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Desequilibrios sanos

Los estímulos nos interrogan a diario; nos mantienen vivos
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 4 de julio de 2025, 10:23 h (CET)

Es curioso cuánto se habla de la dignidad personal sin estar plenamente identificados con dicha entidad. En la referencia exclusiva al hecho de haber nacido, como portadores de condiciones esenciales en concreto, aún no habremos intervenido en su configuración. Tiene su miga hablar de esa dignidad, si prescindimos de la valoración de las características básicas de la persona. Cada persona valora su PRESENCIA de muy diferentes maneras; pueden quedar muy adaptadas a su constitución básica o, por el contrario, disgregadas de forma degradante. Resulta decisiva la relación de cada individuo con sus fundamentos constituyentes; si se pierde esa relación, se distorsiona el concepto de dignidad.


Quién iba a pensarlo, la vida se caracteriza por no dejar en paz al fiel de la balanza, este nunca puede permanecer estático, oscilan constantemente los pesos de sus platillos. Las partículas constituyentes de los seres vivos se muestran con un dinamismo incesante a través de sus diversas funciones, sus movimientos brotan en cualquiera de sus dimensiones y se evidencian sus efectos. A nivel MOLECULAR nadie para quieto, quien transporta está dispuesto, los receptores perciben y los emisores transmiten. Y esto sin cuando, ni siquiera, hemos mencionado las actividades de las partículas subatómicas. Querámoslo o no su activismo consigue el balanceo necesario para mantenernos con vida.


En esto de los cambios incesantes y simultáneos, destaca la presencia de los humanos como una constante. Hemos de diferenciar los tiempos evolutivos, bien de forma inmediata o efectos producidos a lo largo de plazos prolongados. A la vez, se mantiene una estructura básica, con modificaciones predecibles o insospechadas. Lo apreciamos claramente en la GENÉTICA, con formas duraderas (ADN, RNA) y con adaptaciones evolutivas constantes e incluso mutaciones sorprendentes. La epigenética enlaza con las actuaciones ambientales y sus repercusiones. El progreso evolutivo exige determinadas transformaciones, es la manera peculiar de ejercer como seres vivos sin perder el sello de la especie.


La edad es una buena recolectora de experiencias, sean comprensibles o no; a lo largo de los años se recibieron impulsos desde cualquier ángulo, con características desiguales. Eso sin contar con las influencias no detectadas. En la entidad de una persona confluye un enorme registro de estímulos e impedimentos en un incesante dinamismo. Una primera conclusión es evidente, la cerrazón no tiene sentido. La vida entraña esa movilidad continuada, sin ella sería otra realidad bien diferente. La briosa DANZA de los impulsos es un rasgo definitorio indiscutible, referirnos a la posibilidad de darle un sentido determinado a dichos funcionamientos, ya es hablar en otros términos y con otras consecuencias.


El pensamiento inaugura una serie interminable de espacios con peculiaridades particulares como mar de fondo; sus enlaces con los entornos serán ambivalentes según los grados de discordancia manifestados. Los sentimientos nunca podrán ser globales, son de cada uno, como ocurre también con las percepciones. No obstante, ese conjunto de vivencias va dejando un poso general evidente. El raciocinio agrupa una suerte de conocimiento intelectual del conjunto, la llamada NOOSFERA, inaprensible, pero real, a disposición de cualquiera para conexiones conscientes o subconscientes. Las captaciones y brotes emergentes no permiten un momento de respiro, constituyen la máxima expresión de vitalidad.


No está muy claro hasta qué punto logramos conducirnos conscientemente a través de las emociones o las fuertes pasiones, en gran parte se asoman desde el armario del subconsciente; u vigor compite con el poder decisorio de las personas. En los retos existenciales cotidianos se alternan las versiones, modulan las reacciones individuales hasta extremos inauditos. Los movimientos desiguales mantienen en vilo la estabilidad individual, nada nuevo bajo el sol, pero siempre con novedades peculiares. Junto a los demás factores vitales, participan del ente humano en grado superlativo; sus contrastes TESTIMONIAN con fidelidad la esencia de las experiencias del estar vivo, precisamente por sus controversias.


Cada nuevo descubrimiento, lejos de ponernos frente a una solución, nos conduce a interrogantes imprevistos; se pone de relieve la profundidad de los enigmas. Si algo ponen en evidencia estos hallazgos es la carga de conexiones que habían pasado desapercibidas. Efectos a distancia y a largo plazo, influencias simultáneas, ambigüedad de las repercusiones según sean observadas o no, repercusiones del psiquismo sobre los mecanismos físicos y viceversa; vienen a representar una serie de relaciones, que si no son CUÁNTICAS, se le parecen. Nadie puede presumir del control absoluto de las decisiones personales. El arte de manejar esos esos instantes refleja una inmensidad inabarcable.


La vida entraña una actividad ilimitada, por parte de las conductas expresivas y por los mecanismos subyacentes en la interioridad de los organismos, en los múltiples estados energéticos y de la materia. La presencia de los seres humanos introduce deseos, iniciativas, así como una fantasía creativa exuberante. Ni qué decir de la variedad de los recursos para cada situación con todo el horizonte abierto ante las posibles actuaciones. Más que una competición entre los numerosos elementos involucrados, detectamos un continuado ACOPLAMIENTO con la suma momentánea de factores que genera unos instantes efímeros. El tiempo, el espacio y la vida acomodan sus expresiones en la realidad, mientras los humanos seguimos buscando los significados.


Nunca podemos lograr satisfacción completa a la hora de afrontar el futuro; sobre todo, por la incompletud de recursos y capacidades. A los conocimientos adquiridos siempre les falta algo, la incertidumbre y los enigmas de la vida imponen su presencia. La asimilación de las experiencias previas puede servir de apoyo inicial. Los errores interpretativos para proyectar las nuevas actuaciones, son inevitables. La conclusión es evidente, no disponemos de esquemas resolutivos de carácter absoluto. Hemos de contar con unas condiciones HISTÓRICAS inestables e incompletas en su exposición; con un sinfín de posibles intérpretes, cada persona uno. La anhelada armonía ha de asumir ese reto diferencial.


A medida que avanzamos en la percepción de las vivencias, se pone de relieve la dificultad para considerar a cada experiencia como un hecho aislado; los condicionamientos y las influencias surgen de los focos más insospechados. Ese dinamismo se convierte en el principal protagonista, ese carácter MULTIFACTORIAL es la imagen auténtica de la vitalidad y su potencial.


Situados ante semejante panorama, a cada sujeto se nos presenta la disyuntiva, dependiente de la actitud personal, con tres opciones principales. La pasividad indolente, que anula el valor propio. La actitud negativa, entorpecedora de la armonía deseable. Queda la opción de una persona CABAL, sin renuncias, dispuesta a una participación integradora.

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