El verano no siempre es sinónimo de descanso. Muchas personas confiesan volver de sus vacaciones más agotadas, física y mentalmente, que antes de marcharse. ¿La razón? Una expectativa inflada de perfección, planes grandiosos y una desconexión artificial que rara vez se sostiene. Pero, ¿y si el secreto del bienestar no estuviera en los viajes lejanos ni en los días "perfectos", sino en lo ordinario, en lo cercano?

Eso es precisamente lo que nos proponen Robert Waldinger y Arthur C. Brooks, profesores de Harvard y expertos en la ciencia de la felicidad. Según ellos, la clave del bienestar duradero está en abrazar lo cotidiano, disfrutar de lo sencillo y priorizar las relaciones humanas. Algo que, paradójicamente, el verano nos permite practicar mejor que nunca.
Vivir lo cotidiano sin menospreciarlo
Waldinger, director del mayor estudio longitudinal sobre la felicidad jamás realizado, lo resume así en su libro Una buena vida:
“Afrontar el desorden, la cotidianidad y las dificultades de la vida nos brinda alivio. El camino hacia la satisfacción duradera es reconciliarnos con lo cotidiano”.
Esa reconciliación no es resignación. Es aceptar el momento presente, vivir con menos prisa por destacar, menos miedo a no ser excepcionales. Porque, como demuestra la psicología positiva, las personas más felices no son las que lo tienen todo, sino las que valoran lo que ya tienen y lo cultivan: la conversación pausada, el paseo sin rumbo, la mirada compartida.
Este principio conecta con lo que Mihaly Csikszentmihalyi llamó flow: ese estado de concentración profunda y disfrute en lo que hacemos, cuando cuerpo y mente se alinean en una tarea que nos reta, nos absorbe y nos hace perder la noción del tiempo. Y sí: también se puede alcanzar fregando platos mientras escuchas música, o cuidando el jardín.
Disfrutar no es huir, es conectar
Arthur C. Brooks, en una de sus columnas para The Atlantic, advierte sobre la trampa de idealizar la felicidad como un estado permanente:
“Se trata de buscar un disfrute profundo, que combine estímulos, compañía y evocación de recuerdos”.
Ese disfrute no se encuentra en las redes sociales ni en itinerarios abrumadores. Se cultiva con una mirada agradecida, una mente presente y un corazón abierto. No se trata de huir de lo que somos, sino de aceptar nuestras peculiaridades y cuidar nuestras conexiones, porque, como señala Waldinger, la calidad de nuestras relaciones es el mayor predictor de bienestar.
Consejos de verano con base científica y humana
1. Acepta quién eres: no copies las vacaciones de otros. Diseña un descanso que se ajuste a tu esencia. 2. Refuerza tus vínculos: pasar tiempo de calidad con amigos o familia mejora tu salud emocional. 3. Cuida tu conexión trascendente: ya sea a través de la meditación, la contemplación o la oración, busca algo que te dé perspectiva. 4. Sal al aire libre: la luz solar, tomada con sentido común, estimula regiones cerebrales asociadas al estado de ánimo. 5. Redescubre el placer de lo simple: cocina sin prisa, escucha música, riega tus plantas, juega, camina... Estás más cerca del bienestar de lo que crees.
En resumen: haz del presente tu refugio
No hace falta llegar a una isla griega para sentir paz. Puedes encontrarla en tu patio, en una lectura compartida, en una carcajada inesperada. Y, sobre todo, en dejar de perseguir una vida extraordinaria para empezar a vivir con plenitud la vida real.
Quizá ese sea el mayor regalo del verano: recordarnos que el tiempo compartido, la atención plena y la sencillez son los caminos más ciertos hacia esa felicidad que, como decía Matthieu Ricard, “no se encuentra fuera de uno, sino en lo que cultivamos dentro”.
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