, sus nombres no es necesario relatarlos, ya los adivináis, incluso si decís unos u otros tampoco importa mucho, porque hay tantos…

Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira, no nos engañemos, se hace necesario acabar estos versos de Ramón de Campoamor, el escritor que este año 2017 también celebra el bicentenario de su nacimiento, al igual que Zorrilla, pero ambos autores se contraponen, el de Valladolid, más romántico, el asturiano de Navia, más realista, y nos ofrece sus doloras, las que duelen, como si fueran humoradas convertidas en dramas, en pequeños poemas donde se unen la filosofía, el sentimiento, el escepticismo y el egoísmo, no muy diferentes a aquellos han sido estos doscientos años si Campoamor o Zorrilla aún vivieran. Todo es según el color / del cristal con que se mira.

Las doloras de Campoamor fueron un gran éxito editorial, a mediados del siglo XIX. Y al igual que ahora circulan imágenes, mensajes, memes y chistes mediáticos en Internet, por donde el pueblo respira, patalea, grita, critica y soporta las injurias y abusos de los poderosos, antes existían las doloras al uso.

Las doloras de Campoamor están tan vigentes que nos siguen doliendo con la expresión de sus ideas aunque se alejen de los buenos sentimientos de otros poemas clásicos.

Porque algunos poemas al igual que algunas personas deberían parecer lo que son, porque para eso cumplen esa función en sus cargos y no deberían cambiar nunca las rimas de su vida. Las apariencias engañan, desde mucho antes del romanticismo.

Nada hay verdad ni mentira

Las doloras de Campoamor están tan vigentes que nos siguen doliendo con la expresión de sus ideas
Nieves Fernández
sábado, 18 de febrero de 2017, 11:07 h (CET)
Algunas princesas ya no parecen princesas, aunque cambien su reino y se vayan a vivir a otros reinos extranjeros. Algunos deportistas de elite ya no parecen deportistas, y se convierten en delincuentes. Algunos jueces ya no parecen jueces y aplican la justicia a su manera. Algunos gobernantes ya no parecen gobernantes y van soltando prendas de su desgobierno a medida que actúan. Algunas tonadilleras ya no parecen tonadilleras y las letras de sus canciones hablan más de su historia que su propia voz. Algunos políticos ya no parecen políticos y en lugar de gestionar proyectos se dedican a colocarse en el primer o segundo puesto del ranking y pasan meses y meses, años y años sin preocuparse por el pueblo, pero con un gran sueldo. Algunos impuestos ya no parecen impuestos y se convierten en un gran castigo al uso, herencia o compraventa. Algunas mujeres nunca se enteran de nada, sólo de que hay que echarle de vez en cuando agua al jarrón de las flores, tan bellas y delicadas como ellas, pero no saben quién ha puesto esas flores en el florero, ni cuánto han costado, ni dónde se han comprado, ni para quién, ni para cuándo, ni con qué dinero, no les consta nada, lástima que unas florecillas no tienen que responder, pueden venir arrancadas de cualquier jardín de barrio, como si un ladronzuelo de flores fuera el culpable del delito de que alguien sea sólo un vulgar o precioso florero.

Estos son sus oficios, sus estados, sus nombres no es necesario relatarlos, ya los adivináis, incluso si decís unos u otros tampoco importa mucho, porque hay tantos…

Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira, no nos engañemos, se hace necesario acabar estos versos de Ramón de Campoamor, el escritor que este año 2017 también celebra el bicentenario de su nacimiento, al igual que Zorrilla, pero ambos autores se contraponen, el de Valladolid, más romántico, el asturiano de Navia, más realista, y nos ofrece sus doloras, las que duelen, como si fueran humoradas convertidas en dramas, en pequeños poemas donde se unen la filosofía, el sentimiento, el escepticismo y el egoísmo, no muy diferentes a aquellos han sido estos doscientos años si Campoamor o Zorrilla aún vivieran. Todo es según el color / del cristal con que se mira.

Las doloras de Campoamor fueron un gran éxito editorial, a mediados del siglo XIX. Y al igual que ahora circulan imágenes, mensajes, memes y chistes mediáticos en Internet, por donde el pueblo respira, patalea, grita, critica y soporta las injurias y abusos de los poderosos, antes existían las doloras al uso.

Las doloras de Campoamor están tan vigentes que nos siguen doliendo con la expresión de sus ideas aunque se alejen de los buenos sentimientos de otros poemas clásicos.

Porque algunos poemas al igual que algunas personas deberían parecer lo que son, porque para eso cumplen esa función en sus cargos y no deberían cambiar nunca las rimas de su vida. Las apariencias engañan, desde mucho antes del romanticismo.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

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