La llegada del verano en España, con sus altas temperaturas y el atractivo de costas, ríos y piscinas, trae consigo una advertencia que resuena con una preocupación creciente: el alarmante aumento de los ahogamientos. En la primera mitad de 2025, se han tenido que lamentar más de 200 personas fallecidas por esta causa, según datos preocupantes de la Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo. Esta cifra no es solo un número; representa vidas truncadas, sueños desvanecidos y un recordatorio sombrío de que el agua, si bien es fuente de ocio y disfrute, también exige respeto y cautela extrema.

La prevención de ahogamientos es un desafío multifactorial que demanda una respuesta coordinada por parte de la sociedad en su conjunto. No se trata únicamente de la responsabilidad individual, sino de una conciencia colectiva que debe impregnar cada decisión y cada acción cuando nos encontramos en entornos acuáticos. El perfil de las víctimas es variado, abarcando desde la infancia hasta la tercera edad, lo que subraya la universalidad de este riesgo y la necesidad de adaptar las medidas preventivas a cada grupo de edad y circunstancia.
Uno de los pilares fundamentales para evitar tragedias es la supervisión constante, especialmente en el caso de menores. Incluso en aguas poco profundas, un descuido de apenas unos segundos puede tener consecuencias fatales. Los niños, por su curiosidad innata y su falta de percepción del peligro, requieren una atención ininterrumpida por parte de los adultos responsables. Es vital designar a un adulto específico para la vigilancia, que no se distraiga con otras actividades. Esta supervisión debe ser activa y cercana, eliminando la falsa sensación de seguridad que puede generar la presencia de otros bañistas o la profundidad aparente del agua.
Para los adultos, la autoconciencia de las propias limitaciones físicas es crucial. Un porcentaje significativo de los ahogamientos en esta franja de edad se produce en personas que, por diversas razones, sobreestiman sus capacidades o subestiman los peligros del entorno acuático. El consumo de alcohol o ciertas medicaciones, así como la realización de comidas copiosas antes de entrar al agua, son factores de riesgo que alteran la percepción y disminuyen la capacidad de reacción, incrementando exponencialmente las probabilidades de un accidente. Es imperativo evitar bañarse en zonas no vigiladas o en momentos de gran fatiga. El conocimiento de las corrientes marinas, la temperatura del agua y la señalización de playas o piscinas son elementos informativos que deben ser siempre considerados.
La formación en primeros auxilios y reanimación cardiopulmonar (RCP) es otra herramienta poderosa en la cadena de supervivencia. Saber cómo actuar ante una situación de ahogamiento puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte mientras llegan los servicios de emergencia.
Numerosas organizaciones ofrecen cursos accesibles que dotan a la ciudadanía de estas habilidades vitales, convirtiéndolos en potenciales salvadores en una emergencia. No es necesario ser un profesional para aprender a ayudar, y el conocimiento de estas técnicas básicas debería ser una asignatura pendiente para una parte significativa de la población.

Las instalaciones acuáticas, tanto públicas como privadas, tienen una responsabilidad ineludible en la implementación de medidas de seguridad. La presencia de personal de salvamento cualificado y en número suficiente es fundamental en playas y piscinas. Asimismo, la correcta señalización de profundidades, la existencia de equipos de salvamento y la aplicación rigurosa de las normativas de seguridad son aspectos que no pueden ser pasados por alto. En el ámbito doméstico, la instalación de vallas de seguridad alrededor de las piscinas y la supervisión de los sistemas de drenaje son precauciones básicas que salvan vidas.
La educación es, en última instancia, la clave para un cambio de paradigma. Desde las edades más tempranas, es esencial inculcar el respeto por el agua y enseñar normas de seguridad básicas. Programas de natación y campañas de concienciación en escuelas y medios de comunicación son fundamentales para construir una cultura de prevención que permee en todas las generaciones. El objetivo es que la seguridad acuática se convierta en una segunda naturaleza, una parte intrínseca de cómo interactuamos con el agua.
Los datos de la primera mitad de 2025 son un toque de atención que no podemos ignorar. La reducción del número de ahogamientos requiere un esfuerzo colectivo y sostenido. Es el momento de recordar que el disfrute del agua debe ir siempre de la mano de la prudencia, el respeto y la responsabilidad. Solo así lograremos que el verano sea sinónimo de alegría y no de tragedia.
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