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S. Madrid, A Coruña

Rita y la justicia de Dios, que es misericordia

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La trayectoria de Rita Barberá no puede reducirse a un episodio oscuro, cuyas responsabilidades jurídicas y políticas habrán de ser depuradas. Barberá ha sido una gran alcaldesa de Valencia, ha gozado durante años de enorme consenso y popularidad, y ha liderado una profunda transformación de su ciudad (Valencia), al menos así lo manifiestan millares de valencianos. La soledad y el desamparo que ha vivido en los últimos tiempos no hacen justicia a una trayectoria larga de servicio público con muchas luces y también con sombras, como toda obra humana.

En la hora de su inesperada muerte algunos pueden sentir, con pesadumbre, el modo en que la han tratado. Otros, pocos pero ruidosos, demuestran su abyección. La justicia de los hombres, siempre necesaria, es también siempre imperfecta y aproximada. Por eso confiamos a Rita Barberá a la única Justicia que nos permite vivir con esperanza, la justicia de Dios, que es misericordia.

Rita y la justicia de Dios, que es misericordia

S. Madrid, A Coruña
Lectores
lunes, 28 de noviembre de 2016, 19:23 h (CET)
La trayectoria de Rita Barberá no puede reducirse a un episodio oscuro, cuyas responsabilidades jurídicas y políticas habrán de ser depuradas. Barberá ha sido una gran alcaldesa de Valencia, ha gozado durante años de enorme consenso y popularidad, y ha liderado una profunda transformación de su ciudad (Valencia), al menos así lo manifiestan millares de valencianos. La soledad y el desamparo que ha vivido en los últimos tiempos no hacen justicia a una trayectoria larga de servicio público con muchas luces y también con sombras, como toda obra humana.

En la hora de su inesperada muerte algunos pueden sentir, con pesadumbre, el modo en que la han tratado. Otros, pocos pero ruidosos, demuestran su abyección. La justicia de los hombres, siempre necesaria, es también siempre imperfecta y aproximada. Por eso confiamos a Rita Barberá a la única Justicia que nos permite vivir con esperanza, la justicia de Dios, que es misericordia.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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