En medio de los numerosos artículos que se escribieron y que acogían la elección de León XIV, quiero solamente dar mi pequeña aportación señalando tres detalles que me llamaron más la atención, y por los que doy muchas gracias a Dios.
El primero, el lugar privilegiado que le ha dado a la centralidad de Cristo en la vida del hombre. Sus palabras no dejan lugar a ninguna duda:
“La Paz esté con todos vosotros. Hermanos y hermanas queridísimos, este es el primer saludo de Cristo Resucitado, el buen pastor que ha dado la vida por el pueblo de Dios....Esta es la paz de Cristo Resucitado, una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios que nos ama a todos sin condiciones”.
El segundo detalle, la necesidad de recordarnos la “unidad de y en la Iglesia”, y la necesidad de proclamar en todos los rincones del mundo, sin emplear esas mismas palabras, que Cristo es “el Camino, la Verdad y la Vida”.
Y el tercero, la referencia constante a la Madre de Dios, a la Virgen María. El final de su asomarse al balcón después del Habemus Papa, es una apertura de corazón que le llevó a rezar con todos los fieles que estaban en San Pedro.
“Hoy es el día de la petición a la Madonna de Pompeya. Nuestra Madre María quiere siempre caminar con nosotros, estar cercana, ayudarnos con su intercesión y con su amor.”
“Ahora querría que rezásemos juntos. Recemos por esta mía nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz del mundo y pidamos esta gracia especial a María, nuestra Madre”. Y toda la plaza rezó con él, el Avemaría.
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