Sr. Director:
La fiesta del Corpus Christi tiene como una resonancia especial en el pueblo cristiano. Y no sin razón aún se mantiene el dicho de los “tres jueves…” aunque, salvo en algunas ciudades, litúrgicamente, se haya trasladado al domingo. Lo importante de ese día es la contemplación de Jesús en la Custodia que procesiona por las calles ante la admiración de tanta personas sencillas y creyentes.
Y esa contemplación tiene que elevarse, transformarse, en fe, adoración y oración. Tres dimensiones que compendian el misterio de la Eucaristía: La presencia real de Jesucristo en Cuerpo y Alma, Humanidad y Divinidad. Fe para creer, adoración para alabar al Dios hecho hombre, y oración porque es un medio sencillo, eficaz e imprescindible para que esa presencia no sea momentánea y pasajera sino algo perdurable a lo largo de nuestros días; perdurable a lo largo del agobio, del cansancio y también de las penas y alegrías de cada uno de nuestros días.
En eso se traducen, o deben traducirse, esas ornamentaciones tan originales y laboriosas que cielos, balconadas y alfombras repletas de floridos colores lucen en tantas calles como tributo y reconocimiento al Amor de los Amores.
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