El asesino múltiple y/o sistemático empieza a estar cansado. Lleva más de 10 años cometiendo crímenes y todavía no ha sido hallado por la policía. Debería estar satisfecho, pero no es así. Cuando empezó con sus fechorías, lo hizo para demostrar que sí era posible el crimen perfecto. El hecho de que todavía no haya sido arrestado debería calmarlo y hacerle sentir mejor puesto que lo que pretendía ha quedado demostrado. Pero no es así. Una duda se ha instalado en su cabeza: ¿Y si se debe más a los errores de los representantes de la ley que a sus propios aciertos? Analiza sus sensaciones y se da cuenta de que la perfección es imposible. ¿Qué pasaría si existiera un policía perfecto y un criminal perfecto? Una opción invalidaría a la otra. ¿No será más bien que existe la doble imperfección? Esta paradoja le mantiene en vilo. Y ha tomado una decisión. En su siguiente delito deja una pista para que den con él. Si no le atrapan, nunca sabrá si el resto de crímenes supuestamente perfectos eran realmente perfectos. Y, si le atrapan, irá a la cárcel, sí, pero ¿qué es una cadena perpetua cuando se tiene la certeza de que hay algo perfecto? Por eso, cuando la policía lo detiene, no puede dejar de sonreír, por más que el detective se jacte de que no existe el crimen perfecto.
Texto publicado en “Deantología, la logia del microrrelato”, Talentura, Madrid, 2013.
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