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​La IA y la pregunta por el ser

Es un momento bisagra para la humanidad. Depende de nosotros el pensarlo, al menos por ahora
​Sergio Fuster
martes, 12 de agosto de 2025, 12:32 h (CET)

El lanzamiento de nuevas aplicaciones en Inteligencia artificial (IA), como el controvertido “Chatbot Grok” de Elon Musk donde aparece “Rudy” (un adorable animalito que insulta, agrede y profiere comentarios antisemitas), además de un avatar sexualizado llamada “Ani” para que les hagan “compañía” a los niños parece una imagen salida de una película distópica de ciencia ficción de “clase B”. Pero no es la magia de Hollywood, es la verdad. Esto no solo habla de la clase de persona que es Musk, sino además del tipo de mundo que intenta construir. Por otra parte en Argentina ya se comenzó a aplicar “Zoe”, una estilizada profesora virtual que “ayudará” a los docentes y a los alumnos en el aula. El avance de las aplicaciones de la IA son cada vez más atrevidos y un posible análisis en cuanto a ella debe tratar de liberarse de cualquier prejuicio generacional y, sobre todo, de caer en la tentación permanente de la tecnofobia.


La IA promete ser imparable. El tema que debemos pensar no es este, me parece, sino que estamos en el inicio de un tipo de interacción con las máquinas que es diferente a otras interacciones que hemos tenido en otras situaciones de la historia. La técnica desde que el mundo es mundo ha servido como aliada del hombre. Para su evolución cultural. En buena medida para humanizarlo. Empero, la IA amenaza con lo contrario. Comúnmente el vínculo con la técnica no solía poner en peligro la ontología, ahora creo que es tiempo de enfrentarnos a la pregunta que pocos se atreven a hacer: ¿qué sucede con el ser? ¿Qué significa ser un “ser humano”? Quiero suponer, a pesar de las polémicas que giran en torno a la corporeidad, que nuestra generación por ahora lo tiene más o menos claro. El problema siempre radica en las nuevas generaciones que ya nacerán en medio de una posrealidad, actuando con interlocutores no-humanos: amigos, parejas, tutores o mascotas virtuales –y hasta podemos incluir un tipo de tecno-espiritismo que nos permita interactuar con seres queridos fallecidos-, propiciando que en la consciencia del niño – y en la de los adultos que llegaran a ser-  no haya lugar para discriminar qué es real y qué no.


La confusión de la realidad a través de nuevos actores como “objetos digitales” que no tienen existencia factual, que no son “personas”, que son sencillamente programas que simulan lo natural puede crear no solo desconcierto, sino precipitar una nueva antropovisión que asuma lo virtual como autentico para la cual no estemos aún preparados. Es lo que Anne Cauquelin denominó “lo incorpóreo” o “entes insustanciales”. Compartiríamos la vida con entidades alternas que llegarían a conformar vínculos autónomos. “Un mundo feliz” de Huxley no llegó a imaginar tanto. Me pregunto: sí se perdiera esa singularidad que nos constituye como humanos, como entes especiales, con todo lo bueno y lo malo que ello implica, con qué categorías asumiríamos los nuevos roles. Sería un nuevo tipo de alucinación consensuada. A causa de ello el sujeto del nuevo milenio probablemente sea des-sujetado de su materia, in-habitado de su biologicidad en función de difuminarse en la virtualidad, de permutar el espacio contingente por transmisiones dentro de una pantalla que reproduce un contenido ciberespacial, como si se abriese un portal hacia una nueva dimensión donde el ecocidio extraviase su impronta, un orbe inmaterial hasta ahora absolutamente desconocido para el hombre.


Eso conlleva crear nuevas reglas jurídicas, nuevos valores éticos, nuevas maneras de pensar. ¿Estamos en condiciones de hacerlo? ¿O dejaremos esa tarea a las máquinas parlantes? ¿Estamos en la antesala de un nuevo status de clase? Nunca olvidemos que durante el siglo pasado hubo una ocasión en que se pretendió modificar el concepto de lo humano. Que la ontología se puso en tela de juicio. El nazismo, con un aparato de poder intentó manipular la esencia del ser, quiso diferenciar a los superhombres señalados para reinar de los subhombres, aquellos seleccionados para el exterminio. Fue un intento de transvalorar la sustantividad de la vida y alterarla a través de una prótesis de ingeniería biológica. Y todos sabemos cómo terminó.


Es un momento bisagra para la humanidad. Depende de nosotros el pensarlo, al menos por ahora. El tema reside en sí nos interesa meditar en ello o no, de resguardar la ontología, de seguir teniendo el control de lo que somos antes de que sea muy tarde, me refiero antes de que las máquinas lo hagan por nosotros. 

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