A veces me detengo a pensar en los distintos papeles que interpreto en la historia de cada persona que me ha conocido. En unos relatos aparezco como un error, una herida o una decepción. En otros, soy un regalo, una luz o un refugio inesperado. Y, sin embargo, ninguna de esas versiones me define del todo.
Porque lo cierto es que la forma en que los demás nos perciben rara vez habla de quiénes somos realmente.
Cada mirada que se posa sobre nosotros está teñida por una historia previa: su crianza, sus valores, sus miedos, sus anhelos, sus heridas no cerradas. Somos, muchas veces, el espejo donde el otro proyecta lo que lleva dentro.
Alguien verá tu espontaneidad como una chispa que alegra la vida; otra persona, en cambio, la juzgará como falta de seriedad. Algunos admirarán tu sensibilidad, mientras que otros la interpretarán como debilidad. Hay quienes agradecerán que pongas límites claros, y quienes pensarán que eres egoísta por no ceder. Incluso tu forma de vestir puede ser entendida como cuidado o como vanidad, según los ojos que miran.
Y sin embargo, nada de eso define tu esencia.
Lo que los demás ven de ti es solo una interpretación parcial, a veces justa, a veces profundamente injusta. No tenemos el control sobre cómo nos ven, ni es nuestra tarea intentar encajar en todos los moldes que nos proponen.
Vivir tratando de ser comprendido por todos es agotador y, al final, inútil. Porque hay personas que nunca querrán entenderte, simplemente porque tu forma de ser les incomoda, les confronta o les recuerda algo de sí mismas que aún no han sanado.
Por eso, lo que verdaderamente importa es otra cosa. Importa cómo te ves tú cuando cierras los ojos. Quién sabes que eres en lo más profundo de tu conciencia. Qué verdad te sostiene cuando todo lo demás se apaga.
Esa paz interior que nace de conocerte, aceptarte y respetarte... es lo único que permanece cuando los ecos de las opiniones ajenas se desvanecen.
No somos lo que los demás piensan. Somos quienes decidimos ser, con fidelidad a nuestra verdad interior. Y eso, aunque duela a veces, también es libertad.
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