El proceso que ha llevado desde la elaboración y aprobación del Estatuto de Cataluña hasta la sentencia del Tribunal Constitucional, hace que nos planteemos cuál es el modelo de Estado que necesitamos.
Digo que necesitamos, porque más allá de lo que queramos o dejemos de querer, la realidad acabará imponiéndose y no será posible acceder a ella por medio de clasificaciones y conceptos del siglo pasado. El concepto de Estado ha de cambiar simplemente porque la configuración de los Estados ha cambiado.
Ya no somos todos morenos, católicos y nostálgicos, aunque sigamos empeñados en serlo.
Será seguramente el momento de dar cabida también a las reivindicaciones locales, ensanchando el Estado-Nación hacia la plurinacionalidad que nos enriquece sin jerarquías. Sólo cuando nos reconozcamos entre nosotros como iguales podremos ser realmente iguales.
El modelo que expresa la Constitución Española de 1978 es un Estado más o menos adecuado a la coyuntura histórica de entonces, cuando el modelo de la modernidad todavía podía cumplir funciones esenciales tras una larga dictadura. Más de treinta años después, la situación ha cambiado.
El Estatuto de Cataluña pone de manifiesto que lo que falla no son sus artículos, sino el marco en que se engloba. Para redactarlo habría sido necesaria una reformulación de la Constitución que reflejase una idea de adaptación de los límites del Estado. El caso es que la reforma no parece siquiera estar en los planes de nadie con potestad para hacerla.
Hace falta volver a pensar qué queremos y cómo queremos hacerlo, pero teniendo en cuenta que el tiempo ha pasado y que lo que era válido para entonces puede no serlo ahora.