Este 22 de julio de 2025, el presidente Donald Trump ha anunciado ante el mundo, una vez más, la retirada de Estados Unidos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). La decisión, que entrará en vigor oficialmente a principios del 2026, se sustenta en una retórica ya conocida: acusaciones de “sesgo pro-palestino”, “agenda woke” y “control globalista”. Pero más allá de la propaganda política, ¿qué implica realmente para EE. UU. romper —por tercera vez en su historia— con la organización encargada de proteger el conocimiento, la cultura, la educación, la ciencia, la tecnología y la cooperación científica global?

Donald Trump - (Foto de: Europa Press / Hu Yousong)
Un vínculo que nace con la paz
Estados Unidos fue uno de los países fundadores de la UNESCO en 1945, en plena posguerra, cuando el mundo necesitaba algo más que tratados: necesitaba un nuevo sistema y orden de pensamiento. El poeta Archibald MacLeish, delegado estadounidense en la conferencia de fundación, dejó escrita una de las frases más emblemáticas de la historia institucional: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.
Desde entonces, la relación entre EE. UU. y la UNESCO ha sido intermitente. Ya en 1984, Ronald Reagan, al más puro estilo western, decidió abandonar la organización por supuestas ineficiencias y un sesgo contrario al capitalismo. No podemos olvidar que Reagan, causó una de las tasas de paro más grandes de la historia en la nación norteamericana, creando una crisis que se reflejó en la opinión pública del país y en cientos y miles de trabajadores en la calle. En 2003, George W. Bush reingresó como gesto de diplomacia multilateral. En 2011, con la admisión de Palestina, se congelaron los pagos. En 2018, bajo el primer mandato de Trump, Estados Unidos se retiró por completo. En 2023, con Biden, y entre vítores y coches blindados al más puro estilo hollywoodense, hace su “come back”. Y hoy, en 2025, se anuncia una nueva marcha. Este vaivén constante refleja no tanto la naturaleza de la UNESCO, una organización nacida de la preocupación de “nosotros los pueblos” como la profunda crisis de visión exterior de EE. UU, que en un baile desenfrenado mezcla la cultura con la política, la educación con la mala inversión.
¿Qué pierde Estados Unidos?
1. Liderazgo global en ciencia y cultura. En un mundo interconectado, las decisiones normativas sobre inteligencia artificial, ética científica, protección del patrimonio o educación para la sostenibilidad no pueden darse sin cooperación. Al retirarse, Estados Unidos, cede espacio a potencias como China, a continentes como África, o América Latina que ocupan cada vez más posiciones de liderazgo en los comités técnicos y programas estratégicos de la UNESCO.
2. Voz moral y diplomática. La retirada debilita la capacidad del país para ejercer lo que Joseph Nye llamó soft power, ese poder blando que no se impone con armas, sino con valores y con la palabra. EE. UU. abandona así su posibilidad de influir desde la cultura, la memoria histórica, la libertad de expresión o los derechos digitales.
3. Oportunidades para comunidades locales. Decenas de sitios norteamericanos figuran en la Lista del Patrimonio Mundial —de Yellowstone a la Estatua de la Libertad—. Pero más allá del turismo, están en juego programas educativos, fondos para investigación, formación docente, cooperación universitaria, y reconocimiento para pueblos indígenas y comunidades históricamente marginadas. ¿Quién gana con cortar esos vínculos? mejor nos preguntamos, ¿Quién pierde?
¿Qué debería hacer la UNESCO?
No basta con lamentar la salida estadounidense, la directora general ha manifestado que ya lo esperaba, y estaban preparados presupuestariamente para ello. La UNESCO, como organismo internacional, debe también autoevaluarse. Para que una futura reincorporación no se base en meras conveniencias políticas, deben tomarse medidas estructurales:
Transparencia institucional: mejorar los mecanismos de rendición de cuentas, evaluación de impacto y eficiencia presupuestaria. Neutralidad programática: evitar instrumentalizaciones políticas de sus mandatos, especialmente en áreas sensibles como la cuestión palestina o los debates sobre diversidad e identidad cultural. Espacios de participación flexible: ofrecer estatus de observador con derechos parciales a países en proceso de retorno, para evitar rupturas totales del diálogo.
La cultura no es ni debe ser un juego geopolítico
Hay decisiones que resuenan más allá de las urnas y los titulares. Retirarse de la UNESCO no solo es un gesto simbólico: es una renuncia activa al compromiso global con la paz, el conocimiento y la cooperación internacional. Es una ofensa abierta a todos los directores que han aportado a ella, no podemos olvidar que España, en la figura de Federico Mayor Zaragoza, tuvo al director con el mandato más largo de la historia, y a todos los que componemos ese importante universo. Y en un siglo marcado por la crisis climática, la fragmentación digital, la amenaza a los derechos humanos y las guerras, renunciar a la cultura y a la educación como herramienta de transformación social es, sencillamente, un error histórico.
Estados Unidos y cualquier país, puede estar en desacuerdo con aspectos puntuales de la UNESCO. Pero construir futuro desde la exclusión nunca ha sido una buena estrategia. La pregunta no es si la UNESCO sirve a los intereses de EE.UU., sino si EE.UU. está dispuesto a ser parte de una comunidad mundial donde los intereses se negocian desde el respeto, la memoria y el saber compartido.
Porque la cultura, nunca se debe retirar. Y la paz no se decreta. Se cultiva.
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