La forma de gobernar basada en el tactismo, en vez de sustentarla en los principios, puede resultar aritméticamente muy rentable, y de una efectividad extrema para mantenerse en el poder, ya que el número de combinaciones posibles para articular mayorías de gobierno son múltiples. El puzzle resultante de sumar apoyos a costa de competencias da más posibilidades que el cubo de Kubrick, y sin embargo, los resultados de una acción de gobierno derivada de la dictadura de la aritmética en la que se sustituyen principios por intereses tiene muchas derivadas.
La primera derivada es el mercadeo: priorizar el poder por encima del servicio conlleva servidumbres para todos los ciudadanos. La segunda derivada es la radicalización: los principios de las minorías de gobierno se aplican a la mayoría de los ciudadanos, y la consecuencia es el frentismo y la radicalización. La tercera derivada es la inoperancia: las energías del Ejecutivo se dedican a los equilibrios, y las prioridades se trasladan a las cuotas de poder. La cuarta derivada es el despilfarro: el incremento de altos cargos necesarios para contentar a los socios de Gobierno, en época de grave crisis económica, no sólo es ineficiente, sino poco ejemplar e injusto. La quinta derivada es la inestabilidad: la supremacía de la aritmética partidista se comporta con una voracidad desestabilizadora que se traslada a todas las Administraciones. La sexta derivada es la desconfianza: la credibilidad de las Administraciones está en su punto más bajo, ya que los ciudadanos han colocado a las instituciones en el ranking de los problemas más importantes. La séptima derivada es la pérdida de competitividad: liderar los indicadores de paro y la caída de la actividad económica es poco aleccionador y un lastre para el futuro. Y la octava derivada y última es la pérdida de calidad democrática: los índices de participación y de transparencia son los más bajos de la democracia.
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