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Kepa Tamames
Kepa Tamames
​Aprovechando el título, sirva este artículo como humilde homenaje a Pau, un tipo al que siempre percibí honesto tanto en su profesión como en su vida personal

Aprovechando el título, sirva este artículo como humilde homenaje a Pau, un tipo al que siempre percibí honesto tanto en su profesión como en su vida personal. Trato hoy, precisamente, de la falta de honestidad individual que nos carcome los huesos, sacrificando una vez sí y otra también la independencia intelectual que debiera definirnos como «seres racionales», y que sin embargo nos empeñamos en poner en tela de juicio, cuando no triturar como característica.

Causar daño a nuestros semejantes ―sean perros, tortugas, arenques, guacamayos o humanos― nos envilece hasta nuestras más hondas raíces

Me cuenta una amiga que hay «lágrimas gustosas», tras confesarle yo que lloré como una madalena durante la lectura de un artículo de opinión que tuvo a bien compartir. Porque no puedo evitar emocionarme ante un perro anciano; sobre todo si tiene un pasado biográfico oscuro y encontró en un momento dado lo que todo el mundo anhela: una vida digna y razonablemente feliz.

Arnaldo sigue teniendo una cuenta pendiente con su conciencia, ya que no con la justicia

Gordo no paga. Tampoco Bigotes. Y eso que la cantidad a abonar en sentencia firme era como quien dice calderilla. Pero te declaras insolvente, y listo. El resto consiste en esperar a que la pena prescriba, se cierra entonces el caso, y a otra cosa mariposa. Lo único, que la judicatura no mostró al parecer interés alguno en seguir la vida laboral de Gordo, pues de haberlo tenido, quiero pensar que algún toquecito le hubiera dado.

La utilización de animales en experimentación es un fraude científico y una aberración ética

Todavía recuerdo que aún muchos años después de que iniciase mi andadura en la defensa de los animales percibía con verdadero desagrado y profunda incomodidad un área concreta de la explotación animal, por un motivo doble, además: el terrible sufrimiento que genera en las víctimas, de una parte, y la presunción de que resulta inevitable, de otra. Me refiero al uso de animales en experimentación.

Aunque la fecha consensuada del inicio de la última guerra civil española se fija en el 17/18 de julio de 1936, hay autores que defienden la idea de que la contienda dio comienzo en realidad durante la primera semana de octubre de 1934, cuando aguantó durante quince días la revolución izquierdista, sobre todo en Asturias. Y aunque en el resto del país fracasó el llamamiento a la insurrección contra la República, en la mitad de las provincias hubo al menos un muerto a causa de la refriega. Ninguna broma.

Desde que tengo uso de razón (se lo pongo a huevo a mis amigos graciosetes, quienes seguro comentarán que entonces no hace tanto, o incluso que ni se han enterado de que adquirí sin anunciarlo dicha mayoría mental) orino sentado en el inodoro. Simplemente porque me resulta más operativo en mi particular caso, por cuanto tal postura me permite reflexionar un ratillo sobre lo que surja, a veces nada.

Como cualquier operario sudado tras dura jornada, los imagino dejándose caer sobre el banco corrido del vestuario, descansarán unos segundos, y procederán con rapidez a desprenderse del uniforme, pues lleva lo suyo quedarse en pelota picada, deseosos de tomar una reconfortante ducha. Ni andares normales tienen enfundados en la ropa de trabajo. Son los 'antidisturbios'.

La explotación y matanza de animales para la obtención de su piel es cada vez más conocida por el gran público, gracias a las constantes campañas llevadas a cabo por las diferentes entidades proteccionistas, y está siendo en consecuencia cuestionada por una parte significativa de la sociedad, en especial el apartado que hace referencia a la llamada industria de la «peletería de lujo».

Leído el título, pensará alguien que me dispongo a abordar la situación política española, y yerra en el diagnóstico. Porque entiende uno que ante lo crucial no debe desdeñarse lo importante, y considero que el tema que esta vez traigo a colación lo es, aunque acontezca en lo que siempre fue una ciudad provinciana, y que hoy se erige en capital autonómica, menudo cambio.

Nunca he comulgado con las historias minimalistas de buenos y malos, donde los primeros despliegan su papel de ángeles melosos y a los segundos se les reserva el de villanos sanguinarios. Supongo que, al menos en el caso de los humanos, las cosas vienen a ser bastante más complejas de lo que ofrece un guión como el descrito. A poco que se observe con ojos críticos, la vida cotidiana nos ofrece ejemplos diáfanos de lo que digo.

¡Bingo!, gritará el ocurrente de turno, o acaso alargará el título con tan conocido como ordinario pareado, que no por repetido hasta la saciedad deja de hacer gracia a un sector de la población. De todo tiene que haber, supongo. Pero ya imaginarán ustedes, conociendo mi seriedad en esto de la escritura, que el tema del presente texto tiene algo más enjundia que una gracieta fácil.

La persona encargada de limpiar el descansillo de la escalera se afanaba en dejar todo como los chorros del oro, cuando oyó que algo se movía dentro de una de las cajas apiladas junto al ascensor. Se acercó entre asustada y curiosa… ¡Un conejo tricolor! Solo un milagro salvó al roedor de acabar en la basura.

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