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Nuestro parlamentarismo está “hernandizado”, esto es, marcado por los portavoces de PP y PSOE

La "hernandidez" al cuadrado

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La nacional política está hernandizada, quién la deshernandizará, el deshernandizador que la deshernandice… buen deshernandizador será.

El anterior trabalenguas, en realidad es un galimatías del que no sabemos cuándo y cómo saldrá el país. Al igual que a la raramente usada entrada principal del Congreso de los Diputados la flanquean dos leones, el interior del Hemiciclo cuenta con dos hernandos, leoninamente implantados, que son los que en los últimos años conducen los derroteros de sus respectivas formaciones en la residencia de la soberanía popular. Los señores diputados quedan encuadrados en grupos parlamentarios, muchos coincidentes con partidos y otros con uniones de estos que se alían para poder tener grupo propio y no quedar relegados al grupo mixto. El PP y el PSOE siempre han sido los partidos con mayor peso representativo en la Cámara hasta ahora, un imperio que últimamente empieza a verse comprometido con la entrada de nuevas y pujantes formaciones que está por ver hasta dónde llegan. Pero por el momento vivimos un largo “impasse” en el que las cabezas visibles de los dos principales partidos de la “vieja política” son las de sendos hernandos: Antonio y Rafael; Rafael y Antonio. Tanto monta, monta tanto. El “hernandismo” es tendencia. Ponga un Hernando en su vida… bueno, no se moleste, ya nos han sido impuestos en y por sus formaciones para gloria del tardobipartidismo aliñado con nuevos y asimilables condimentos que nos adorna.

Son ambos hernandos símbolo palmario de la política actual. Del representante político medio, entre oscuro y canchero. Son los defensas leñeros del equipo, que tratan de mantener su puerta a cero en tanto que las estrellas marcan goles al rival mientras los comentaristas destacan las jugadas y el público asiste, ora silente, ora enardecido. Acatan y hacen acatar los hernandos las órdenes del míster al resto de jugadores, que disponen de muy escaso margen de actuación más allá de lo prescrito por el grupo. A los díscolos y a los chaqueteros, de hecho, se los mira con acerbo desdén.

Los hernandos mantienen el orden en sus respectivas filas, cuyos sistemas de juego muchas veces hay quien los ha llegado a confundir en ese modelo tan en boga inspirado por el denominado pensamiento único.

Son los “chicos para todo” de la socialdemocracia y la democracia cristiana respectivamente. Si hay que decir un NO rotundo y luego desdecirse de este apostando con igual fervor por un SI categórico, pues se hace, ya que aunque son durísimos como el roble, asimismo gozan de no menos mayúscula flexibilidad; podrían entonar junto al Dúo Dinámico aquel pasaje de la magnífica canción “Resistiré”: “Soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie”.

El político depende en gran medida para mantenerse en el meollo de un gran número de factores: la relación con unos u otros grupos dentro de su propio partido, con los distintos “lobbies” y agentes sociales, con los medios informativos y, a través de la imagen que estos ofrecen de él, con la opinión pública, entre otros. Por eso ha de mudar constantemente sus parámetros de actuación y comunicación adaptándose a las coyunturas. Y los hernandos son clara muestra de esta política “desautentificada” que nos rige. La flexibilidad de la que hacen gala cuando dicen una cosa y la contraria, de manera terminante ambas, no es transferida, cuando se les reclama, hacia actuaciones que puedan redundar en beneficio de la ciudadanía.

Sin duda, las hemerotecas no se llevan muy bien con la demagogia de la que unos y otros partidos invariablemente hacen uso. Ninguna formación pasa ese filtro, y gran parte de la culpa la tiene el ciudadano por admitir las campañas entre procaces y sentimentaloides que se gastan los candidatos, y por guiarse por ellas a la hora de emitir un voto. También por incentivar la insinceridad del representante político. Cuando el cargo público se expresa con arreglo a sus convicciones reales (como el alcalde de Alcorcón días atrás) se le critica hasta la saciedad y se exige su dimisión. Cuando un tipo como el primer edil de Alcorcón dice algo que se puede considerar una barrabasada, bien porque el ámbito favorecía tal discurso o porque lo sintiese así profundamente, se toma nota y no se le vuelve a votar, pues mientras no se legisle tajantemente, o la acción o dicción sea brutal y punible, el político no va a tener por lo general un golpe repentino de vergüenza torera. La señora Lepen en Francia, por ejemplo, no engaña; el ciudadano sabe, o se puede hacer una idea, de a lo que se puede atener si se aventura a otorgarle su confianza. Y a eso que practica y promueve doña Marine lo tildan de populismo cuando aquello a lo que se da dicho nombre es una práctica de la que todos los sistemas y facciones hacen uso, dado que la política se basa en la búsqueda de cuanto mayor poder e influencia, lo que obliga entre otras cosas a seducir al pueblo y para conseguirlo hay que acercarse a él, más que físicamente a través de discursos, proclamas y soflamas que apelen al sentimiento y a ciertos anhelos difusos aludidos de manera superficial (Donald Trump ha recurrido a tan trillado proceder y le ha funcionado magníficamente). Trump es la caricatura de la caricatura en que ya se había convertido la política mundial; la manera en que ha procedido en su campaña es la misma que usan los partidos en las democracias: indagan genéricamente en los requerimientos y preferencias de aquellos que engrosan los censos y circunscripciones electorales y se lanzan a emitir “tuits” por vía oral (como Obama con su “Yes, we can”), matizando el mensaje según el auditorio; apelan a las vísceras del potencial votante y le venden motos de distinta cilindrada. Y una vez consiguen lo que perseguían con tan institucionalizados y convencionalizados procedimientos, ya se relajan y se dedican a hacer política de salón. Los hernandos son el ejemplo de esa política de salón post-vendaval, dedicada a apuntalar los intereses del grupo y a conspirar, entre otras cosas, para poder seguir siendo ellos los que continúan conspirando contra propios y ajenos.

Ellos saben que al ciudadano no le gustan las evidencias amargas y sí los encandiladores guiños que anuncian los beneficios que atraerá la gestión de un partido concreto, tolerando como mucho ciertos eufemismos que edulcoren evidencias desagradables y delatadoras de infames praxis.

Si no nos salimos de la lógica vigente y volvemos a adquirir conciencia de que la democracia es un sistema que ha de luchar por mejorar la vida de todos y de que los partidos son los agentes de tal cosa seguiremos padeciendo los efectos del falseamiento de tan velada evidencia. Los hernandos son claro producto del actual modelo además de elementos que contribuyen a apuntalar grandemente el mismo. Veremos cuánto dura el tándem.

La "hernandidez" al cuadrado

Nuestro parlamentarismo está “hernandizado”, esto es, marcado por los portavoces de PP y PSOE
Diego Vadillo López
lunes, 5 de diciembre de 2016, 12:37 h (CET)
La nacional política está hernandizada, quién la deshernandizará, el deshernandizador que la deshernandice… buen deshernandizador será.

El anterior trabalenguas, en realidad es un galimatías del que no sabemos cuándo y cómo saldrá el país. Al igual que a la raramente usada entrada principal del Congreso de los Diputados la flanquean dos leones, el interior del Hemiciclo cuenta con dos hernandos, leoninamente implantados, que son los que en los últimos años conducen los derroteros de sus respectivas formaciones en la residencia de la soberanía popular. Los señores diputados quedan encuadrados en grupos parlamentarios, muchos coincidentes con partidos y otros con uniones de estos que se alían para poder tener grupo propio y no quedar relegados al grupo mixto. El PP y el PSOE siempre han sido los partidos con mayor peso representativo en la Cámara hasta ahora, un imperio que últimamente empieza a verse comprometido con la entrada de nuevas y pujantes formaciones que está por ver hasta dónde llegan. Pero por el momento vivimos un largo “impasse” en el que las cabezas visibles de los dos principales partidos de la “vieja política” son las de sendos hernandos: Antonio y Rafael; Rafael y Antonio. Tanto monta, monta tanto. El “hernandismo” es tendencia. Ponga un Hernando en su vida… bueno, no se moleste, ya nos han sido impuestos en y por sus formaciones para gloria del tardobipartidismo aliñado con nuevos y asimilables condimentos que nos adorna.

Son ambos hernandos símbolo palmario de la política actual. Del representante político medio, entre oscuro y canchero. Son los defensas leñeros del equipo, que tratan de mantener su puerta a cero en tanto que las estrellas marcan goles al rival mientras los comentaristas destacan las jugadas y el público asiste, ora silente, ora enardecido. Acatan y hacen acatar los hernandos las órdenes del míster al resto de jugadores, que disponen de muy escaso margen de actuación más allá de lo prescrito por el grupo. A los díscolos y a los chaqueteros, de hecho, se los mira con acerbo desdén.

Los hernandos mantienen el orden en sus respectivas filas, cuyos sistemas de juego muchas veces hay quien los ha llegado a confundir en ese modelo tan en boga inspirado por el denominado pensamiento único.

Son los “chicos para todo” de la socialdemocracia y la democracia cristiana respectivamente. Si hay que decir un NO rotundo y luego desdecirse de este apostando con igual fervor por un SI categórico, pues se hace, ya que aunque son durísimos como el roble, asimismo gozan de no menos mayúscula flexibilidad; podrían entonar junto al Dúo Dinámico aquel pasaje de la magnífica canción “Resistiré”: “Soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie”.

El político depende en gran medida para mantenerse en el meollo de un gran número de factores: la relación con unos u otros grupos dentro de su propio partido, con los distintos “lobbies” y agentes sociales, con los medios informativos y, a través de la imagen que estos ofrecen de él, con la opinión pública, entre otros. Por eso ha de mudar constantemente sus parámetros de actuación y comunicación adaptándose a las coyunturas. Y los hernandos son clara muestra de esta política “desautentificada” que nos rige. La flexibilidad de la que hacen gala cuando dicen una cosa y la contraria, de manera terminante ambas, no es transferida, cuando se les reclama, hacia actuaciones que puedan redundar en beneficio de la ciudadanía.

Sin duda, las hemerotecas no se llevan muy bien con la demagogia de la que unos y otros partidos invariablemente hacen uso. Ninguna formación pasa ese filtro, y gran parte de la culpa la tiene el ciudadano por admitir las campañas entre procaces y sentimentaloides que se gastan los candidatos, y por guiarse por ellas a la hora de emitir un voto. También por incentivar la insinceridad del representante político. Cuando el cargo público se expresa con arreglo a sus convicciones reales (como el alcalde de Alcorcón días atrás) se le critica hasta la saciedad y se exige su dimisión. Cuando un tipo como el primer edil de Alcorcón dice algo que se puede considerar una barrabasada, bien porque el ámbito favorecía tal discurso o porque lo sintiese así profundamente, se toma nota y no se le vuelve a votar, pues mientras no se legisle tajantemente, o la acción o dicción sea brutal y punible, el político no va a tener por lo general un golpe repentino de vergüenza torera. La señora Lepen en Francia, por ejemplo, no engaña; el ciudadano sabe, o se puede hacer una idea, de a lo que se puede atener si se aventura a otorgarle su confianza. Y a eso que practica y promueve doña Marine lo tildan de populismo cuando aquello a lo que se da dicho nombre es una práctica de la que todos los sistemas y facciones hacen uso, dado que la política se basa en la búsqueda de cuanto mayor poder e influencia, lo que obliga entre otras cosas a seducir al pueblo y para conseguirlo hay que acercarse a él, más que físicamente a través de discursos, proclamas y soflamas que apelen al sentimiento y a ciertos anhelos difusos aludidos de manera superficial (Donald Trump ha recurrido a tan trillado proceder y le ha funcionado magníficamente). Trump es la caricatura de la caricatura en que ya se había convertido la política mundial; la manera en que ha procedido en su campaña es la misma que usan los partidos en las democracias: indagan genéricamente en los requerimientos y preferencias de aquellos que engrosan los censos y circunscripciones electorales y se lanzan a emitir “tuits” por vía oral (como Obama con su “Yes, we can”), matizando el mensaje según el auditorio; apelan a las vísceras del potencial votante y le venden motos de distinta cilindrada. Y una vez consiguen lo que perseguían con tan institucionalizados y convencionalizados procedimientos, ya se relajan y se dedican a hacer política de salón. Los hernandos son el ejemplo de esa política de salón post-vendaval, dedicada a apuntalar los intereses del grupo y a conspirar, entre otras cosas, para poder seguir siendo ellos los que continúan conspirando contra propios y ajenos.

Ellos saben que al ciudadano no le gustan las evidencias amargas y sí los encandiladores guiños que anuncian los beneficios que atraerá la gestión de un partido concreto, tolerando como mucho ciertos eufemismos que edulcoren evidencias desagradables y delatadoras de infames praxis.

Si no nos salimos de la lógica vigente y volvemos a adquirir conciencia de que la democracia es un sistema que ha de luchar por mejorar la vida de todos y de que los partidos son los agentes de tal cosa seguiremos padeciendo los efectos del falseamiento de tan velada evidencia. Los hernandos son claro producto del actual modelo además de elementos que contribuyen a apuntalar grandemente el mismo. Veremos cuánto dura el tándem.

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