Durante los días de los dos últimos meses, la plaza de San Pedro (Roma) ha congregado miles de personas, primero para despedir a papa Francisco, y después para recibir con gozo a León XIV, y algo semejante ocurre todas las semanas. Desde el principio el diseño de Bernini a modo de brazos que cierran esta gran plaza simboliza la maternidad de la Iglesia que acoge a sus hijos y a todos los que se acercan, nadie queda indiferente. Las piedras también hablan de Dios y de la fe católica con una esperanza grande.
Muchas tareas aguardan al Romano Pontífice aunque sabe que no está sólo, el Pueblo de Dios permanece en unidad con el Pastor de las almas cooperando en la evangelización del mundo que estos días ha vivido un baño de catolicidad y de gracia hacia dentro y hacia fuera.
La visión sobrenatural de la fe orienta la actividad de los cristianos capaces de redimir cada cambio de época o en época de cambio, como señalaba un santo de nuestro tiempo: “Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 132).
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