WASHINGTON -- Recorrido medio camino de la temporada de primarias de 2010, la tensión fundamental dentro del sistema político estadounidense se está volviendo más clara: Un gobierno de izquierdas lucha por imponer su agenda a un electorado cada vez más receptivo a un movimiento activista conservador que opera dentro del Partido Republicano.
Manifestado sobre todo en los episodios periódicos de apoyo del movimiento de protesta fiscal a los candidatos de la derecha a gobernador o senador, las fuerzas contrarrevolucionarias acaban de poner a prueba su fortaleza directamente contra las mayorías Demócratas que arrebataron el poder a George W. Bush en 2006 y que remataron esa toma del poder en 2008 con la elección de Barack Obama.
Lastrados por el peso de intentar implantar las medidas progresistas a cuenta de las cuales fueron elegidos oficialmente y sufragar el gasto que heredaron de dos guerras y la colosal recesión que les llevó a ocupar los cargos, los Demócratas se enfrentan a una reacción popular contra las políticas intervencionistas y caras que Obama entre otros han seguido.
El enfrentamiento ha dominado este curso legislativo del Congreso con enfrentamientos enrocados motivados por la reforma sanitaria y la regulación financiera que han ampliado la brecha ideológica entre los partidos.
La intensidad y la constancia del enfrentamiento legislativo han negado a la opinión pública uno de los principales objetivos a los que aspiraba el electorado al elegir a Obama -- la tregua entre las formaciones. Pero no está claro aún que los Republicanos vayan a ser castigados por declarar la guerra al presidente.
Los Republicanos han explotado este nuevo énfasis en la austeridad pública con significativas victorias electorales en estados normalmente Demócratas como Nueva Jersey o Massachusetts, y apuntan derrotas potenciales para los Demócratas en Illinois, Delaware y Pennsylvania.
En el ínterin, los electores de ambos partidos están demostrando la inestabilidad de los gustos previos al rechazar a los cargos titulares aparentemente asentados en favor de aspirantes desconocidos en estados tan diferentes como Utah, Florida, Arkansas y, una vez más, Pennsylvania.
Esto ha convertido al Senador de Pennsylvania durante cinco mandatos Arlen Specter en la figura arquetipo de este año, un caballero expulsado literalmente del Partido Republicano por el desafío de un ex congresista novato y el movimiento de protesta fiscal pobremente financiado, y a continuación derribado en su nuevo lugar dentro de las primarias Demócratas por un Joe Sestak aún más desconocido, un extraño para la mayoría de los electores del estado hasta que empezaron a emitirse sus anuncios tres semanas antes del día de las elecciones.
En su euforia injustificada tras derrotar a Specter, cuyo transfuguismo es el ejemplo inefable del interés egoísta calculado que los electores asocian con los políticos profesionales, Sestak anunciaba que su victoria era "un triunfo del pueblo, sobre el estamento, sobre el estatus quo, incluso sobre Washington, D.C".
Al añadir a la capital a su lista de derrotados, Sestak parecía indicar su falta de respeto a Obama, que dio su apoyo encarecido a Specter. Y eso destaca uno de los grandes interrogantes de la tensión no resuelta a la que ahora se enfrentan los candidatos Demócratas: si postularse al calor de Obama o en su contra.
Los Republicanos del Congreso hicieron su elección hace más de un año cuando decidieron enfrentarse a Obama a cuenta incluso de la ley de estímulo que inyectó miles de millones a sus propios distritos electorales castigados por la recesión. A medida que pasa el tiempo y los indicios de recuperación económica se han vuelto más evidentes, Obama ha demostrado una firmeza creciente al defender sus propias medidas anticipadas y condenar la oposición Republicana.
Pero los Demócratas siguen nerviosos con la idea de cerrar filas junto a Obama. Entre ellos hay más dispuestos a apostar sus posibilidades a que los Republicanos se dejen arrastrar demasiado a la derecha de los que se apuntan a prometer apoyar al presidente en futuros enfrentamientos para hacer frente al reto del déficit fiscal.
La combinación de un entorno político volátil y la forma improvisada de abordar las legislativas dificulta que los Demócratas cierren filas tras el presidente. Pero hasta el momento, no han descubierto otra estrategia.