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De castaño oscuro

Mario López
Mario López
jueves, 3 de junio de 2010, 07:21 h (CET)
Cuando niño recuerdo que estaba de moda entre los adultos decirnos "esto ya pasa de castaño oscuro". Me fascinaba. Me podía pasar horas y horas dándole vueltas a la cabeza pensando en aquella sentencia que, debería ser la expresión de algo tremendo para los mayores, pero a mí únicamente me evocaba las castañas pilongas que frecuentemente llenaban mis bolsillos para acabar agujereándolos. Esas castañas eran duras de cojones y no se podían morder si no querías quedarte sin dientes, pero podías tenerlas todo el día en la boca chupándolas.

¿Qué había de malo en que algo pasara de castaño oscuro? Yo me esforzaba en imaginar esa transición del castaño claro al castaño oscuro en algún objeto concreto, pero no era una tarea fácil. Únicamente, el plátano de mi bodegón. Yo estaba aprendiendo a pintar con guasch en el taller de pintura del colegio, y mi profesor, don Anto, me preparó un bodegón con una plátano y otras cosas que no recuerdo. El caso es que, efectivamente, el plátano cada día estaba más castaño oscuro y no había manera de acabar el cuadro. Mi bodegón era distinto cada día por culpa del plátano. Cuando pasaba de castaño oscuro, desaparecía, y, en su lugar, aparecía otro completamente amarillo. Como Penélope o Sísifo, yo me afané durante un año en una tarea ardua. Sí, fue entonces cuando aprendí la palabra ardua; me la enseñó Rivière, que su madre era profesora de latín y él se dejaba los deberes encima del piano (una familia muy culta). No sé la de capas que pude dar de guasch a aquel trozo de papel que, por la parte de atrás acabó completamente comido por la pintura. La última versión de mi bodegón, a final de curso, pasó de castaño oscuro, y ahí se quedó para siempre, en el taller de don Anto. Hace décadas que no he vuelto a oír aquella expresión, pero creo que viene muy a cuento en las actuales circunstancias que vivimos. Cuando de niño las cosas pasaban de castaño oscuro, los mayores tomaban la iniciativa y te podías echar a temblar. Hoy, en cambio, aquí no pasa nada. Ya nunca jamás pasará nada, por mucho que las cosas pasen de castaño oscuro.

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Desde este pequeño atril de papel digital y con el permiso de los lectores presento una columna que puede producir dudas, pero también certezas. Siempre escribo con ilusión, como hace décadas se escribía con un lápiz mordido ahora convertido en lápiz digital y que intenta subrayar los ojos de los dispositivos para reflexionar.

El 25 de abril escribí y publiqué un artículo sobre el fallecimiento del papa Francisco, otro tanto hice el 2 de Mayo sobre la preparación del cónclave para la elección del nuevo papa que se celebró el 7 de mayo, y concluyó con la elección de León XIV. Por lo tanto era obligado cerrar esta trilogía, con quien ahora le corresponde gobernar la Barca de Pedro.

El nuevo papa forma parte de la congregación de los agustinos, una orden muy antigua de la iglesia católica que se inspira en la filosofía y la ética de San Agustín de Hipona, un religioso africano, seguramente berebere y casi con seguridad portador de rasgos físicos muy diferentes de aquellos con los que lo ha inmortalizado con el curso del tiempo la institucionalidad de Roma.

 
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