Como le ocurre a Dios, somos en cuanto accionamos. Si fuéramos una guitarra, e l ser residiría en el tono del sonido de las cuerdas al ser tañida. Nosotros seríamos mientras las cuerdas están vibrando. Es en ese corto espacio de tiempo en el que nuestro ser es.
Todo arte necesita práctica. Son muchas las horas que se requiere. Muchas las pruebas que se malogran por falta de experiencia.... El lenguaje es la púa. El silencio, la materia donde se desarrolla. El ser reside en el particular tono que nuestras cuerdas vocales emiten las palabras. Es algo que se va afincando en el aire. Fuera de nosotros a base de actos. A medida que el verbo emana, el busto del ser se concreta y al instante se evapora. Y así, verbo a verbo, golpe a golpe, el silencio pierde su sustancia y se va definiendo el estado de nuestro ser en ese instante.
Somos cuando una esquirla del silencio cae al suelo como consecuencia de haberla rasgueado. De haberla pellizcado con la púa del lenguaje. De haber trasgredido la inacción. Dejando el busto del ser vibrando con la momentánea forma que nuestros hechos lo van modelando. Y cuando el sonido calla, el ser se disuelve en el mar del silencio a la espera de que vuelva a ser accionado.
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