Clasismo y complejo de inferioridad se dan la mano en la popular y mundana expresión de buena familia.
Casi siempre se dice para ensalzar el estatus de la parte contraria y elevar el propio al considerar una relación desigual por parte de personas acomplejadas con el pedigrí familiar en el que han nacido o han sido socializados. También puede expresar un conformismo honrado de cintura para arriba y honesto de cintura para abajo de gentes de clase baja resignadas a sus suerte, acepción que no vamos a comentar en este texto.
Por ejemplo, pero existen múltiples situaciones y no todas con vínculos afectivos o románticos. Un chico en la treintena, sin estudios, aunque es listo como el hambre y habla tres o cuatro idiomas, ni oficio ni beneficio, que vive del cuento y de las cuentas de mamá y papá y de ingresos irregulares, esto es, trapicheos y chanchullos múltiples que exigen poca dedicación y mucho morro, se enamora de, pongamos por poner, otro chico guapo, inteligente, sensato, sensible y preparado (no nos referimos a Felipe de Borbón).
El chico listo como el hambre les dice a sus progenitores, que siempre han vivido de su trabajo por cuenta ajena y ahora disfrutan de un escenario socioeconómico saneado y sin nubarrones en el futuro, que se ha enamorado de un tipo de buena familia.
Los progenitores están encantados de la elección de su díscolo y vago retorno, tan especial él, tan rebelde sin causa, tan gracioso sin gracia. El chico más listo que el hambre entiende por buena familia que sea de apellido más o menos de tronío o raro que no termine en -ez o sea compuesto, que tengan más de una propiedad y que el novio inteligente y preparado al igual que sus papá, mamá, hermanos y hermanas hayan estudiado una carrera en una universidad privada.
Con ese complejo de inferioridad clasista el chico más listo que el hambre suple sus carencias académicas y económicas con capital social. Ese capital social le sube la autoestima, le pone tieso el pene y le permite acudir a saraos y eventos culturales de cierta sofisticación (prohibido fútbol y deportes de muchedumbres obreras animalizadas).
Resulta curioso observar cómo ese sintagma de buena familia aburguesada clase media forma parte de los automatismos culturales que operan en el subconsciente de la inmensa mayoría. Quienes alcanzan tal categoría están tocados por las mano de dios.
Una familia de buena familia no deja de serlo jamás. Los borbones siempre serán borbones aunque algún bribón o bribona defraude a Hacienda. Los Rato siempre serán Rato aunque algún raterillo exministro y alto jerarca del FMI sea declarado delincuente. Los Franco siempre serán Franco aunque a algún abuelo cabreado se le ocurriera matar a millones de republicanos, rojos, comunistas y ateos. La lista de buenas familias sería interminable: Calígula, Pinochet, Thatcher, Trump, Netanyahu, los Borgia...
Nunca serán de buena familia los descendientes de Lenin, Marcelino Camacho, Martin Luther King, Malcolm X, Fidel Castro, Che Guevara, Patrice Lumumba, Nelson Mandela, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft o Simone Beauvoir. Si esos descendientes hablaran mal de los orígenes de su saga, tal vez pudieran formar una rama sana y burguesa merecedora del título virtual de buena familia.
De buena familia funciona como un axioma invisible. Suele utilizarse más por gente desclasada de la multitud trabajadora que siente complejo y vergüenza de su procedencia social e intenta zafarse de su condición imitando y acercándose todo lo que puede y le dejan a personas que atesoran valores, ficticios o no, superiores a los propios.
Los valores que implica ser de buena familia son capital ajeno que disfruta en usufructo la persona desclasada para aparentar lo que no es y tal vez jamás será.
Esas personas desclasadas se hacen un daño terrible a sí mismas y a su círculo más cercano. Son egoístas, no les interesa la política y solo habitan la superficialidad de la vida. Su compromiso afectivo y social es nulo.
Mientras pueden tirar de las rentas del capital social ajeno, todo va a las mil maravillas. Cuando se quedan a solas en su desierto narcisista, hacen aguas a espuertas y piden auxilio y pleitesía a todos aquellos que pululan en sus alrededores antes olvidados.
Esos chicos y chicas (mucho menos) listos y listas como el hambre hacen pasar opiniones originales, deslumbrantes o simplezas cum laude de chicas y chicos de buena familia como si las hubieran pensado ellas o ellos mismos.
Es muy difícil salir del síndrome acomplejado de la buena familia. Esos chicos-chicas-listos-listas-como-el-hambre son susceptibles de caer en sectas ultramontanas o adherirse a ideas fascistas con suma facilidad. Al no tener pensamientos propios, su mente vacía admite lo que sea... si viene de cabezas con pátina lustrosa de buena familia.
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