En una época marcada por la inmediatez, las redes sociales y el ruido constante, recuperar la voz de los sabios antiguos puede parecer un acto subversivo. Sin embargo, la sabiduría de Epicteto, filósofo estoico del siglo I, resuena hoy con una vigencia inquietante. Su propuesta, sencilla en apariencia, es radicalmente transformadora: para vivir con paz y alcanzar una felicidad sólida, hay que comenzar por distinguir con claridad qué depende de nosotros… y qué no.
Lo que sí depende de nosotros, decía Epicteto, son nuestras opiniones, nuestras aspiraciones y nuestras decisiones frente a nuestras propias limitaciones. Y precisamente porque son nuestras, debemos cuidarlas con esmero. Hoy, cuando un comentario en redes puede viralizarse en segundos y la indignación sustituye al análisis, necesitamos más que nunca una ciudadanía reflexiva, que se responsabilice de sus juicios y sepa cuándo hablar y cuándo callar.
También nuestras aspiraciones deben nacer de dentro, no ser impuestas desde fuera. Importar modelos ajenos de éxito puede llevarnos al vacío. El verdadero sentido se encuentra al alinear nuestras metas con nuestras circunstancias, capacidades y valores. Y eso implica, también, conocer nuestras limitaciones. No como excusa, sino como punto de partida. Como diría Viktor Frankl, no somos libres de las circunstancias, pero sí de cómo responder ante ellas.
En cambio, hay cosas que no dependen de nosotros: las opiniones ajenas, los afectos de los demás, o los logros de otros. Y sin embargo, ¡cuánto daño dejamos que nos hagan! Valoramos nuestra autoestima en función de "likes" o comentarios. Caemos en la trampa de la comparación. Esperamos ser queridos por todos. Pero esta dependencia externa nos convierte en marionetas emocionales. Epicteto nos invita a cortar esos hilos, a volver a lo esencial: construir nuestra vida sobre lo que sí controlamos.
Este enfoque estoico no implica indiferencia, sino lucidez. Y es más necesario que nunca en una sociedad en la que los medios y redes apelan cada vez más a la emoción inmediata, buscando reacciones rápidas antes que comprensión profunda. Como señalaba el filósofo español José Antonio Marina, el pensamiento crítico debe enseñarse desde las aulas, desde los primeros niveles educativos, porque es una herramienta de libertad.
En este sentido, el ejemplo histórico del emperador Tito resulta iluminador. Tras una sucesión de catástrofes —erupción del Vesubio, incendio en Roma, una peste devastadora—, decidió inaugurar el Coliseo con cien días de espectáculos gratuitos y pan para todos. Pan y circo, como estrategia de distracción. Hoy, muchos titulares sensacionalistas funcionan del mismo modo: apelan a nuestra parte más emocional y apagan nuestra razón.
El circo moderno es digital, constante, adictivo. Pero si queremos ser ciudadanos y no consumidores, necesitamos cultivar el pensamiento crítico, y eso implica volver a educar en profundidad. Una educación centrada en el ser humano, en su capacidad de juicio, en la búsqueda del bien y de la verdad. No podemos construir felicidad real sobre la base de una mentira o una identidad fabricada por algoritmos.
Por eso, más allá de modas pasajeras, Epicteto sigue teniendo razón. Cuida tus opiniones, elige bien tus aspiraciones, acepta tus límites y no entregues tu paz interior a lo que escapa de tu control. Porque en ese espacio íntimo, el que nadie puede arrebatarte, germina la auténtica libertad. Y con ella, una felicidad serena, duradera, sin necesidad de aplausos ni fuegos artificiales.
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