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Introducción: crisis y herencia
El incendio declarado en la noche del viernes 8 de agosto de 2025 en la Mezquita-Catedral de Córdoba, Patrimonio de la Humanidad, despertó una gran conmoción nacional e internacional. Aunque el fuego fue rápidamente controlado y la mayoría del monumento permanece intacto, el desplome parcial del techo de la capilla de la Anunciación y los daños localizados recuerdan que ningún tesoro histórico está a salvo, ni está libre de la fragilidad que impone el tiempo, pero, sobre todo: no está libre de la negligencia. Las imágenes de humo elevándose sobre el bosque de columnas recorrieron el mundo, despertando temores de tragedias recientes como el incendio de Notre-Dame en París (2019) o peor, el de la Biblioteca Nacional de Sarajevo (1992). En minutos, un lugar que ha resistido guerras, saqueos y siglos de transformaciones estuvo a merced de un accidente, cuya causa inicial apunta a un cortocircuito en equipos de limpieza almacenados en una capilla lateral.
Significado histórico y cultural: más allá del fuego
La Mezquita-Catedral de Córdoba no es solo un monumento; es una narración en piedra de más de mil años de historia, es un símbolo del legado andalusí en España. Construida entre los siglos VIII y X bajo el dominio Omeya y convertida en catedral tras la Reconquista en el siglo XIII, su construcción y sucesivas ampliaciones consolidaron a Córdoba como epicentro cultural del mundo andalusí y del mundo conocido hasta ese momento. Bajo sus arcos, el saber árabe floreció en literatura, medicina, astronomía, filosofía y arquitectura, irradiando conocimiento que más tarde nutriría al Renacimiento europeo. Pero más allá de su profundo simbolismo, su arquitectura, representa la convergencia de la arquitectura islámica con la cristiana, y hoy es uno de los monumentos más reconocidos de nuestra historia, es Patrimonio de la humanidad, con la responsabilidad pública que eso implica. Es el símbolo vivo y palpable de las huellas que la cultura árabe ha dejado en Andalucía y en toda España: en la literatura, basta con leer los libros “Huellas del Islam en la Literatura Española: de Juan Ruiz a Juan Goytisolo” de la profesora puertorriqueña Luce López Baralt o “Tratado (Tafsira) del mancebo de Arévalo” de la también profesora puertorriqueña María Teresa Narváez Córdova, en la arquitectura (arcos de herradura, mosaicos, patios, el uso de la luz), en las ciencias, en la música y en la lengua española (palabras de origen árabe como “alcoba”, “azúcar”, “álgebra”). La pérdida parcial de este monumento sería un atentado contra ese patrimonio compartido porque lejos de borrar su pasado, estas capas arquitectónicas testimonian un mestizaje excepcional, donde la herencia árabe y cristiana aun conviven, dialogan y se complementan.
Crítica y responsabilidad: no más negligencias
Que la causa probable del incendio fuera un cortocircuito en una barredora eléctrica —un equipo de limpieza— señala problemas graves de mantenimiento, control de materiales y protocolos de seguridad dentro de los bienes patrimoniales del estado español. Un cortocircuito provocado por maquinaria almacenada en una capilla histórica es, sencillamente, inaceptable. Si los espacios sagrados y artísticos se convierten en improvisados cuartos de limpieza, cual trastero venido a menos, la conservación deja de ser prioridad para convertirse en retórica vacía, en una auténtica burla a la historia y a los que a golpe de martillo y cincel la construyeron.
Este episodio obliga a repensar la prevención de riesgos: revisiones eléctricas periódicas, protocolos de almacenamiento seguro, limitación de materiales inflamables y formación específica para el personal. La protección del patrimonio no puede depender solo de la pericia de los bomberos ni de la buena suerte; requiere planificación, inversión y transparencia. No es suficiente con sistemas de protección; se requiere una cultura preventiva rigurosa. El suceso debe servir como llamada de atención para las administraciones responsables (Ayuntamiento, Junta de Andalucía, Cabildo) y para los encargados de su conservación.
Proteger monumentos es proteger la historia
Cuidar un monumento no es un gesto estético ni turístico: es un acto de responsabilidad intergeneracional. Cada arco de herradura, cada mosaico y cada inscripción cúfica de la Mezquita-Catedral forman parte de un relato que no nos pertenece solo a nosotros, sino también a quienes nos precedieron y a quienes vendrán. Cuando permitimos que la desidia, el descuido, la falta de responsabilidad, la ignorancia, la falta de mantenimiento o la burocracia pongan en riesgo estos bienes, traicionamos ese pacto tácito con la historia y con nuestros ancestros.
La lección del 8 de agosto es clara: la protección del patrimonio debe ser integral, continua y participativa. Requiere voluntad política, compromiso ciudadano y una gestión que entienda que, cuando protegemos nuestros monumentos, estamos protegiendo lo que somos. Porque el fuego, a diferencia del tiempo, no respeta las pausas ni da segundas oportunidades. Y lo que las llamas consumen, incluso si se restaura, nunca vuelve a ser exactamente lo mismo.
Legislación española, un compromiso constitucional y estructurado: la cultura no arde por azar
España forma parte de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural (UNESCO, 1972), ratificada el 23 de enero de 1984 con sus sucesivas enmiendas. Esta convención obliga a los Estados firmantes a identificar, proteger, conservar y transmitir a las generaciones futuras los bienes culturales y naturales que poseen un valor excepcional. En este marco, y siempre según la ley, el Estado español debe:
- Adoptar políticas que integren la protección del patrimonio en la planificación general.
- Crear servicios públicos especializados para su conservación.
- Facilitar la investigación, la formación y los recursos técnicos y financieros necesarios.
La Constitución Española, en su artículo 46, establece que las autoridades “garanticen la conservación y promuevan el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España” y que el derecho penal sancione los atentados contra este patrimonio. Como desarrollo normativo, la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español, apoyada por el Real Decreto 111/1986, regula la protección de bienes materiales y su clasificación como Bienes de Interés Cultural (BIC), categoría que involucra los monumentos más destacados. Este marco general se complementa con legislación autonómica, como la Ley 14/2007 del Patrimonio Histórico de Andalucía, que crea el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como instrumento para su salvaguarda y difusión.
Del rescate a la prevención: hoja de ruta para blindar nuestro patrimonio
La actualidad manda con urgencia a buscar verdaderas y perdurables soluciones:
- Revisión exhaustiva de protocolos de prevención: inspección eléctrica regular, almacenamiento seguro de materiales, y control de riesgos en zonas sensibles.
- Formación y simulacros específicos del personal de mantenimiento y seguridad: aprender del incendio de Notre-Dame y otras tragedias patrimoniales.
- Fondo de emergencia para restauración rápida: colaboración entre administraciones (Junta, Iglesia, Ayuntamiento) y centros de restauración especializados.
- Impulso de transparencia y participación pública: que expertos, historiadores, arquitectos y ciudadanía contribuyan a un plan de conservación real.
- Educación y concienciación cultural: sensibilizar sobre el valor del legado andalusí e histórico en general, como parte esencial de la identidad española, reforzando su protección.
Además, como bien recuerda la ONG World Heritage Watch, la gestión del Plan director de la Mezquita-Catedral debería ajustarse a los lineamientos de la UNESCO, incluyendo la participación ciudadana y el respeto al legado histórico de los monumentos en España, algo que ha sido cuestionado en informes recientes.
Conclusión: el fuego como última advertencia El incendio en la Mezquita-Catedral de Córdoba no es solo una herida en la piedra y madera; es una herida en nuestra memoria colectiva. Cada chispa que consume un fragmento de este monumento apaga también una parte de la historia que nos define, que forma parte de nuestra identidad, nos guste o no. La historia no se puede borrar. Las huellas árabes que atraviesan sus arcos y columnas no son reliquias de un pasado ajeno, sino testigos vivos de un legado que nos pertenece a todos. Ignorar su protección es permitir que la indiferencia se convierta en el verdadero incendio, uno que no deja humo, pero sí un vacío irreparable. Hoy, Córdoba tiene, no solo que restaurar lo dañado, sino blindar lo que queda, con leyes, recursos y compromiso real. Porque quien deja arder su historia, está faltándole el respeto a su legado y está dejando arder su futuro.
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